Doce de cada once
En el universo encontramos siempre una acción y una reacción… una
ida y un regreso, un alejamiento y un acercamiento, una división y una
unificación.
Pero la división está siempre ordenada a la unificación, que es creativa.
Kolbe.
Has perdido la referencia… Lo único que no puedes perder es la paz. La
paz hunde sus raíces, se enrosca y aferra, en la Cruz.
No puedes perder tu referencia porque tu referencia es Cristo, y ésa no
se pierde, ésa no pierde. Recuerdo la noche de aquel cura en aquel año
que se iba. Las condiciones eran duras, las esperanzas pocas. El cura
lanzó su brazo, recta y fuertemente hacia delante y vertió su palabra en
un murmullo, como si quisiera, profeta de Dios, esculpirnos el alma:
“
Nunca hagan muchos propósitos, porque los propósitos son así…”,
y
parecía que el brazo extendido se abalanzaba al infinito, “…
pero la vida
es así…”,
y brazo y mano se ondularon en el aire. “
No coinciden. Un
solo propósito
–acentuó--:
No apartarse nunca de Cristo;
y enfático
agregó:
No importa tal cura, tal obispo, tal papa, tal monjita. ¡Cristo!”
¿No será culpa nuestra, tuya y mía, lo de la tal monjita, tal cardenal, tal
cura--?: ¿cuánto hemos rezado, tú y yo, por ellos? ¿Qué apoyo de
mortificación nuestra los ha sostenido año tras año?
…Un deseo de
profunda reforma interior: una nueva ascensión del alma, más oración,
más mortificación, más espíritu de penitencia, más empeño —si cabe—
en ser buenos hijos de la Iglesia…
Te inquieta Francisco, Papa, que es, no lo olvides, hombre y sacerdote.
Francisco hombre nace el 17 de diciembre de 1936 en la capital
argentina, en el seno de un matrimonio de italianos formado por Mario
Bergoglio, un empleado ferroviario, y Regina.
Francisco sacerdote comienza su noviciado en la Compañía de Jesús en
1958, por lo que es trasladado a Santiago de Chile. En 1964 regresa a
Buenos Aires para dedicarse a la docencia. Cursa sus estudios de
Teología. Su sacerdocio comienza el 13 de diciembre de 1969, año en el
que se desplaza a la Universidad Alcalá de Henares de Madrid, uso de
los jesuitas para preparar intelectualmente a los jóvenes sacerdotes.
Aparentemente, según narra Pascual Albanese, en la década del 70 el
padre Bergoglio, como sucedió con la gran mayoría de los argentinos, se
siente atraído por el peronismo y por la figura de su líder. Agrega que
ello sería absolutamente inexplicable si no fuera por algo que Perón
destacó siempre: desde sus orígenes, la doctrina justicialista estuvo
emparentada con la doctrina social emanada de las encíclicas papales;
aunque dicha identificación jamás impregnó a su movimiento de tintes
confesionales.
Ya en abril de 1948, Perón exponía sus ideas ante las máximas
autoridades del Episcopado Argentino:
“Al igual que no todos los que se
llaman demócratas lo son en efecto, no todos los que se llaman católicos
se inspiran en las doctrinas cristianas. Nuestra religión es una religión
de humildad, de renunciamiento, de exaltación de los valores
espirituales por encima de los materiales. Esa la religión de los pobres,
de los que tienen hambre y sed de justicia, de los desheredados (…)
Saber despojarse de la vanidad que asoma tan pronto se sube un
escalón de donde está situada la masa del pueblo requiere una dosis de
hombría equivalente a la del héroe frente a la incertidumbre que
amenaza su vida. La humildad cristiana, la afabilidad paternal, el
desprecio de la pompa y el boato constituyen las dotes que más aprecia
el pueblo en quienes saben practicarlas. El pueblo las aprecia no sólo
por ser símbolo tangible de virtud, sino porque constituye la fuerza más
poderosa que lo atrae hacia la senda que conduce a la verdadera paz de
Cristo”.
