La tristeza y su curación
P. Adolfo Güémez, L.C.
Antes de su caída en el Pecado Original, el ser humano no conocía la tristeza. Porque en ese
momento no podía perder ningún bien de los que poseía, todo le estaba dado por Dios y
centrado en Él.
Pero el Pecado nos traería esta herencia también…
Obviamente que hay una tristeza buena: la cual nos lleva a dolernos de haber perdido la
amistad con Dios, por haberlo ofendido a Él o a alguno de nuestros prójimos. El fin de la
tristeza, en este caso, es positivo, pues nos lleva a ponernos las pilas y rehacer lo que
hicimos mal.
También es buena la tristeza cuando surge por haber perdido un bien debido, tan necesario
o tan querido como puede ser la pérdida de un hijo, el padre o la madre. En este caso, la
tristeza es necesaria y sanadora, siempre y cuando esté controlada adecuadamente.
Pero vamos a centrarnos en la tristeza negativa, la cual nace de haber perdido algún bien no
adecuado ni debido, y la contrariedad que se genera por echar de menos el placer que este
bien nos hubiera dado.
Aquí se ve claramente la diferencia entre las dos tristezas. La primera es serena, tranquila,
moviliza al bien. La segunda es avasalladora, quiere imponerse, revelarse, genera inquietud.
¡Nos roba la paz!
La tristeza negativa es una enfermedad de la cual hay que curarse. ¿Cómo?
Lo primero de todo es reconocer el estado en el que uno está y querer superarlo. Puede
parecer extraño, pero la persona triste muchas veces disfruta de su melancolía, por la
autocompasión que genera, así como por la atención que recibe de parte de otros. Así pues,
el primer paso de la cura consiste en reconocer que no se está bien y querer salir adelante.
Si la causa de la tristeza es por alguna traición o decepción, la curación comenzará por
colocar estas situaciones a la luz de su realidad: todo pasa, y nada vale la pena a cambio de
consumirme en mi tristeza.
Por eso decía Juan Clímaco que «el ser humano que ha llegado a detestar al mundo, escapa
a la tristeza. Pero el que está atado a cualquier cosa visible, no está aún libre de la tristeza.
Pues, ¿cómo no entristecerse si se le ha privado de lo que ama?»
Los acontecimientos de la vida pueden suscitar tristeza, pero, en realidad, no son la causa,
sino la ocasión de que se dé. De mí depende abrirle mi corazón o no a una ofensa o a la
pérdida de un bien.
Es fundamental ubicar cada cosa en su lugar, y no darle relevancia a lo que no tiene
importancia, so pena de vivir en continua intranquilidad de alma.
Si la causa de la tristeza es algo vago, no se sabe de dónde viene, entonces será necesario el
acompañamiento espiritual por parte de un director. Y, en casos más patológicos, la
consulta sicológica, e incluso siquiátrica.
Una última anotación sobre la tristeza buena. En este caso, las lágrimas no pueden ser
suprimidas cuando vienen, pues cumplen también un papel pedagógico y curativo.
Las lágrimas limpian el alma, como el agua limpia el cuerpo.
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