TÚ ESTABAS
Ayer irrumpiste, como muchas veces, para compartir nuestra mesa.
Te asomaste a la puerta, miraste hacia adentro, y allí te quedaste.
Sacaste de entre tus ropas una botellita y tomaste un trago.
Entraste para volver a salir acompañado de una de las mujeres que estaban
preparando la comida.
Me viste y con pasos bamboleantes hiciste la distancia que nos separaba.
Tomaste otro trago de la botellita y te sentaste junto a mí.
Me preguntaste si podías bañarte.
Luego continuaste hablando y, por momentos, tu hablar se me hacía
inentendible.
Muchas de tus frases ya te las he escuchado decir en otras oportunidades y,
por ello, más que entenderlas las suponía.
En un determinado momento te pusiste en pie, te encaminaste hacia unos
árboles y contemplaste el follaje.
“Parece el amazonas. Falta un charco con agua y una anaconda”
Me reí de tu ocurrencia.
Te pregunté si, de verdad, querías bañarte y si precisabas ropa.
Busqué alguna ropa y te acompañé hasta el lugar donde se encuentra la
ducha.
Te dejé allí con la ilusión de que el baño pudiese disipar tus brumas
interiores.
Antes de partir tomé el celular por si fuese necesaria mi presencia.
Sé que eres muy especial y podías reaccionar de cualquier manera.
Cuando regresé vi que no te habías bañado. Habías cambiado de opinión.
Me dijeron que te habías caído pero, gracias a Dios, no te habías hecho
nada.
Sin duda los golpes son parte de tu existencia.
Golpes físicos y golpes interiores.
Estos últimos golpes son los que más te duelen y hacen repitas que te vas a
quitar la vida ya que sirves para nada.
Ibas y venías hablando con uno y con otro.
Ibas y venías dando la sensación de no saber lo que podías hacer.
Veías a alguien solo, apartado del resto, y hacia allí te dirigías.
Te sentabas en el suelo, te acostabas sobre el piso y casi inmediatamente
te levantabas. No podías estar quieto en algún lugar.
Llegó la hora de comer y te sentaste a compartir.
Me molestó que quien estaba a tu lado se hubiese retirado como si le
molestase tu cercanía. Se lo hice saber.
Comiste con nosotros y, luego, volviste a tu movimiento constante.
Tú eras presencia.
Tú estabas en él reclamando nuestra atención.
Tú estabas poniendo a prueba nuestro respetarte.
Tú estabas pidiendo te aceptásemos.
Viniste a desacomodar lo que es nuestra mesa compartida de siempre para
que no nos acostumbremos a lo ya conseguido.
Viniste para que pusiésemos el mejor de nuestro empeño en tratarte de la
mejor manera posible.
Viniste para que quedara en evidencia que aún hay quienes se distancian de
quienes resultan incómodos y yo puedo ser uno de ellos.
Viniste para hacernos saber que nunca te quedas quieto y siempre estás
buscando te atendamos.
Tú estabas presente en nuestra mesa compartida para hacernos saber que
necesitamos más de vos para entender mejor a quienes nos cuesta
entender.
Tú estabas y pedías hiciésemos algo por vos.
Padre Martín Ponce de León SDB