Bergoglio es designado Provincial el 31 de julio de 1973, apenas
dieciocho días después de la renuncia a la presidencia de Héctor
Cámpora, punto y momento en que Perón inicia su ofensiva política
contra la conducción de “Montoneros”.
Te inquieta Francisco Papa, que asienta su función sobre Francisco
hombre y sacerdote. No sabes qué esperar, me dices.
Francisco --te respondí--, honesto y valiente, viril, sin pelos en la lengua,
hace lo que él considera su deber, quiebra sus lanzas en aras del más
pobre, y lo hace a su manera, con su bagaje de vida, con sus fuerzas, con
su pasado, con lo que ha recogido al pasar por los caminos de la tierra
por donde ha transitado por casi 80 años.
Eran décadas en las que tú y yo --te añadí-- roturábamos preciosos
pininos: nuestro amor a Roma con Pío XII,
habentes ergo pontificem
magnum,
y en las que nuestro desarrollo último se forjó entre
Papas
brotados del corazón de una Europa universalista: san Juan Pablo II,
filósofo, nacido en las entrañas de un comunismo al que se enfrentó y
puso de rodillas; Benedicto XVI, teólogo, pensador, artista. Tras treinta
y cinco años de pontificado de esos dos predecesores, un día nos
suspende la irrupción de Francisco, párroco, obispo, venido del paisaje
más austral de un continente diferente; crecido bajo la noción socio
política del
Corporatism,
gobierno de grandes grupos de intereses que
necesariamente dificulta, a los criados bajo él, la comprensión del
evolucionado Capitalismo de libre empresa que rige en nuestras
latitudes. Acaso reforzaría esta última problemática el hecho de que a
diferencia de los cardenales Wojtyla
y Ratzinger, el cardenal Bergoglio
nunca pisó territorio norteamericano.
Tu inquietud es la misma que apresa a Vittorio Messori, entre otros
empeños editor jefe del
Informe Ratzinger
y del
Cruzando el Umbral de
la Esperanza
de Juan Pablo II. Vittorio fue desde el principio un gran
entusiasta de la elección papal del Cardenal Bergoglio:
“Tras décadas
de trabajar dentro de la Iglesia –dice--, puedo tener mis propias
respuestas (…). Puedo, digo: el uso del condicional aquí es obligado,
porque nada ni nadie me asegura haber tenido un atisbo del camino
correcto a seguir. Esta cualidad de “no saber qué esperar” sigue
agitando la tranquilidad del católico medio que está acostumbrado a no
pensar demasiado sobre la fe y la moral, y que ha sido exhortado a
“seguir al Papa”. Por supuesto, pero a qué Papa? Al que predica
diariamente en Santa Marta homilías propias de un párroco al viejo
estilo, con buenos consejos y sabios proverbios, incluso con serias
advertencias para no caer en las trampas del demonio? ¿O el que
telefonea a Giacinto Marco Pannella cuando estaba haciendo uno de
sus huelgas de hambre y le saluda con un “Sigue trabajando así de
bien”, cuando desde hace décadas el “trabajo” de este líder radical
consiste en dar la batalla a favor del divorcio, el aborto, la eutanasia, la
homosexualidad para todos, la ideología de género y cosas por el
estilo? ¿El Papa que recientemente en una charla a la Curia Romana
sonaba como Pío XII con convicción (en realidad, como el propio San
Pablo) definiendo a la Iglesia como “el Cuerpo Místico de Cristo”? O
al que, en la primera entrevista con Eugenio Scalfari, ridiculizó a quien
pensara que “Dios es Católico”, como si la Iglesia Romana, una, santa,
católica y apostólica fuera una opción, un accesorio para llegar de
alguna manera a la Santísima Trinidad según los gustos personales de
cada uno? ¿El Papa argentino que está al tanto, por experiencia
directa, del drama de América Latina que está en vías de convertirse en
un continente ex-católico, con el éxodo en masa de sus fieles a las sectas
pentecostales? ¿O el Papa que vuela para abrazar y desear éxito a su
querido amigo, un pastor que está en una de las comunidades que están
vaciando las comunidades católicas y que lo hacen exactamente con ese
proselitismo que él ha condenado entre sus propios fieles?”
