Argumentos e intereses
P. Fernando Pascual
27-2-2016
¿Actúan siempre con desinterés los científicos, los filósofos, los literatos, los periodistas? Cuando
elaboran y presentan argumentos para defender ciertas ideas y propuestas, ¿lo hacen sin motivaciones
concretas?
Investigar algo supone, como punto de partida, un interés, que lleva al deseo de conocer. Quienes
quieren saber si hay 8, 9 o más planetas, o saber si todos los seres humanos tienen 46 cromosomas o
no, lo hacen desde intereses más o menos explícitos.
¿De dónde surge el interés? Las respuestas pueden variar muchísimo. Unos buscan algo para seguir
adelante en su carrera. Otros para rebatir a un “contrincante”. Otros por simple curiosidad. Otros para
mantenerse mentalmente activos. Otros para ganarse el pan de cada día.
Desde esos intereses surgen los argumentos de muchos debates. Basta con presenciar una discusión a
favor o en contra del aborto para percibir los intereses que separan a unos de otros.
Por desgracia, esos intereses pueden cegar la mente y el corazón de las personas. Resulta fácil que la
propia idea quede exaltada y reforzada continuamente con nuevos argumentos, mientras que la idea
ajena sea rechazada o ridiculizada con otros argumentos.
Tomar conciencia de los propios intereses puede dejar espacios a un debate más equilibrado y a una
atención mayor a los argumentos de los interlocutores.
Por ejemplo, un defensor del aborto no debería tachar a esta persona que critica al aborto como
misógino. Igualmente, un defensor de la vida de los hijos antes de nacer no debería etiquetar a este
defensor del aborto como un aliado interesado de la industria abortista.
Una de las grandezas de los seres humanos consiste en reconocer los propios intereses y descubrir si
tales intereses llevan a errores de interpretación y a utilizar argumentos sofísticos, o si mantienen la
mente abierta a la escucha y a razonamientos bien elaborados.
Solo con personas así será posible dialogar con un deseo auténtico y sincero por buscar lo verdadero,
sea dicho por quien sea dicho. De este modo, uno estará más abierto a acoger críticas serias que
destruyen prejuicios equivocados, y a plantearse si los propios intereses son correctos o vale la pena
dejarlos a un lado para escoger otros mejores y más fecundos.