Plátano
Padre Pedrojosé Ynaraja
O banana, según los más. Diferente, según los entendidos. Pero para lo que voy a
comentar, son frutos semejantes. Desde pequeño conozco esta fruta. No era
frecuente consumirla en casa, no se conservaba mucho tiempo y era más cara que
las nuestras habituales: naranjas, uva y peras. Se decía siempre que su consumo
era beneficioso ya que era rica en potasio, aunque otros decían magnesio. Ahora sé
que son ricos en potasio y pobres en sodio, característica esta que los hace
recomendables para quienes padecen problemas cardio-circulatorios. Llegaban de
países tropicales en donde los habían recolectado todavía inmaduros, conservados
en cámaras, madurando artificialmente, en el momento en que el comerciante
consideraba que le convenía sacarlas al mercado. Hasta alguien me dijo un día que
en América del Norte, cierta juventud fumaba su “rabo” como una droga, pero no
he vuelto a oírlo, ni quien me informó me aseguró que consiguieran tal efecto.
¡Cuántas cosas sabía de ellos y cuan poco los comía! (masculino el género del
plátano, femenino el de la banana. El lector comprenderá mis enredos sintácticos)
Lo contado pretende que el lector sepa que el plátano no es para nosotros fruta
corriente. Ahora bien, lo que es seguro es que, entre nosotros, pese a que la
migración nos haya hecho descubrir que hay diversas clases y que además de
crudos, se pueden algunas de ellas consumir fritos, en general se desconoce las
características de la planta.
Por mi parte recuerdo muy bien la sorpresa que me supuso descubrirla durante mi
primer viaje a Tierra Santa. Se trataba de extensos campos donde crecían los
bananeros, los veía, los vuelvo a ver otras veces, siempre de lejos, de manera que
sólo por enciclopedias he sabido que no es árbol, ni siquiera arbusto, que se trata
de una hierba. Una hierba muy grande, pues, añado yo, que puebla campos de la
baja Galilea y por las cercanías de Jericó. Conozco la planta, pues, y la facilidad y
ventajas de su cultivo.
En la Biblia, evidentemente, no es mencionado el plátano al que me estoy
refiriendo. Advierto que el vocablo sí aparece, pero se refiere al árbol que puebla
parques y jardines, o caminos Del que estoy hablando deberíamos llamarlo siempre
platanero y así no habría confusiones.
Comentando con compañeros sacerdotes africanos cual es la habitual alimentación
hortofrutícola en sus países, me dicen que la única fruta al alcance de cualquier
nativo, es el plátano, en sus diferentes variantes. Manzanas, peras o fresas, tan
corrientes para nosotros, son un lujo, propio de los que habitan en ciudades.
No aparece en la Biblia la banana, pero sí en el discurso que el Papa Francisco
dirigió a la Juventud de la República Centroafricana el domingo 29-XI-15. Les decía:
“Les saludo con todo mi afecto. Este joven que ha hablado en nombre de todos ha
dicho que el símbolo de ustedes es el banano. El banano es un símbolo de vida que
crece, se reproduce y da su fruto con tanta energía alimentaria. El banano es
resistente, creo que esto marca claramente el camino que se propone en este
momento difícil, de guerra, odio, división…”
Seguía yo la ceremonia y me extrañó la referencia. Lo entendí un poco, pues, como
he dicho, he visto bananeros y conozco las características de su laboreo, pero no
me sentía identificado con el ejemplo puesto por el Papa. Posteriormente, gracias a
lo que me explican mis compañeros ruandeses, he reconocido el acierto de la
explicación.
Tierra Santa es el quinto evangelio. El lenguaje bíblico está anclado en la
idiosincrasia de los habitantes de la cuenca mediterránea, que en algunos casos es
exclusiva de ellos. Por ejemplo, en la parábola del hijo pródigo, se dice que ni le era
permitido siquiera comer algarrobas. Ahora bien este árbol es exclusivo de nuestras
tierras, no crece en otros lugares. Poner el nombre científico, ceratonia siliqua,
sería petulancia. Acudir a un cambio, como ocurre entre nosotros, que en vez de
sicomoro, muchas traducciones ponen morera, no es exacto, ni correcto, por muy
didáctico que se pretenda ser.