El Santo Padre es un hijo de la Argentina del Siglo XX, definida
ideológicamente por el nacionalismo, el socialismo, el corporativismo y
el sentimiento antiestadounidense; no del comunismo del que sin razón
alguna, fanáticamente, se le acusa, cuya doctrina siempre le fue
absolutamente ajena.
Según Mary O'Grady editora del Wall Street Journal y miembro del
Wall Street Journal Editorial,
“Hay otra explicación más factible sobre
por qué el Papa muestra su desdén en su exhortación por una “cruda e
ingenua confianza en la bondad de aquellos que poseen poder
económico y en el funcionamiento sacralizado del actual sistema
económico”. Esta se encuentra en la convicción argentina de
superioridad cultural sobre los capitalistas acaparadores de dinero del
norte y su fe en el Estado para protegerla”.
Pero ¿quiénes son los que miran a Jorge Bergoglio cuando tras la fumata
bianca se asoma a la ventana? ¿Qué mundo espera al nuevo obispo de la
Roma eterna? No el de don Segundo y Martín Fierro, del Indio
Gasparino y de Mafalda. La internacional homosexual muestra más
fiereza que la internacional socialista; un mundo de drogas, en el que por
cada niño que muere de hambre --y mueren muchos--, mueren tres
abortados; de un islam fiero, de masivas invasiones de ilegales, de
tiranías que son reverenciadas más que temidas, de una Iglesia de la que
un predecesor dijo que en ella había entrado el humo de satanás, de
liberales extremistas que asesinan las economías junto con el alma de los
pueblos. En su Tabor romano, al descender, el día en que no fue más
Jorge Cardenal Bergoglio, iba a encontrar que sus discípulos no podían
arrojar al demonio. Vibraban nuevamente los ecos de la queja del Cristo:
“ᄀOh generación incrédula y perversa! Hasta cuándo estaré con
vosotros? Hasta cuándo os tendré que soportar?”…
Nunca, en el continente de Francisco, había sido más furibundo, más
atronador, el anti-antinorteamericanismo. El historiador mexicano
Enrique Krauze, quien rastrea su origen en este continente, lo considera
un rechazo intelectual a Estados Unidos después de la derrota española
en la guerra hispano-estadounidense de finales del siglo XIX. Los
ejemplos que cita en
Redentores
, incluyen al poeta nicaragüense Rubén
Darío y al historiador franco-argentino Paul Groussac, quienes
caracterizaron a los estadounidenses como bestias incivilizadas. Al
mismo tiempo, según Krauze, el Cono Sur, y Argentina en particular,
importaron la idea de un “socialismo que lucha para mejorar el nivel
económico cultural y educativo de los pobres, a la vez que genera un
estado nacionalista”. Y hurgando en nuestra historia política surge en
1900
Ariel,
del uruguayo José Enrique Rodó, en el que enfatiza la
“superioridad de la cultura latina sobre el mero utilitarismo patrocinado”
por el norte. Rodó fue “el primer ideólogo del nacionalismo
latinoamericano” y su influencia se extendió por toda la región. “El
latino americanismo, especialmente en el sur, también fue anti-
yankeeismo”, escribe Krauze.
No es menos cierto que el Papa Francisco a veces petrifica. La última
extrañeza la causó la entrevista privada concedida por el Papa en su
visita última a los Estados Unidos, nunca imaginada en la historia de la
Iglesia y del Papado. Adicionalmente, debo subrayar la en ocasiones
notable ausencia de control, por parte de los encargados del protocolo
papal, de la conducta, a veces inconveniente, de algunos de aquellos a
quienes se les concede el privilegio de ser recibidos por el Papa, a los
que se les debería previamente instruir del respeto debido a quien es
pontífice, vicario de Cristo, y jefe de un Estado.
