PAN
Padre Pedrojosé Ynaraja
Hay cosas que nadie te explica y que se entera uno por casualidad, como ocurre
con tantas no incluidas en los programas escolares. Una de ellas es la cuestión
del pan de la que ahora hablaré.
De pequeño me tocó tener hambre de pan durante la época del racionamiento.
Posteriormente, su presencia era obligatoria en cualquier yantar y obligatorio
también consumirlo, para quedar saciada el hambre, con un alimento de bajo
precio.
Recientemente, me extrañaba que cuando invitaba a alguien a comer en mi casa
y ese alguien procedía de lejanas tierras, cuando le preguntaba que le gustaría
más que le sirviera, e iba yo mencionando alimentos que aceptaba o no, me
añadiera a veces: pan. Pan se supone siempre que comeremos, le añadía yo. Un
día un seminarista caribeño me advirtió que si para nosotros es obligatorio el
pan en cualquier mesa, no ocurre lo mismo en otros lares. No faltará el arroz
nunca en unos, o las tortas de maíz en otros, me dijo. Algo semejante me
cuenta un compañero sacerdote ruandés: nosotros no comemos nunca pan y en
cambio no faltan las alubias en la nuestras comidas. Podría multiplicar otros
ejemplos de lo que voy descubriendo hasta el presente.
Reconozco ahora que los cereales, triturados, amasados y horneados, son
costumbres inveteradas del pueblo bíblico, que anclan sus raíces en la antigua
Mesopotamia. Leo estos días que un equipo de arqueólogos que excavaban en
Tell Halif, por tierras del Neguev, decidieron recientemente hacerse, para
conocer e interpretar mejor sus logros, un horno a la usanza de la cultura que
iban descubriendo y elaborar pan en él. Se trata de estudiantes de EEUU,
concretamente de la universidad Willim Jessup, no es, pues, un juego de
parvulitos.
El pan en la Biblia es mencionado 273 veces. Como tantas veces he dicho y
repetido, el pan habitual de un israelita de época bíblica, era de cebada. Los días
de fiesta, incluido entre ellos el semanal sábado, o si se trataba de gente
pudiente, lo comían de trigo. En años de escasez, o los pobres, lo elaboraban
con harina de espelta. El precio, pues, en aquellos tiempos, era inverso al de
ahora. (La espelta dicen que es descendiente de la del Arca de Noé (sic). La
notoriedad actual de este grano se debe en gran medida a las recomendaciones
de Santa Hildegarda, la santa canonizada sin proceso y elevada a la categoría de
doctora de la Iglesia por el Papa Benedicto XVI).
Me alejaba del propósito que tenía al iniciar este escrito, vuelvo. Creo que no es
necesario hacerse un horno de arcilla para el experimento técnico-bíblico que
propongo. Jesús, según cuenta Juan 21,11, ofreció a sus discípulos panes
hechos sobre brasas, imagino, pues, que hacerlo nosotros en el simple horno de
una cocina hogareña, no variará demasiado su sabor y apariencia, respecto al
que experimentaban los de aquellos tiempos.
Componentes. Además del agua, lo fundamental es la harina y, generalmente,
algo de sal. Al mezclarlo todo, la primera sorpresa que se lleva el niño, y
también muchos adultos, es que no resulta fácil conseguirlo, acostumbrado
como está a hacerlo con el barro, el yeso o el cemento. Hay que amasar la
harina enérgicamente una y mil veces, si uno quiere conseguir una masa
homogénea.
El pan habitual contiene levadura. La primera vez que emprende uno la
experiencia que vengo describiendo, creo yo, que lo mejor es comprarla en
cualquier supermercado. Le faltará la plasticidad de la artesana, pero podrá uno
tenerla de inmediato. Conviene aprovechar la ocasión para probarla. Su gusto es
ácido, agrio, semeja algo corrompido, así lo saborea, si es capaz de hacerlo. Es
bueno conocer esta característica, pues, en Pascua, año nuevo, vida nueva que
debe ser considerada la fiesta, a la materia pura, la primera harina de las
primeras espigas que debería ser para empezar el ciclo, no se le añade levadura,
pese a que el pan que carece de ella, resulte algo duro y quebradizo, además de
macizo, de masticación laboriosa.
A la pizca de levadura del pan que estamos haciendo, hay que dejarla actuar
lentamente y que esté la masa abrigada, sin llegar a estar caliente, ya que, en
este caso, morirían precisamente los enzimas que han de cambiar sus
características organolépticas. Mientras fermenta en un rincón, uno puede ir
recordando la parábola de la buena ama de casa que explicó el Señor (Lc
13,21).
La labor que he descrito puede efectuarse en casa o al aire libre, también ser
ejercicio de adultos o actividad de niños. La masa que se pega a los dedos, la
mezcla que debe ser homogéneo y el cansancio que supone el amasado y el
cuidado de darle al producto una forma atractiva, redondo o alargado,
generalmente, es muy apropiada para sentirse unido a Santa María, que a este
trabajo dedicaría sus buenos ratos hogareños. Si se quiere trabajar con más
autenticidad, como lo hicieron los universitarios de California, el horno será de
piedra, como los que vemos en los muros de las casitas de Nazaret del tiempo
de Jesús, o de arcilla, en forma de colmena antigua. Perfectamente ya secas sus
paredes, se calienta con leña su interior. Digo leña y advierto que en tiempos
antiguos, se acudía a excrementos secos de los animales del pastor,
principalmente, si poseía alguno, los del camello. (Aunque parezca extraño al
lector, es el combustible que tiene siempre a mano, el precavido beduino).
Si la labor se ha efectuado con gente joven y cristiana, se pueden elaborar,
simultáneamente, algunos panes ácimos, es decir, sin levadura, ni sal y
aprovecharse de ellos para la celebración eucarística. Se cumplirá así,
acertadamente, las normas litúrgicas de la “Instrucción general del misal
romano” nº 321, que dice: la naturaleza del signo exige que la materia de la
celebración eucarística aparezca verdaderamente como alimento, cosa que, digo
yo, no cumplen las habituales celebraciones. (Advierto que desde hace años,
nosotros celebramos siempre con unos panes que cumplen estos requisitos. Los
compramos en Francia o en Andorra, que a nosotros nos cuesta poco
desplazarnos. Evidentemente también de Tierra Santa o nos los traen de
ciudades europeas, donde existen nutridas comunidades judías).
A alguno le parecerá que estos desvelos son excesivos, por mi parte pienso yo
que se merece más precisión y esmero el banquete eucarístico, que cualquier
festín o merendola de las que se preparan con motivo de un aniversario o fiesta
familiar y que tanto abundan hoy.