Santo Domingo de Silos
Padre Pedrojosé Ynaraja
Debo referirme a mi última visita, entre otras cosas, porque los pigmentos de mis
antiguas diapositivas se han degradado de tal manera que de nada ilustrarían si aquí las
incluyera.
Pasada Soria, se adentra uno por tierras para mí repletas de recuerdos juveniles. Cruza
uno Calata￱azor, “donde Almanzor perdi￳ el tambor”, dice la leyenda. El suave aroma de
los pinos de San Leonardo de Yagüe, desatasca los bronquios. Su madera es de tal
calidad que resiste a las de importación, lo digo por experiencia. El monasterio es el final
de etapa. Nos esperaba el monje hospedero y nos ruega que aceleremos el
aposentamiento, llegamos muy tarde para los horario monásticos que rigen. Se empeña
en que debemos cenar y obedecemos. Acudimos al rezo de Completas en la iglesia y a
una oración a Santa María en el claustro ante la imponente imagen de la Virgen.
EL JESUITA Y EL FAROL
Abro un paréntesis que para algunos será innecesario, otros se reirán y lo aprobará y yo
lo celebro. Referiré una anécdota que publicaba, creo recordar, la revista sacerdotal
Incunable, por allá la década de los cincuenta del pasado siglo. Dicen que una noche se
encontraban rezando en el vestíbulo de una estación unos cuantos clérigos, cada uno
con su breviario, cada uno rezando para sus adentros. En esto, se quedaron a oscuras.
El franciscano invocó a la hermanita luz para que volviera y pudiera él continuar sus
alabanzas al Creador. El dominico se enfrascó en meditaciones que trataban descubrir
las contingencias que causaban la ausencia de energía eléctrica y le impedían continuar
su ocupación Trascendente. El benedictino ni se inmutó, continuó rezando los salmos
que sabía de memoria. Llegó la luz, observaron atónitos que el jesuita no estaba.
Supieron enseguida que había ido a reparar los fusibles. Añadíamos nosotros, los
seminaristas scouts, que un consiliario de nuestro movimiento, hubiera sacado su farol
de petróleo, lo hubiera encendido de inmediato e iluminado a todos los presentes. Cierro
el paréntesis respecto al cual algún lector se preguntará ¿a qué viene esto? Mi deseo es
situar, centrar burla burlando, la vocación peculiar del recinto del que escribo hoy.
PIEDRA DE TOQUE
He visitado a lo largo de mi vida bastantes monasterios. Cada uno de ellos resulta ser la
piedra de toque de la cultura y religiosidad del país que lo circunda. La marca en la
lidita, el mineral mencionado, descubría la calidad de un metal, por la marca que dejaba
comparándola con la de piezas conocidas. Antes de dormirme pensaba en lo que he
referido antes. Para mí, Silos era nombre conocido de oídas desde la infancia. Visitado
por primera vez de joven. Supe después su intervención acertada en la difusión mundial
del Gregoriano. Ocurría en tiempos del abad Clemente Serna. A continuación, se ha
hecho silencio al respecto.
Ni siquiera se han hecho nuevas grabaciones, con diferentes melodías del rico acervo de
la música litúrgica por excelencia. Uno todavía las puede encontrar en CD de ediciones
remasterizadas. La comunidad a la que había acompañado en la plegaria, mi impresión
de ella, correspondía a la idea de la anécdota. El austero gregoriano calaba hasta los
tuétanos. Recordaba a Merton cuando decía que estos recintos son los pararrayos que
salvaban a la humanidad de los castigos merecidos. Algo así como el invento de
Franklin, que protege de descargas eléctricas. Hoy abrumado por la tragedia terrorista
que hace poco desoló París y el mundo entero, pienso en la encantadora modestia de
Silos que nos salva. No es necesario que se me recuerde la labor cultural, estudios
históricos especialmente de la historia y literatura castellana, que de aquí han salido.
Tampoco olvido la hospitalidad. (No os olvidéis de la hospitalidad; gracias a ella
hospedaron algunos, sin saberlo, a ángeles. He 13,2)
Ya aquella misma noche noté a faltar el jolgorio juvenil que en otras ocasiones
escuchaba por los alrededores de la abadía, manifestación de los diversos encuentros
juveniles misioneros y “sin fronteras”, que se organizaban. Comprendí que todavía
estábamos en periodo escolar e imaginé que este sería el motivo de la ausencia.
