SE NOS VIENE FIN DE AÑO
Con toda honestidad y sin necesidad de mucho empeño puedo recordar, aún, el
intenso calor del 2 de enero.
Al mediodía de aquel día resultaba insoportable estar a la intemperie.
Pero, de aquello, ya ha transcurrido un año.
No, no tenga miedo que no habré de decir que el año pasó volando puesto que eso
es lo que se dice todos los años al llegar a estas fechas por más que sepamos que
el tiempo pasa, siempre, a una misma velocidad.
Somos nosotros quienes le damos esa impronta de volar o arrastrarse.
Ha transcurrido un año y, sin lugar a dudas, han quedado atrás un sinnúmero de
vivencias que ya son recuerdos.
Son esos recuerdos que nos han permitido crecer y madurar como personas puesto
que, ellos, han pasado a ser parte de nosotros.
Son esos recuerdos que se llegaron a nuestra vida para hacernos vivir experiencias
distintas porque nuevas.
No todos nuestros recuerdos poseen un mismo signo, en cuanto a la razón de su
presencia en nosotros, pero todos, absolutamente todos, se han llegado hasta
nosotros para enseñarnos.
No solamente nos enseñan las vivencias positivas que hemos podido vivir. Las
negativas también tienen su razón y su enseñanza.
Vivir un año es aprender y cuando llegamos al fin del mismo descubrimos, con
asombro, lo muchísimo que nos ha regalado Dios para que aprendamos.
Siempre nos ponemos, al comenzar el año, metas. Algunas son alcanzadas y a
otras, el mismo transcurrir del año se encarga de hacernos saber que las debemos
posponer para prestar atención a otras que así nos lo reclaman.
Es que resulta imposible vivir un año desde lo individual. Los demás también viven
y sus vivencias, en oportunidades, se entrecruzan con las nuestras haciendo que lo
colectivo se integre a lo individual.
No es fácil lograr cumplir con todas nuestras metas propuestas puesto que, en el
transcurso del año, están esas otras exigencias que nos reclaman y exigen.
Al cerrar el año lo verdaderamente importante no es detenernos a mirar lo que nos
ha quedado por realizar sino en poner toda nuestra atención en lo logrado, en lo
vivido, en lo aprendido.
Siempre, invariablemente siempre, cerramos el año con algún debe pero, también,
con muchísimo en nuestro haber.
Es allí donde debemos centrar nuestra mirada para alentarnos a mirar un mañana
que, también, habrá de tener sus exigencias nuevas.
Podemos mirar con tranquilidad el mañana porque esas realidades que están en
nuestro haber nos están haciendo saber que somos capaces de aprender las
lecciones que la historia nos va enseñando por más que tengamos muy en claro
aquello de que el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma
piedra.
No es que no aprendamos las lecciones de la historia, es que nos empeñamos en
modificar a la misma historia por más que todo nos haga saber que posee razón.
La historia nos hace saber, una y mil veces, que la violencia engendra más violencia
pero seguimos aferrados a ella puesto que nos resulta, aparentemente, un camino
mucho más rápido para imponer nuestras ideas.
Continuamos, tozudamente empeñados, en la segura certeza de que son los demás
los que están urgidos de un cambio, por más que todo nos haga saber que somos,
cada uno de nosotros, los grandes necesitados de un cambio.
Es mucho más fácil esperar un cambio desde los factores externos que vivir el
compromiso de un cambio desde realidades internas.
Al cerrar el año todo se debería agolpar en nuestro interior para hacernos estallar
en un sincero acto de agradecimiento a Dios que nos ha permitido muchísimas
vivencias que nos han permitido crecer.
Cerrar el año debe ser un, sin duda, un acto de gratitud reconocida para con Dios
que muchísimo nos regala.
Padre Martín Ponce de León SDB