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Es la hora del discernimiento
Ángel Gutiérrez Sanz
Después de un largo periodo de gestación, llega a nuestras manos la
esperada Exhortación Apostólica Postsinodal, que Francisco ha tenido a
bien bautizar con el nombre de “Amoris Letitiae”. Es ahora cuando se abre
un nuevo periodo de estudio, porque el documento está ahí para que pueda
ser interpretado en clave de discernimiento, por quien corresponde.
Todavía es pronto para opinar, pero yo tengo la sensación de que el
documento, aunque no haya respondido a las expectativas desmesuradas de
unos y otros, no ha irritado a nadie en demasía, salvo las excepciones de
rigor y esto es muy buena señal, porque ello quiere decir que nos
encontramos en la zona templada, en la que todo el mundo puede sentirse
razonablemente cómodo, que es exactamente de lo que se trataba. Hubiera
sido un contrasentido que un documento esencialmente reconciliatorio
como éste, hubiere sido motivo de recelos y escisión. Francisco nos exhorta
a todos a que colaboremos en el enriquecimiento de una verdad, que puede
ser contemplada desde perspectivas distintas, sin que por ello quede
comprometida la unidad esencial de doctrina y de praxis. Nadie sobra,
nadie queda excluido en esta nueva aventura que hoy comienza.
Previsiblemente habrá quienes digan que las cosas estaban bien como
estaban y no hay porqué cambiar nada, habrá, por el contrario, quienes
piensen que hay que dar un paso adelante. Todo indica que unos se van a
encargar de nadar y otros de guardar la ropa. A lo mejor es que las cosas
tienen que ser así. Allá cada cual… Lo que yo pretendo con estas líneas es
ofrecer mi punto de vista de la forma más honestamente posible, como lo
están haciendo los demás. El documento que acaba de llegarnos, en su
conjunto me ha parecido importante, pero con un interés desigual según
sean las motivaciones de cada uno. Tenemos una primera parte donde
abundan las descripciones y análisis de la compleja situación familiar,
susceptible de ser vivida desde la alegría que proporciona el amor. Sin
negar valor a estas numerosas páginas esclarecedoras sobre lo que es y
debe ser la realidad familiar, yo me quedo con el Capítulo Octavo, donde se
plantea la situación de los separados católicos que han vuelto a casarse y
que ya desde ahora, lo señalo como el centro de mi comentario.
Este capítulo, que más que leerlo hay que estudiarlo reflexivamente,
arranca con unas clarificadoras palabras. “Los Padres sinodales han
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expresado que, aunque la Iglesia entiende que toda ruptura del vínculo
matrimonial va contra la voluntad de Dios, también es consciente de la
fragilidad de muchos de sus hijos» ( Relatio Synodi 2014, 24)….El Sínodo
se ha referido a distintas situaciones de fragilidad o imperfección. Al
respecto, quiero recordar aquí algo que he querido plantear con claridad a
toda la Iglesia para que no equivoquemos el camino: «Dos lógicas
recorren toda la historia de la Iglesia: marginar y reintegrar. El camino de
la Iglesia, desde el concilio de Jerusalén en adelante, es siempre el camino
de Jesús, el de la misericordia y de la integración. El camino de la Iglesia
es el de no condenar a nadie.” A partir de aquí es fácil comprender el
empeño del Papa en hacer llegar su cálido aliento paternal a los hijos más
frágiles, marcados por el amor herido y extraviado, recordándonos “ que, a
menudo, la tarea de la Iglesia se asemeja a la de un hospital de campaña”.
Para él está claro que el Derecho Canónico ha de ir atemperado por el
espíritu del Evangelio y así poder decir que no está hecho el hombre para la
ley sino la ley para el hombre, pero como siempre, habrá quien se resista a
someterse a esta dinámica.
Según me ha parecido constatar a través de las redes sociales, no son pocos
los que se mantienen inamovibles en sus posturas, como si nada hubiera
pasado. La doctrina de la Iglesia, dicen, no ha cambiado nada con respecto
al matrimonio, la familia, la gracia, los sacramentos; entonces ¿por qué
vamos a cambiar nosotros?.... sigamos como antes, aplicando la ley a los
adúlteros. Cierto es que la doctrina de la Iglesia no ha cambiado,
permanece intacta, en esto tienen toda la razón; lo que sucede es que esa
doctrina ha sido complementada con otra doctrina, que también estaba ahí,
sólo que en letra pequeñita y que ahora se le ha aplicado la lupa y se ha
hecho legible. Naturalmente ello ha dado lugar a que la situación de los
divorciados católicos pueda ser interpretada en un contexto más amplio del
que se venía haciendo, exhortando a que “Nadie puede ser condenado para
siempre, porque esa no es la lógica del Evangelio ” Veamos:
No existe la menor duda de que la norma objetiva es un bien inestimable,
un referente moral que hay que tener siempre presente; pero ojo, no es el
único elemento a tener en cuenta, también hay que tomar en consideración
las múltiples variantes personales y circunstancias concurrentes en cada
situación ; esto es algo que todos los moralistas católicos nos lo están
recordando, lo que sucede es que los humanos , muy dados a juzgar a los
demás desde fuera, nos hemos ido quedando sólo con la norma universal
absolutizada, aplicándola a todos los casos por igual, lo cual no deja de ser
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una aberración. Prohibido está matar, por ejemplo, pero no es lo mismo
hacerlo por sadismo que hacerlo en legítima defensa. Por eso se nos
aconseja que «hay que evitar los juicios que no toman en cuenta la
complejidad de las diversas situaciones y hay que estar atentos al modo en
que las personas viven y sufren a causa de su condición» “ La ethica ordine
geometrico demostrata” pudo satisfacer a Baruch Spinoza, pero no a
Tomás de Aquino, atento a la indeterminación de los casos concretos.
