La Cartuja de Miraflores, en Burgos
Padre Pedrojosé Ynaraja
Durante mi vida he podido visitar tres cartujas. He estado en las tres por fuera y
por dentro. Es uno de los dones que agradezco a Dios. Escribí un día sobre la
situada cerca de Grenoble, en Francia, la “Grande Chartreuse”, que coincide casi
exactamente con el lugar donde San Bruno, con sus compañeros, se retiraron a
vivir según la vocación que consideraban era la suya y recibida de Dios. He visitado
y rezado varias veces en la más próxima a mi residencia, la de Montalegre, de la
última ocasión hace muy pocos días. Pese a la distancia que me separa, he de
reconocer que la más bella y la que mi memoria recuerda con más admiración, es
esta, la de Miraflores, a las afueras de Burgos, de la que me propongo escribir hoy.
Lo haré, lo advierto ya desde el principio, refiriéndome a detalles que alguno
considerará anecdóticos, pero interesantes, curiosos, atractivos y de rica enseñanza
cristiana. En ella, como en todo recinto de tal titulación, se alberga una comunidad
de monjes, reputados como los de más estricta observancia. La Cartuja nunca se
ha reformado, ya que nunca se ha deformado, reza el dicho.
Se aloja cada uno en su ermita, alrededor de un sobrio claustro, que recorre el
monje camino de la iglesia a donde acude por la noche, al amanecer y algunas
veces durante el día, para determinadas oraciones litúrgicas. Todo lo demás,
estudio, plegaria, severísima alimentación, ausente siempre la carne y otros buenos
manjares, lo hace en su ermita. Un pequeñísimo terreno le sirve para hacer
ejercicio físico y una ventana abierta a lejanos horizontes mantiene su espíritu
despejado. El régimen ascético es muy severo, pero apto para una mente serena.
Prueba de ello es la longevidad que alcanzan la mayoría de estos monjes. Subrayo
lo de mente serena, porque es una de las cosas que ellos mismo advierten, de aquí
que una cualidad que uno observa en cualquier encuentro sea la ausencia de
deseos de “pescar” vocaciones imprudentemente.
ELOGIOS
Acabo ahora mis elogios y agradecimientos a los monjes con los que he entrado en
contacto en las tres cartujas. Recuerdo muy bien que, en el caso de la de
Miraflores, un buen monje, el P. Juan Aresti, que fue primero jesuita misionero en
África, después misionero cartujano en ella, en la actualidad sirviendo con su
silencio, oración y sacrificios en tierras argentinas. Pues bien, me propuso visitar el
priorato y yo, ingenuamente, le dije que me interesaban más las personas que las
piedras. Me contestó sin enojo: estoy totalmente de acuerdo, pero no se quede
fuera, hablaremos dentro de la Cartuja, estando así mejor ambientados.
RIQUEZA REPARTIDA
Una de las cosas curiosas de las cartujas, a mi modo de ver, es que llevando una
vida de intensa austeridad y seguramente debido a ello, la generosidad de los fieles
les ha ofrecido terrenos que les circundan y maravillas que adornan sus iglesias.
Reciben riqueza, o tal vez sea más cierto decir que recibieron abundantemente en
otros tiempos, pero no se la guardan, la reparten entre los pobres, de manera muy
discreta. En este aspecto, creo yo, que ninguna gana a la de Miraflores.
LA IGLESIA
Me centro en la iglesia, abierta al visitante. Destaca en primer lugar el retablo de la
Santísima Trinidad. Espero que una ilustración general acompañe a esta reseña. El
centro lo ocupa el Cristo Crucificado. Al lado derecho según se mira, del leño
horizontal, la figura del Espíritu Santo que lo sostiene. Se trata de un joven, de
aspecto totalmente masculino. Es uno de los detalles más interesantes del
conjunto. Difícil de encontrar en otros sitios. Al lado izquierdo el Padre Eterno, es la
efigie de un adulto masculino, cubierto con solemne tiara y su rostro poblado de
abundante barba, que mantiene el otro extremo de la cruz.
