EL PALOMO CENICIENTO
Todos los días disfruto un momento con mis palomas.
Tienen sus costumbres y me entretengo en ver como no varían las mismas.
Una de ellas come de mi mano y es la única que lo hace.
No porque otras no lo hayan intentado sino que a todas las ha corrido.
Hoy ella es la única que lo realiza.
Pongo comida en mi mano y algunas vuelan hasta allí pero no se posan, como que
aceptan que solamente una puede hacerlo.
Al ver el vuelo de otras ella emprende vuelo, se posa en mi mano y come mientras
el resto come lo que ella hace caer al suelo.
Pongo comida sobre un concreto lugar y, siempre, un macho ceniciento es el
primero en posarse.
Otros también lo hacen y el primero a fuerza de golpes con el ala y picotazos los
trata de ahuyentar.
Mientras está ocupado en tal cosa otras palomas aprovechan y comen.
Se percata de que están comiendo y se apura a ahuyentar a quienes están
realizando tal cosa.
Él se encarga de correr a quienes se posan en ese lugar y picotean algo de comida.
Debe correr de un extremo al otro para impedir que coman.
Al realizar esa tarea se ve impedido de comer sin lograr que las otras se vean
impedidas de hacerlo.
Al cabo de un tiempo dejan de posarse en ese lugar y buscan en el suelo algo de
comida que puedan encontrar.
El macho ceniciento ya está solo pero ya no tiene nada que comer.
El palomo quiere vigilar para comer solo.
Es imposible poder realizar ambas tareas en simultáneo.
Siempre sucede lo mismo. Por tratar de ser el único para comer se queda sin
comida.
Ello me resulta una conducta muy humana, muy frecuente.
Compartir es una de nuestras dificultades que hacen a nuestra convivencia.
Vivimos inmersos en un individualismo que nos impide disfrutar plenamente lo que
hace a nuestra realidad.
Lo “mío” es más importante que lo “nuestro”.
Detrás de lo “mío” corremos, nos agobiamos y gastamos nuestro tiempo.
Obtener algo se nos vuelve un empeño desgastante que nos impide disfrutar a
pleno lo conseguido.
Tan desgastante que, en oportunidades, no logramos justificar todos nuestros
empeños en pos de tal logro.
Otras veces, al lograr lo obtenido, no podemos explicarnos la razón que nos motivó
a tanto empeño ya que aquello no es, ya, de nuestro interés.
Parecería que hemos aprendido que compartir siempre es perder.
Compartir siempre es ganar aunque nos cueste aceptarlo.
Compartir es lograr algo con menos empeño.
Compartir es obtener algo con más prisa.
Compartir es poder disfrutar lo obtenido con mayor plenitud.
No solamente obtenemos lo logrado sino, también, la inmensa satisfacción de haber
ayudado a otro a obtener lo que nosotros.
Mientras no busquemos aprender a compartir estaremos reiterando lo del palomo
ceniciento.
Gastaremos esfuerzos en pretender lograr lo que no obtendremos o no podremos
disfrutar en plenitud.
Padre Martín Ponce de León SDB