Castilla, monte y llanura
Padre Pedrojosé Ynaraja
Inicio el reportaje de hoy copiando el texto de una postal que circuló hace muchos
años por tierras burgalesas. La conservo en alguno de mis muchos montones de
papeles que voy guardando para algún día ordenarlos. Este día nunca llega y como
lo recordaba de memoria, he acudido al Google para cerciorarme de que no andaba
equivocado. Compruebo el contenido y me entero de que el autor de tal poema fue
el sacerdote Bonifacio Zamora (1943).
“Burgos torre calada,
Logroño vid, pámpano, solera,
blanco vellón, Palencia soleada,
dorada mies, Valladolid triguera.
Santander arrocada de espuma y flor.
Segovia comunera.
Ávila amurallada.
y Soria pura en una y otra orilla,
del padre Duero, hacia la mar.
Castilla”.
DOS AUTONOMÍAS
A la belleza literaria de esta composición hay que añadirle que se refiere a una
extensión geográfica imprecisa, pero que cualquiera de las poblaciones se podría
atribuir. Si Castilla fue antiguamente reino y anteriormente condado, hoy reciben
este nombre, administrativamente hablando, dos autonomías separadas
políticamente: Castilla y León una, Castilla-la-Mancha otra. Amén de dos
fragmentos de la composición literaria que son políticamente autonomías propias:
Cantabria y la Rioja. Por mi parte y en mi interior, pienso en lo que antiguamente,
en lenguaje común se llamó Castilla la Vieja, sin que corresponda exactamente a la
descripción del poema. La idiosincrasia de las gentes, es mi opinión, depende
mayormente del paisaje que las circunda. Vaya como principio.
LOS DOS CAMPOS
Los que habitaban en muchos municipios de montaña, en los que cada familia
residía en una casa estable y centenaria, a la que podía añadírsela alguna más, de
posibles colonos, con su bosque, que les proveía de leña para cocinar, madera para
las vigas, montantes y utensilios, y a lo sumo piñones o resina. Con campos de
cereales y hortalizas, su pequeño rebaño y sus aves de corral, a su próximo
alrededor, eran casi autosuficientes, relacionándose con los vecinos, que podían
vivir lejos, exclusivamente los domingos en la misa parroquial y en algunas ferias
comarcales de ganado. Piénsese ahora en su particular temperamento y
sociabilidad.
Otra cosa es la llanura, con sus pueblos, tal vez diminutos, pero apiñadas las casa y
arropadas todas por la iglesia, que lucía un campanario anunciador a todos los
vecinos de la hora que era, de qué oración debían rezar, ángelus por ejemplo, que
noticia de interés debían conocer, desde el fallecimiento de un feligrés, hasta un
incendio o un delito que se debía perseguir.
En el núcleo de la población, una fuente pública congregaba a los que allí se
proveían de agua potable, la del pozo o aljibe familiar, con frecuencia no lo era. Tal
vez un lavadero municipal era lugar de encuentro de las comadres, que afanándose
en la operación y sin abandonarla, se comunicaban noticias y chismorreos. Los
campos estaban diseminados y sin orden ni concierto. Las faenas agrícolas se
realizaban lejanamente y cada labrador en la suya, solitariamente. Los rebaños o se
quedaban a la intemperie o volvían los pastores al atardecer a guardarlos en los
rediles y ordeñar a las ovejas.
LO ÚLTIMO DESCRITO
El paisaje no aparece festoneado por cimas importantes, a lo sumo ondulantes
cerros. Es tierra absoluta, bajo cielo absoluto. Posee alguna característica buena del
desierto. La índole de sus habitantes también es peculiar. De entrada Castilla es
algo así como lo último descrito. Pero no del todo. La Castilla del poema, la del
pasiego de Cantabria, o la de Soria, junto al padre Duero, incluso la Valladolid con
el Pisuerga y el Adaja y el Eresma, que se encuentra junto a mi lugar de
nacimiento, le falta este absolutismo del terruño, que genera místicos como Teresa
de Ávila y Juan de la Cruz.
La meseta central o castellana, se eleva más arriba de los 600m. sobre el nivel del
mar, su clima es más continental que mediterráneo, sus riquezas naturales más
propicias al cultivo del cereal que de otros productos, de aquí que se la llamó el
granero de la península.
(He hablado del misticismo y he mencionado dos próceres, pero eso no quiere decir
que sea exclusivo este don de Dios de los habitantes de tierras áridas. No puedo
olvidar, este año 2016 en el que estoy escribiendo, a Ramón Llull, séptimo
centenario de su muerte, que no es precisamente fruto del páramo. Este monstruo
del saber, del comercio, de tan diversas cosas, también de la contemplación, autor
del fascinante “Libro del Amigo y del amado”, era isleño mediterráneo y
navegante).
EL MONACATO
No puedo olvidar el monacato, negro de Benito, blanco de la Trapa o de la Cartuja,
que sabe encontrar en arrinconados promontorios, lugar apropiado al cultivo de su
vocación. Adelanto ya lugares en Castilla como Valvanera, Miraflores o Dueñas.
Decía al principio que la idiosincrasia de un pueblo, la personalidad de un individuo,
dependía de la geografía que le ha visto nacer y entorna su cotidiano vivir de
adulto. Eso era antes verdad. Las carreteras, las autopistas, la radio y la televisión,
el teléfono y el mundo cibernético, ha cambiado totalmente lo dicho.
LOS HEROES
Los héroes peliculeros, los de los seriales, los músicos, las noticias impresas y las
transmitidas o recibidas por internet, la tecnología, son de dominio mundial.
También los maestros, los médicos, los ingenieros o los clérigos no son de
procedencia exclusiva de la comarca donde uno reside. Añádase el turismo y las
migraciones, estimuladas por diferentes fenómenos, políticos, catástrofes naturales,
economía de consumo, etc.
(Me dicen que en el lugar donde nací, Pozaldez, una tercera parte de sus habitantes
son foráneos, principalmente rumanos. En el vecino de mis ancestros,
Matapozuelos, me cuentan que el párroco es indio).
Legítimamente se pregunta uno ¿Cuál será hoy y en el futuro el estímulo que
influirá con más poder en la formación de la personalidad individual y colectiva? ¿O
tal vez ya no exista y cada uno será fruto exclusivamente de sí mismo, de sus
intereses, de sus inquietudes personales? Continuaré hablando de la Castilla mítica,
que no ha desaparecido del todo, también de la actual, que no se diferencia
demasiado de otras tierras. Por hoy es suficiente.