SOLO POR AMOR
A nivel de Iglesia estamos viviendo el “tiempo de cuaresma”
Son cuarenta días para celebrar la oportunidad de un cambio.
Es un tiempo donde se nos invita a mirar a Jesús a los ojos y hacer algo para
agradarle.
Por ello es un tiempo para el cambio interior que debe reflejarse en actitudes
nuevas.
Para poder agradar a Dios, necesariamente, debemos mirar a Jesús.
Mirar a Jesús es mirar a una persona para intentar descubrirla un poco más.
Quizás nos hemos acostumbrado a mirar a Jesús como un personaje del pasado y
por lo tanto desprovisto de actualidad.
Ello nos ha llevado a perder de vista a Dios que participa de nuestra historia.
Quizás nos hemos acostumbrado a mirar a Jesús presente en las realidades gratas
que nos tocan vivir.
Ello nos ha llevado a alejar a Dios de una historia cargada de situaciones difíciles de
entender o aceptar.
Cada vez que alejamos a Jesús de los rostros concretos de los seres con los que
convivimos alejamos a Jesús del hoy y lo despojamos de realidad.
Sin lugar a dudas es mucho más cómodo encerrara a Jesús en un templo o en
algunas prácticas piadosas que contemplarlo en la mirada exigente de los demás.
¿No nos estaremos inventando un Jesús cómodo cuando Jesús fue un personaje
incómodo?
Fue incómodo porque pretendió revertir los valores del sistema de su tiempo.
Fue incómodo porque centró su atención en aquellos que estaban necesitados y no
en los que tenían la realidad solucionada.
Fue incómodo porque supo salir al encuentro de quienes necesitaban saberse
personas.
Fue incómodo porque no dudó en compartir la mesa con aquellos que, según el
sistema, no merecían un lugar en la mesa.
Fue incómodo porque se animó a poner “patas arriba” los esquemas de su tiempo.
Fue incómodo porque no buscó ser servido sino servir.
Al mirar a Jesús nos encontramos con un ser que jamás nos puede dejar cómodos.
Este tiempo de cuaresma es una invitación a contemplar a los ojos a Jesús e
intentar convertirnos en él.
Nuestra tarea como cristianos no es convertirnos a Jesús sino convertirnos en
Jesús.
Tal realidad solamente es posible en la medida en que nos dejemos amar por él e
intentar responder a su amor.
Nuestra conversión debe ser un acto de amor.
Intentamos convertirnos desde una experiencia de amor vivida en profundidad.
Nuestra conversión es el intento de agradar a ese ser que nos ama con tanta
intensidad.
No cambiamos por miedo a algún castigo ni por vergüenza de nuestros errores.
Nuestro cambio debe responder al amor.
Solamente desde el amor es que podemos asumir un cambio con profundidad y
verdad.
Debe ser un cambio que se hace manifestación en nuestro actuar para con los
demás.
No es suficiente un cambio que se queda en nuestro interior.
No es auténtico un cambio del que solamente yo soy conocedor.
Todo lo de Jesús dice de una postura de vida hecha relación con el Padre Dios y con
los demás.
Jesús era un místico en la acción.
No se quedó en el disfrute de la oración sino que vivió el compromiso con quienes
le necesitaban para saberse personas amadas por Dios.
Sus parábolas y sus signos no son otra cosa que un mostrarnos al Padre Dios
cercano y amoroso para con sus hijos.
Vivir a Jesús sólo puede hacerse desde y con amor.
Padre Martín Ponce de León SDB