A doce de cada once católicos que se acercan, la mayor parte de ellos
amamantados en el catolicismo en el vientre de sus madres, les agoniza
el alma. Esta sensación se ha visto acentuada con el viaje del Papa a
Cuba y Estados Unidos. Consideran extremadamente falto de denuncia
su paso por la Isla y, contrastantemente, una acerada comparecencia
ante el Congreso de los Estados y las Naciones Unidas. Alguno apunta
que lo que dijo en cada lugar es lo que debería haber dicho en el otro.
Es verdad palpable, como dijo mi buen amigo M. O (así quiere que lo
mencione), en su altamente interesante intervención en una estación
televisiva, en relación a la visita del Papa a Cuba.
Se quedó corto
, fue su
agudo comentario.
No sé –
añadía--,
cuál es la clave del éxito; la del
fracaso es tratar de quedar bien con todo el mundo
. Acaso esa fue su
falta, arrastrado por una jerarquía local a lo que apunta la inflexible ley
de las probabilidades. Jaime no es la iglesia, casi gritó un buen cura
cubano en su homilía. Jaime, verdad evidente, indiscutida, ha movido
muchos hilos, antes y después del 17 de diciembre. Esa es la causa
próxima. No puedo dejar de mencionar que en Cuba sí hay presos de
conciencia. Los hay en estos momentos, los ha habido por miles, y los
habrá siempre, o dejaría de ser un régimen de terror, que ha sido
definido por la Iglesia de perversidad intrínseca
(Encíclica "Divini
Redemptoris)
. El preso político es su alimento y su instrumento
existencial. ¡Lo necesitan! No es necesaria carta alguna de ningún
familiar para saberlo.
No tengo otra pretensión, mi angustiado amigo, sino la de poner en
perspectiva una situación altamente conjetural, y nos incluyo en ella: que
somos, ambos, de tan lejos y con tan pocos datos, sólo poseedores de
una doxa que los griegos con tanto fundamento despreciaban.
Únicamente el propio Papa Francisco, que es dueño total de sus actos,
tendría la respuesta a tantos interrogantes. Quiero añadir una
consideración altamente factible: ¿Por qué ir derechamente, sin saber su
ulterior alcance, en contra de la posición del cardenal cubano? Habría
otros medios de encausarlo.
¿Es que el Papa le teme al enano de Castro, o no es valiente? A Su
santidad lo que le sobra es coraje,
la dosis de hombría equivalente a la
del héroe frente a la incertidumbre que amenaza su vida;
lo ha más que
demostrado. ¿Ignora lo que sucede en la torturada Isla? Al momento de
ser elegido Papa, el Nuncio Apostólico en Cuba era el Arzobispo Bruno
Musaró. Sobre la mesa pontificia esperaba al Papa Francisco el informe
de Monseñor Musaró acerca de la Isla. Agencias/InfoCatólica publicaba,
el 27 de agosto del 2014, el relato del nuncio: «
Para esta gente, la única
esperanza de una vida mejor es escapar de la isla», afirmó el nuncio,
citado por Lecce News24.
Monseñor Musaró apuntó que «los italianos que se lamentan de tantas
cosas tienen que saber que en Cuba un médico gana 25 euros por mes y
que para vivir con dignidad algunos profesionales de noche van a
trabajar como camareros». «En Cuba todo está controlado por el
Estado, hasta la leche y la carne. Comer ternero es un lujo y quien mata
uno para comerlo es arrestado y llevado a la cárcel», dijo el arzobispo.
«Aun medio siglo después, se habla de Revolución, se la alaba, mientras
la gente no tiene trabajo y no sabe cómo hacer para alimentar a sus
propios hijos», reportó el sitio italiano.
El diario acompañó el reportaje con varias fotos del prelado oficiando
misa al aire libre en el pequeño parque de Vignacastrisi, en el sureste
de Italia, ante un reducido número de fieles.
«Estoy agradecido al Papa por haberme enviado a esa isla y espero
estar allí cuando el régimen socialista haya terminado», concluyó el
arzobispo.
Nuncio en Cuba desde el 2011.”
