LIRIO
Padre Pedrojosé Ynaraja
Mi afición a la Biblia viene de antiguo. Creo que su origen debe ser el regalo que el
buen párroco de donde nací: Pozaldez, le regaló a mi padre como recuerdo, cuando
nos trasladamos a vivir a Zaragoza, consecuencias los vaivenes, propias del
funcionario público. Se trata, el obsequio, de un Nuevo Testamento, pero que, en
familia, a aquel libro le llamábamos la Biblia, sin serlo del todo. Era algo precioso y
respetado, como la imagen de la Virgen que presidía el comedor o los Crucifijos en
los dormitorios.
En el colegio de los Hermanos Maristas, ya en Burgos, aprendí Historia Sagrada y
en aquel bachillerato de siete cursos que estudié, cada uno con su asignatura de
religión, aprendí algo más al respecto. Por cierto que, recuerdo muy bien que en el
examen oral de ingreso, me preguntó el profesor si conocía el Evangelio y al
contestarle con un rotundo sí, continuó ¿sabes el milagro de la resurrección del hijo
de la viuda de Naín? Tristemente le dije que no. No se inmuto el profesor y aprobé.
Al domingo siguiente, al acudir a misa, comprobé que el episodio evangélico era el
que me había preguntado el examinador y que yo conocía, sin recordar el lugar
donde el milagro había ocurrido. Cada vez que yendo de Nazaret hacia el Lago,
paso por esta población, me acuerdo de este evento de mi periodo estudiantil.
En el seminario algo más aprendí. Quise un día, gran proeza, que mi primer libro
encuadernado en piel fuese la Biblia y lo conseguí. Se trataba de la Vulgata, en
tafilete granate. Un homenaje a la Palabra de Dios y a la Santa Madre Iglesia. No
conseguí que fuera ilustrado como lo eran otras ediciones y de aquí parte,
seguramente, mi interés por conocer pormenores y curiosidades del Sagrado Libro.
Empecé mucho más tarde a colaborar en la difusión de la Biblia, a comprar o recibir
como regalo ejemplares en diferentes lenguas. Quería que en mi casa, quien me
visitara, encontrase acogida, mesa, cama y este alimento espiritual, escrito en su
propia lengua. Se me ocurrió un día decir que si un día tenía un huerto, lo
convertiría en jardín botánico bíblico, cosa que no he cumplido. Ahora bien, por mis
caminos, por mis visitas a parajes bíblicos, por cualquier lugar por donde me
desplazo, miro y me fijo en animales y plantas que son mencionados en el Texto
Sagrado.
¡Tanto escribir para acabar diciendo que sobre los lirios, que aparecen mencionados
18 veces, no se sabe nada cierto! He consultado varios diccionarios, uno de ellos,
recientemente publicado, un tomazo de 3Kg de peso, nada aclaran. Resulta que la
palabra hebrea shushán o shoshán o shoshannah y la griega krinon en la edición
Septuaginta, no se refiere a una flor concreta. O no se sabe con certeza.
En ciertos lugares, refiriéndose a los capiteles de las columnas del templo de
Salomón, o al borde de la fuente de bronce del mismo templo, dice que eran como
el cáliz de un lirio. Pensaremos, pues, en la azucena. En otros, Cantar de los
Cantares incluido, por el perfume y pensando en literatura egipcia, creen que se
trata del gladiolo, y se alegra uno también de que la flor de lis, estilización de esta
y emblema del escultismo, que tanto bien me ha hecho en mi vida, sea mencionada
en la Biblia. Pero dicen los autores que también puede tratarse de un loto del Nilo o
de una flor de Sarón, que crece abundante a las orillas de Hule y en otros lugares.
Se trata del que por Castilla llamamos lirio, sin más y que, generalmente, es de
tonos brillantes de precioso morado o blanco virgen.
Lo que es seguro es que se referirá a una bonita flor silvestre, tan bella que ni
Salomón se vistió con tanta elegancia (Mt 6,28), tan hermosas como las diminutas
orquídeas que seguramente vio el Señor por los caminos de Galilea, de las que no
quedó recuerdo en los relatos, pero que admiraría y yo también admiro, cuando las
encuentro por mi entorno y se las pongo junto al Sagrario. Lirios de una u otra
clase, pronto serán los narcisos, cuando puedo gencianas y antes, que no estaba
prohibido, le había puesto edelweiss, diciéndole: ya que nunca las pudiste ver por
entre las nieves perpetuas libanesas, ahora las tienes aquí, presente
eucarísticamente y conmigo que te las ofrezco.