MACHO CABRÍO
Padre Pedrojosé Ynaraja
He de reconocer que solo dos veces he podido ver con detenimiento este animal.
De la primera hará 59 años, la segunda hace pocos meses. Muy diferentes la
situación del animal en una respecto de la otra. La primera vez fue en la Cataluña
profunda de las Guilleries. Tenían al animal atado y en terreno aislado y cercado
por una alambrada, era peligroso acercarse a él. Los propietarios lo tenían como
semental. A él le llevaban las cabras en la época de celo. Las suyas y las de las
casas cercanas. Un bicho de reconocido impulso sexual, se sentía la cautividad y la
inutilidad de sus instintos. Montaría o atacaría a cualquiera que se le acercase. La
segunda vez fue hace pocos meses. Iba por la montaña un pequeño rebaño cabrío,
todos animales adultos. Sobresalía entre el grupo el macho por su porte y por sus
enorme cuernos. Uno de los que me acompañaba le tenía miedo, no me extrañó.
Era un animal altivo y sus astas parecían agresivas espadas. Le rodeaban sus
cabras, a las que yo no me acercaba por precaución, para no excitar su agresivo
celo. Si hubiera pretendido tocarlas seguramente que se hubiera convertido en
bravucón encolerizado animal.
La explicación resumida que he dado de este caprino, no es vana divagación.
Conocer su índole facilita entender muchas cosas. Desde tradiciones bíblicas, hasta
costumbres de las llamadas brujas. Respecto a estas últimas, diré que se
embadurnaban con mandrágora, beleño y estramonio y de resultas del poder
alucinante de los alcaloides de estos vegetales, veían al demonio con apariencia de
chivo, el prototipo del animal más poderoso. Este espectacular poder, el mayor,
junto con el del toro, de entre los animales domésticos, es lo que lo convirtió en el
pueblos de Israel en el “chivo expiatorio” del que hablaré.
Pero me detengo un momento en otro aspecto. Ya dije que la cabra comía hierbas,
hierbajos, arbustos y cualquier cosa verde que se le presentase ante sus ojos. A su
espalda no quedaba ningún vegetal crecido. Por esta capacidad de comer de todo,
le resultaba barato tenerla al propietario. Aprovechaba su leche primero, su piel y
carne posteriormente. Si su cría era hembra la conservaba, si era macho, el cabrito,
era exquisito manjar, propio de mesas distinguidas, manjar de reyes. Preferible al
cordero lechal, que ya es decir.
Sólo a algunos machos se les dejaba crecer para conservar la fecundidad del
rebaño. Su comportamiento, al que ya he hecho alusión, su apariencia y su
fortaleza, serían, probablemente, los motivos por los que Israel escogió al macho
cabrío, para los más distinguidos sacrificios. Se trata del llamado “chivo expiatorio”.
El Levítico (16, 8) establece que se escoja dos ejemplares, uno era sacrificado en el
altar de los Holocaustos por el Sumo Sacerdote, en expiación de los pecados de
todo el pueblo. El otro era al que se le consideraba cargado con todas las culpas,
era conducido al desierto y allí abandonado. El pueblo entonces se sentía limpio de
manchas espirituales.
La mayoría de los lectores no habrá visto nunca un cabrón, que es este otro de sus
nombres, reconocido por el diccionario de la RAE, aunque suene mal y parezca
expresión grosera, y que no seré yo el que lo niegue. Y añado más, creo que la
palabra la he pronunciado poquísimas veces y es la primera que la pongo por
escrito. Digo que el este animal adulto les será desconocido a quien ahora está
leyendo y extrañarán que diga que aparece en la Biblia 76 veces, todas ellas en el
Antiguo Testamento, excepto 4 que se lee en la Carta a los Hebreos, evidentemente
refiriéndose a ritos del antiguo Israel.