LA SANTÍSIMA TRINIDAD
Lo descrito es lo más substancial del conjunto, la expresión plástica fundamental de
nuestra Fe: el misterio de la Santísima Trinidad. Digo esto porque si uno no lo
estudia con detenimiento, no lo aprecia, debido a la exuberancia de imágenes que
la rodean. Destacaré algunas. No se olvide, para comprender el estilo, que se trata
de una obra excepcional, ejecutada en el siglo XV, de acuerdo con los criterios
estéticos de aquel tiempo. El prolífico mosaico es de madera de nogal policromada,
afirmado con vigas de pino, que no se ven, pero se intuyen, dada la grandiosidad
del retablo. Destaco en primer lugar la Anunciación y a continuación el Nacimiento
con la adoración de los Magos, es lo idóneo para estos días, próximos a Navidad.
María Magdalena con su pomo de perfume para embalsamar al Señor, está muy
próxima al Calvario. La imagen de la misma santa, que veneran con gran devoción
estos y otros monjes, también aparece en otro sitio, realizada en mármol. Ella es la
patrona de los amadores de Dios, que decir amantes a alguno le sonaría mal y no
seré yo quien se lo censure.
EL RETABLO
Todo el retablo es obra de Gil de Siloé, realizado entre 1496 y 1499. Realza todo él,
la sepultura de los reyes Juan II e Isabel de Portugal, con el infante don Alfonso.
Las estatuas yacentes se refieren a estos dignatarios. Pese a su tamaño y
categoría, nunca le he dedicado un prolongado tiempo, entre otras razones, por la
dificultad de no poder verlos con adecuada distancia y perspectiva. Realizado en
alabastro, de rica y fina filigrana, hoy debe estar protegido porque, según
interpreto, algunos visitantes dañaron este inmenso panteón.
En una cuadrícula que representa la Santa Cena, continúo, además del Señor y los
apóstoles, aparece curiosamente una figura femenina, que unge los pies del
Maestro. Es preciso recordar que la tradición occidental unifica a tres mujeres que
aparecen en los relatos evangélicos. La pecadora de Naín, la que perfuma en
Betania con rico nardo, en casa de Simón y la que en otro lugar se nos dice que
Jesús le había expulsado de ella siete demonios. Aquí en este retablo la sitúa en el
momento solemne de la Cena. Dicen que es un anacronismo, yo advierto que
ningún relato canónico dice que se puso un guarda, impidiendo la entrada femenina
en aquella la sala alta.
SAN BRUNO
En una capilla aparte se encuentra una famosa imagen de San Bruno, el fundador
de la orden, obra de Manuel de Pereira. Es de un verismo tal, que se dice que
alguien comentó: sólo le faltaría hablar, a lo que el rey Felipe IV contestó: tampoco
lo haría, pues, es cartujo. Todo el templo se visita libremente, sin ningún
impedimento, ni abono de entrada. Está permitido fotografiarlo todo, con tal de que
no se utilice el flash. El rato que uno pasa en esta iglesia, que la primera vez que
estuve lo hice acompañado de mi padre siendo aún niño y a la que él acudía
periódicamente, para hacer lo que ahora se llamaría retiro o espacio de desierto.
Esta “afición” que me la hizo descubrir, se la he agradecido siempre. El rato que
uno permanece, lo repito, lo hace uno interesado y sintiéndose estimulado a la
reflexión y a la plegaria.
Me he enterado de que hace poco tiempo, solicitaron la entrada en la cartuja de
Montalegre algunos varones, entre ellos un obispo venezolano. Como en ella no
tienen noviciado, se preparan ahora en la de Miraflores, para así un día
comprometerse en la orden cartujana, incorporados definitivamente a la cartuja
catalana.
INTERCAMBIOS
Es uno de los signos buenos de los tiempos. Misioneros europeos evangelizan en
otros continentes. Clérigos o religiosos, ellos y ellas, procedentes de América, África
o Asia, vienen a nuestro viejo continente, para servir ministerialmente, asegurar la
permanente adoración eucarística o prestar ayuda a los pobres de cualquier género.
Este intercambio de servicios, este cambio de color de la piel de presbíteros que
atienden en parroquias de los que nos llamamos blancos, pero donde escasean las
vocaciones, es un maravilloso testimonio de la catolicidad de nuestra Fe.