Abundo. Hay una frase clave, poderosa, en el discurso en la Isla, con la
que cerró Francisco una homilía. La tomó de la santa de Calcuta, quien a
su vez parafrasea
–“
Solo sirvo para servir”
—a la beata
s
or María
Catalina Irigoyen Echegaray, Sierva de María:
“El que no vive para
servir, no sirve para vivir”
. Es espada de quince filos. ¿Describía su
postura el Papa? ¿Se incluiría en ella rotunda, apasionadamente?
¿Condescendería un Papa a los requerimientos de un cardenal,
supuestamente conocedor profundo de las circunstancias de la Iglesia en
Cuba? ¿Se habría arrodillado, arrastrado por el amor a los pobrecitos de
sus hijos en la turbada Isla, a lavar los pies del discípulo, la toalla al
cinto, la jofaina al suelo?
En Cuba no hay libertad de religión, que es el origen y fuente de toda
otra libertad. Hay libertad de culto, que significa constreñir a la Iglesia,
estrujarla entre las cuatro paredes de un templo: no puede un cura salir a
hacer apostolado ni proselitismo, ni tiene espacios en la prensa, ni
colegios, ni libertad alguna. Predica y hace lo que puede desde un bien
vigilado púlpito. Yo hubiera preferido que Su Santidad y cada obispo, en
cada intervención, hubiesen repetido incansable e ininterrumpidamente
(con terquedad de mosca, diría don Miguel), un único e idéntico
discurso: en cada sitio, en cada estrado, en cada púlpito, en cada
oportunidad, con ocasión y sin ocasión, leído el sublime grito de
dignitatis humanae:
DECLARACIÓN
DIGNITATIS HUMANAE
SOBRE LA LIBERTAD RELIGIOSA
Objeto y fundamento de la libertad religiosa
Este Concilio Vaticano declara que la persona humana tiene derecho a
la libertad religiosa. Esta libertad consiste en que todos los hombres
han de estar inmunes de coacción, tanto por parte de individuos como
de grupos sociales y de cualquier potestad humana, y esto de tal manera
que, en materia religiosa, ni se obligue a nadie a obrar contra su
conciencia, ni se le impida que actúe conforme a ella en privado y en
público, sólo o asociado con otros, dentro de los límites debidos.
Declara, además, que el derecho a la libertad religiosa está realmente
fundado en la dignidad misma de la persona humana, tal como se la
conoce por la palabra revelada de Dios y por la misma razón natural.
Este derecho de la persona humana a la libertad religiosa ha de ser
reconocido en el ordenamiento jurídico de la sociedad, de tal manera
que llegue a convertirse en un derecho civil.
Todos los hombres, conforme a su dignidad, por ser personas, es decir,
dotados de razón y de voluntad libre, y enriquecidos por tanto con una
responsabilidad personal, están impulsados por su misma naturaleza y
están obligados además moralmente a buscar la verdad, sobre todo la
que se refiere a la religión. Están obligados, asimismo, a aceptar la
verdad conocida y a disponer toda su vida según sus exigencias. Pero
los hombres no pueden satisfacer esta obligación de forma adecuada a
su propia naturaleza, si no gozan de libertad psicológica al mismo
tiempo que de inmunidad de coacción externa. Por consiguiente, el
derecho a la libertad religiosa no se funda en la disposición subjetiva de
la persona, sino en su misma naturaleza. Por lo cual, el derecho a esta
inmunidad permanece también en aquellos que no cumplen la
obligación de buscar la verdad y de adherirse a ella, y su ejercicio, con
tal de que se guarde el justo orden público, no puede ser impedido.
Roma, en San Pedro, día 7 de diciembre del año 1965.
Yo, PABLO, Obispo de la Iglesia Católica
Me llenas, mi querido amigo, de tus intranquilizadas preguntas. Has
perdido el rumbo, el horizonte; sientes como si un puño golpeara
duramente tus ideas; ahora despedazadas, dices. Estás vacío. Tranquilo,
amigo mío.
No pasa nada... y si pasa ¿qué importa?... y si importa ¿qué
pasa?
