Somos muchos, y cada uno es único
P. Fernando Pascual
20-2-2016
Al ver algunas gráficas sobre la población mundial a lo largo de la historia, constatamos el
enorme aumento demográfico en los últimos 200 años. Si a inicios del siglo XIX éramos 1.000
millones de personas, ahora somos más de 7.000 millones.
Somos muchos, sí. Para algunos, seríamos “demasiados”. Es decir, que según esas personas la
humanidad habría aumentado tanto que ahora tenemos un superávit de gente, y esto provoca
enormes peligros y retos para el futuro.
Más allá de los números, tanto en el pasado como en el presente, cada ser humano es único e
irrepetible. Será rico o pobre, hablará chino o inglés, gozará de salud o de enfermedad, tendrá
muchos o pocos años. No importa: es único simplemente por ser lo que es.
Por eso, lo característico entre los seres humanos consiste en la singularidad. Porque Pedro no es
María, ni Juana es Johnny, ni Felipe es Siao. La vida de cada uno surge desde una familia, con
un nombre y unos apellidos, con relaciones intensas y únicas, con un pasado y la mirada puesta
hacia el futuro.
La riqueza y singularidad humanas explican que nadie sobra, que ninguno “está de más” en el
planeta. Es cierto que la llegada de un hijo implica reajustes y exige inversiones. Pero incluso
quien vive pocas horas y muere por falta de comida o de medicinas, ha compartido un breve
trecho del misterioso camino humano.
Después de ese trecho, se abre un horizonte que ahora solo vislumbramos, pero que lleva a
plenitud cada singularidad. Porque más allá de la muerte cada uno se encontrará con Dios, e
iniciará una nueva etapa que, esperamos, será de plenitud, y que depende, para quienes hemos
llegado a la edad adulta, de las elecciones asumidas libremente.
Nadie sobra. Cada uno es importante. Aquí, simplemente por su condición humana. Allá, en la
vida eterna, desde la posesión de un alma llamada al encuentro con Dios. Por eso cada existencia
humana tiene un valor incalculable, gracias a su origen misterioso y único, y gracias al destino
que nos pone en relación directa e indestructible con un Padre que nos ama infinitamente.