MANOS CÁLIDAS
No sé si en alguna otra oportunidad ya habían entonado aquella canción.
Si ya lo habían hecho, no le había prestado mucha atención, por ello es que sentí
que le escuchaba por vez primera.
Habla, la canción, de manos, de Tus manos Señor, y, tal cosa, es un tema que me
agrada.
“Déjame sentir el calor de tus manos” concluía.
Lo primero que vino a mi mente fueron aquellas manos grandes que estreché en
una oportunidad y me llevó a un: “¡Qué caliente tenés tu mano!”.
Sobradamente sé que esas manos son parte de tus manos así como su voz posee el
tono de tu voz.
Inmediatamente después pensé en tus manos ocupadas de clavo, sangre y cruz.
Son esas manos plenas de amor a las que se hace necesario unir las mías para
experimentar el disfrute de tu calor.
Si pudiese elegir, Señor........
¡Vaya uno a saber cuales manos tuyas elegiría!
Quizás elegiría tus manos bendecidoras de panes y peces para saciar las
necesidades de las gentes.
Tal vez elegiría tus manos tendidas a aquella niña cuyos familiares lloran su muerte
y tú, al tocar las suyas, le haces despertar entre sonrisas.
Podría elegir aquellas tus manos estrujadas de oración fiel y temor humano que
exclaman: “No se haga mi voluntad sino la tuya”.
Sin duda que son muchas manos y todas ellas están en las tuyas, Señor
crucificado.
Esas son tus manos plenas de amor, cercanas en solidaridad, desbordadas de
coherente fidelidad y colmadas de vida.
Esas son tus manos plenas de calor.
Y.......... ¿sabés?.......... me dan cierto miedo esas tus manos.
Cualquiera en su sano juicio posee sobradas razones para temer.
¡Hasta para vos fue difícil!
Esas tus manos de crucificado no se conforman con que las contemplemos con los
ojos desbordados de asombro ante tantísimo amor.
Tampoco es un algo que se pueda limitar a un fugaz acercamiento.
Nunca te conformás con tal cosa.
Vos siempre pretendés más. Buscás una comunión.
¿Comunión de tus manos de crucificado con mis manos? No puedo evitar que tal
cosa me asuste.
¿Para recibir el calor de tus manos, necesario se hace “crucificarse” con vos?
Sin lugar a dudas que no hay otra forma, no existe otra manera. Es poder lograr
que tus manos sean las mías.
Es asumir la necesidad de brindarlas sin ocuparme en guardarlas o cuidarlas.
Es brindarlas para que, ellas también, se ocupen de clavo, sangre y cruz.
Es darlas para que, al igual que las tuyas, el amor se haga comunión de carne y
madera, comunión de muerte y vida.
“Déjame sentir el calor de tus manos”.
Es renunciar a que las mías sean mías para que pasen a una total y plena
disponibilidad para con el proyecto amoroso del Padre.
Es sentir que ya no existirá la posibilidad de un guardar las mías para una
oportunidad más cómoda, hacer tal cosa será vivir una claudicación.
Miro mis manos y sé que descubro sobradas razones para experimentar la
necesidad del calor de las tuyas pero, a su vez, no puedo evitar sentir un mucho de
miedo.
Uno quisiera tus manos sin cruz.
Uno desearía poder vivir el calor de tus manos sin la perturbadora presencia de ese
clavo y de esa incomodante sangre.
Uno buscaría el calor de tus manos si no fuese que se hace necesario la comunión
con esas deshechas manos tuyas.
Un día estreché aquellas manos grandes trozo de tus manos y sentí la presencia del
calor de la amistad, de la cercanía, de la renuncia y de la felicidad.
Tengo miedo, no lo puedo evitar ni ocultar, pero....... ¿sabés, Señor?......... yo
también quisiera que alguien, al estrechar mi mano, pudiese decir “¡Qué caliente
tenés tu mano!”.
Para que mis manos estén plenas de tu calor........... “Déjame sentir el calor de tus
manos”
Padre Martín Ponce de León SDB