ME DOLÍA LA PIERNA
Desde hacía unos días uno de mis tobillos me dolía.
Comenzaba el día bien pero a medida caminaba se acentuaba el dolor.
Así llegué hasta aquel lugar donde debía compartir una eucaristía.
Había observado el lugar y vi que me habían puesto una silla.
La mayor parte de la eucaristía la compartiré sentado para esquivarle al
dolor.
Como faltaba un algo para el comienzo me ubiqué en un lugar a tomar unos
mates.
Sentado en el suelo aprovechaba la sombra y una brisa que corría con
insistencia.
Unos metros más adelante el sol daba a pleno.
Era insoportable el calor que se sentía al sol por ello el lugar donde me
encontraba era un espacio privilegiado.
Poco a poco iban llegando las distintas personas que irían a participar de la
eucaristía.
Cada uno debía hacer un comentario, más o menos similar, sobre el calor
existente.
Cuando hubo llegado la hora ingresé al salón donde se habían reunido más
de 5000 años de existencia.
Me dolía la pierna pero decidí no utilizar la silla que me habían colocado.
Varias de las personas asistentes estaban acompañadas de sus diversos
bastones.
Una señora colocó un saco (que no habría de utilizar) sobre su bastón
canadiense.
Una señora nos acompañaría desde su silla de ruedas.
Una señora hacía un último esfuerzo para sentarse maniobrando su andador
y en una de sus piernas llevaba, oculta en una bolsa, el depósito de la
sonda.
La gran mayoría de las personas presentes presentaban signos de un
deterioro físico.
Lucían años pero también las huellas del paso de los mismos por su cuerpo.
Mirando aquel grupo humano no podía detenerme en el dolor de mi pierna.
Aquellas presencias eran un canto a las ganas y al coraje.
No es fácil, al menos para mí, hablarles a quienes con su sola presencia,
están predicando.
Detrás de muchas de las presencias existe una vida de esfuerzos, sacrificios
y empeños que se hacen manifiesto en su estar allí pese a un calor que era
una invitación a no moverse.
Ellos, en sí, eran una buena noticia y no podía decirles de lo que ellos vivían
permanentemente.
La eucaristía continuaba y no podía detenerme a sentir que la pierna me
dolía.
Como producto de algún divague los presentes sonreían y sentía con nitidez
la voz de aquella persona que decía: “¿Qué dijo?”
Ella, tampoco, quería permanecer al margen del motivo de una sonrisa.
Sentía se me iba hinchando pero lo mío era puramente transitorio mientras
que lo de muchos de los presentes era definitivo.
Era, ya, parte de su presencia las necesarias ayudas o las evidentes
ausencias.
Ya se me iría el dolor pero a aquella señora no se le irían las heridas de sus
piernas por más que intentase ocultarlas.
Casi sorda, con problemas para movilizarse pese al andador y la sonda en
una de sus piernas y una casi constante sonrisa en su rostro.
En aluna oportunidad había ido por su casa y siempre estaba sonriente y
aún conservaba la misma pese a sus notorias mayores dificultades.
Les dije que Navidad necesitaba de ellos.
Les manifesté que eran muy importantes para que Navidad fuese realidad.
Que Jesús quería contar con ellos.
Ellos eran constructores de Navidad aunque fuese desde un Belén
construido con bastones, sonda o audífonos.
Ante ellos el dolor en mi pierna era, únicamente, un adorno más para una
eucaristía muy especial.
Padre Martín Ponce de León SDB