SILOS Y MONTSERRAT
Vuelvo a la piedra de toque. Uno piensa de inmediato y compara Silos con Montserrat.
Advierto que a este último me referiré próximamente. Recapacita y le parece que en
algo se asemeja al de Maria Laach, en Alemania (fuimos una vez ilusionados por la
notoriedad de esta abadía y nos pareció un lugar solitario, de paz, de belleza y nada
más. Es todo lo que los ojos de la cara alcanzan a ver. Sabíamos que esta abadía de
Germania era mucho más, aunque no lo viéramos).
No puedo referirme al museo ni a la biblioteca que en otras ocasiones he visitado. Las
obras de Gonzalo de Berceo en fina vitela, el cáliz de Santo Domingo, la arqueta y algún
etcétera que almacena mi memoria, fueron solo recuerdo. Enigmas o limitaciones de la
técnica muy bien tecnificada. Era el día de vacaciones del seglar responsable y la clave
numérica para entrar, la desconocía el amable monje que nos acompañaba. Por más
interés que puso, no consiguió saberla. El poco tiempo que íbamos a permanecer, fue
insuficiente. Lo sentí por los que me acompa￱aban…
No nos perdimos el claustro y la visión de su esbelto ciprés. Cantado el árbol por
Gerardo Diego, dicen es la creme de la creme de los sonetos que en lengua castellana se
han escrito. Lo que yo buscaba, y encontré por descontado enseguida, son los relieves
románicos que aprecio mucho. Del que hablo en primer lugar no es que estéticamente
me guste demasiado, ahora bien, admiro su genialidad. Se trata de la Anunciación a la
Virgen. El ángel parece que dialoga, Santa María que acepta. En el mismo espacio
pétreo, se ve que es coronada Nuestra Señora. El sí recibido y premiado, no está
encarcelado en periodos diferentes. Lo Trascendente está libre de la reja
espacio/temporal. El de los discípulos de Emaús me encanta. No añado más.
La aparici￳n a Tomás… Pentecostés… Como el claustro es cuadrado y cerrado,
evidentemente y uno deambula satisfecho, se encuentra estas maravillas más de una
vez y goza saboreándolas de nuevo. Se despide uno de los monjes con los que he
concelebrado, lamentando el poco tiempo que ha podido permanecer y proponiéndose,
siempre los mismos propósitos que luego no cumple, volver con calma.
A 16 Km se encuentra Caleruega, lugar donde nació Santo Domingo de Guzmán.
Burgalés más apreciado en Francia que en su tierra. Su madre, beata Juana de Aza, vino
a Silos a solicitar la intercesión del Santo, para conseguir maternidad. Nació el chiquillo y
le puso el nombre del que creía había sido su particular intercesor. Este es el motivo por
el que Domingo se llamó el que en París reunió una tropa de predicadores, seguidores
de la regla de San Agustín, para salvar a la Iglesia de las herejías. Paralela fue su
fundación a la que hizo el poverello de Asís. No pude en esta ocasión acercarme a
Caleruega. Si hubiera sabido que se inicia estos días la conmemoración del octavo
centenario de la fundación de la Orden de Predicadores, con seguridad hubiéramos
rectificado nuestros planes. Me limité a recordar la visita que hice en otro tiempo y mis
acompañantes se quedaron con mi explicación.
LA YECLA
A pocos kilómetros de Silos está La Yecla. Impresionante fenómeno geológico que uno
no debe perderse nunca. Que no sólo de lo espiritual vive el hombre. Es algo así como si
se hubiera fracturado una larga montaña y uno pasara por la grieta formada,
acompañado por un juguetón torrente que discurre a su vera. Acabado el corto e
impresionante recorrido, el caminante verá volando por las alturas o posados en
peñascos, impresionantes buitres que parece que están a diario esperándole a ver si se
muere, para bajar a devorarlo. Como no nos gusta la idea, los dejamos que continuasen
su majestuoso vuelo. Siempre he visto a estas rapaces carroñeras en la Yecla. Las fotos
que acompañarán a este artículo serán más expresivas que todo lo que yo pueda contar.
Del monasterio encontrará el lector abundancia de fotos por internet, de la Yecla no
tantas, de aquí que aquí aparezcan bastantes de este fenómeno orogénico en mi
reportaje.