Es decir, nada que se le escape a Dios, y que no le importe
mucho. Aunque el sacerdote sólo debe hablar de Dios, tampoco se le
puede aplastar su derecho a expresarse, a alzarse contra lo que él cree es
injusticia humana, y ante ella rebelarse; ni el de proclamar misericordia,
perdón; o ante la confrontación violenta, apelar a la conciliación. Como
afirmaba aquél sabio sacerdote amigo mío:
“…la diversidad de
opiniones y de actuaciones en lo temporal y en lo teológico opinable, no
es ningún problema: la diversidad que existe y existirá siempre es por el
contrario, una manifestación de buen espíritu, de vida limpia, de respeto
a la opción legítima de cada uno…”
Libertad total, absoluta, rotunda,
desgarradora, en lo temporal y en lo teológico opinable, mi caro
camarada. En lo esencial, unidad; en lo demás, diversidad, aunque la
esencia misma de lo que se afirma nos parezca, a ti ni a mí, inclinada a
favor del tirano. No hablo de tolerancia, término que me causa escozor.
Concédele el derecho a no concordar contigo; si quieres, al error.
Doce de cada once católicos serios que se acercan dicen estar
desconcertados. ¡Lo único que no puedes perder es la paz! La paz hunde
sus raíces, se enrosca y aferra, en la Cruz. ¿Por qué no le dejamos ser
Francisco, y tú y yo ser tú y yo, y rezar duro? Ni yo ni yo pontifiquemos.
¿Por qué la angustia? ¿Por qué pregonas por las plazas, mueves y te
remueves?
“Aunque en un primer momento de emoción parezca que
hago mucho si me muevo mucho, pronto me daré cuenta de que sólo
hago mucho cuando rezo mucho”.
Diría Cardona
¿Qué Papa, Vittorio?: ¡el de la Misa al alba!, el sacerdote de Santa
Marta, el que tempranito en la mañana habla de Dios con toda el alma;
el obispo de Roma que tiene una parroquia pequeñita, un puñadito de
fieles a quienes le dirige la Palabra; el cura pegadito a Cristo.
¿Recuerdas, Vittorio, aquél Pedro que se separaba del Cristo a cumplir
con sus pequeñas encomiendas, y lo atrapaban?: le preguntaban si su
jefe iba a pagar el tributo al César. Cuestiones muy mundanas. Pedro,
osado, respondía, y erraba.
Pedro, ¿tú crees que Yo, el Cristo, debo
rendir tributo a los Romanos? El César, Pedro, es a mí al que debe
tributo.
Y por no causar escándalo cede al error del Pedro, y lo manda a
pedirle la moneda al pez. Después Pedro, reinando, apretando las llaves
entre las manos, seguiría errando ¿por qué no? Pablo, que reconoce al
vicario y le es obediente, le regaña.
Yo prefiero, Vittorio, al Pedro de la mañana. El de después, el de la
tarde, el que se asoma a la ventana o va la plaza, al que le preguntan y
responde sobre tributos y romanos, me encuentra acaso ensimismado,
aún ponderando lo que le oí por la mañana. Cuando lea la prensa sabré
lo que pasó en la plaza, lo que quieran ellos decir que sucedió. Acaso,
hoy yo no lea la prensa, tampoco esta semana.
Rodaron dados por la nave, la noche turbulenta, y en suerte salió Jonás.
Rodaron dados porque Judas faltaba, y fue Matías. Rodaron dados en la
Roma eterna; tuvimos Papa. Dios sabe de Jonás, y de Matías, de
cónclaves de severos cardenales que prenden humos blancos. Dios tiene
sus dados y sus dedos.
Quiero concluir, Vittorio, mis reflexiones con una lapidaria sentencia
tuya; gracias por ella:
“En el futuro, desde una perspectiva histórica,
será revelado por qué ésta fue la elección adecuada. El que realmente
conoce la historia está sorprendido y pensativo cuando descubre que, en
la perspectiva de dos mil años, que es la perspectiva católica, todos los
Papas, lo sepan ellos o no, realizaron el papel para el que se les
escogió. En definitiva, las cosas salieron como tenían que salir.”