Hablando en el lenguaje clásico de siempre, es obligado recordar que los
criterios de moralidad siempre han sido dos: el objetivo y el subjetivo , la
norma y la conciencia , algo que desgraciadamente no siempre ha sido
tenido en cuenta, por eso este documento pontificio amablemente se
lamenta de ello diciendo “ Nos cuesta dejar espacio a la conciencia de los
fieles, que muchas veces responden lo mejor posible al Evangelio en medio
de sus límites y pueden desarrollar su propio discernimiento ante
situaciones donde se rompen todos los esquemas. Estamos llamados a
formar las conciencias, pero no a pretender sustituirlas.”
Ante la necesidad de conocer en su conjunto, tanto la norma como el hecho
en cuestión, Sto. Tomás incluso se atreve a decir que «si no hay más que
uno solo de los dos conocimientos, es preferible que éste sea el
conocimiento de la realidad particular que se acerca más al obrar»:
(Sententia libri Ethicorum, VI, 6 (ed. Leonina, t. XLVII ). En lógica consecuencia
ninguna norma, ni siquiera la que se desprende de forma más inmediata de
la ley Natural, debiera ser impuesta al sujeto apriorísticamente, sino que
está ahí para ser utilizada como fuente de inspiración objetiva, que
acompaña a la toma de una decisión personal. De aquí que en el contexto
de la moral católica es perfectamente comprensible que en una situación
objetiva de pecado nos encontremos con conciencias subjetivamente no
culpables o que no lo sean plenamente . “Es mezquino detenerse sólo a
considerar si el obrar de una persona responde o no a una ley o norma
general, porque eso no basta para discernir y asegurar una plena fidelidad
a Dios en la existencia concreta de un ser humano ”.
En referencia a los divorciados católicos vueltos a casar, existen
atenuantes a los que el documento alude, señalándose situaciones, como el
mismo Juan Pablo II había reconocido, en que la separación de los
cónyuges se hace inevitable o moralmente necesaria; pero no es cuestión
de detenernos en este asunto y confeccionar un exhaustivo catálogo de las
diferentes circunstancias que pueden concurrir al acto, pues no dejaría de
ser un cliché prefabricado no totalmente acomodable a cada situación
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concreta, ya que cada caso es un mundo aparte que habrá de ser analizado
por quien corresponda.
Es así como llegamos a la última resolución tomada por el Papa Francisco
en este valioso documento, en torno a los católicos divorciados que han
vuelto a vivir en pareja . No hay un veredicto definitivo, ni fórmula mágica
que resuelva la cuestión, ni siquiera una nueva normativa general de tipo
canónico aplicable a todos los casos. Nada de eso. La única salida a esta
delicada situación es estudiar caso por caso. Se pone así en marcha la vía
del discernimiento personal y pastoral de las situaciones particulares.
Discernimiento es algo más, mucho más que aplicar las leyes a los casos
irregulares en su conjunto “como si fueran rocas que se lanzan sobre la
vida de las personas”. A partir de ahora el asunto queda en manos de los
directores espirituales, confesores y presbíteros quienes, en conformidad
con las enseñanzas de la Iglesia y las orientaciones precisas de su
Ordinario, habrán de encargarse de orientar, acompañar y decidir que tipo
de exclusiones pueden ser removidas a los hermanos que tan necesitados
están de consuelo y ayuda espiritual.
Algo ha cambiado : “ya no es posible decir que todos los que se encuentran
en alguna situación así llamada «irregular» viven en una situación de
pecado mortal” . Algo ha cambiado: a quienes antes estaban excluidos y se
les impedía acercarse al altar o al confesionario hoy se les convoca a un
posible acto de reconciliación, porque el discernimiento es posible. Algo ha
cambiado: porque las puertas que estaban cerradas a cal y canto han
quedado entreabiertas y por sus rendijas se cuela un rayito de esperanza.
Lo triste es que ya llegamos tarde para acompañar y acoger a muchos
hermanos que tal vez no fueron peores, ni merecieron menos la
misericordia que a los demás se nos dispensa a manos llenas.
¿Quién podrá negar la “alegría del amor” a los hijos de Dios y excluirles
del consuelo de su perdón? Yo quiero creer que el Sínodo de la Familia no
sólo va a ser un rayo de luz, capaz iluminar la situación angustiosa en que
encuentran no pocos divorciados católicos, sino que puede ser motivo de
esperanza también para que en un futuro próximo se vayan dando
respuestas adecuadas por la vía del recto discernimiento a las asignaturas
pendientes que aún existen dentro de la Iglesia Católica.
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