OFICIOS DOMÉSTICOS: TEXTÍL
Padre Pedrojosé Ynaraja
1.- No hace demasiados años, se debía señalar en el carnet de identidad la
profesión que ejercía cada uno. Generalmente, las madres de familia, mujeres
adultas, sin que les gustara demasiado, ponían: sus labores. Algo así como:
estoy en casa, cuido a mis hijos y a mi marido, soy una especie de criada que no
recibe sueldo. Podía parecer que no tenía oficio calificado, pero la labor del ama
de casa, si la ejercía con esmero, era dura, poco reconocida socialmente, pero
extraordinariamente positiva y mucho más para el Reino de los Cielos. Pero hay
algo más, generalmente, sus desvelos no quedaban encerrados en el domicilio.
¡Cuántas mujeres cristianas, al cuidado de la familia añadían el servicio a los
pobres en instituciones como Caritas, Hermanitas de los pobres, Cottolengo,
Conferencias de san Vicente de Paul, etc. etc. sin olvidar la ayuda y cuidado de
la iglesia a la que iban a misa!. Paréceme que estoy hablando de mi madre.
En la actualidad, como consecuencia de diversos cambios sociales, la esposa sale
más de casa, sin que hacerlo signifique que olvida al marido o desatiende a los
hijos. No es momento este de detalles, solo recordar que fuera ejerce
profesiones u oficios que antes no eran habituales. O que los practicaba en casa.
Y aquí aterrizo.
La Biblia no es ajena a ello. El precioso final del libro de los Proverbios, cáp 31 se
refiere a una ejemplar ama de casa israelita, que se preocupa de los suyos, que
vistan bien y se luzcan en público, pero también tiene tiempo para: “hacer
túnicas de lino y venderlas, entregar al comerciante ceñidores… Se viste de
fuerza y dignidad, y se ríe del día de mañana… Está atenta a la marcha de su
casa, y no come pan de ociosidad”. ᄀanda ya!, ﾿qué progre de hoy en día es
capaz de hacer honestamente tales afirmaciones?. Y recuerdo que es un texto
del Antiguo Testamento, doctrina inspirada, Palabra de Dios. Lo de “la mujer con
la pata quebrada y en casa” por popular que sea el dicho, no es deseado por
Dios.
Una de las ocupaciones habituales, que no eran exigencia del ama de casa, pero
a la que atendía, era la de tejedora. El oficio textil requiere pasar por ciertas
etapas, me detengo un momento en la final, propia de este ámbito. En todos los
domicilios existían telares verticales, de una altura aproximada de dos metros.
Era un sencillo bastidor rectangular de simples troncos. Pendían del travesaño
superior los hilos de la urdimbre, tensados por el peso de piedras del tamaño de
un puño, o piezas de cerámica con un agujero para atar a cada una el
correspondiente hilo. Hoy en día, o más bien hasta hace poco, la tensión se
conseguía mediante muelles de acero.
Conozco el diseño de los antiguos, por haberlo visto en algún arqueódromo y en
museos. El sistema moderno, el industrial, lo había observado en fábricas y
practicado personalmente en modelos-maqueta. La lanzadera se cruzaba a mano
antiguamente y apretar cada pasada era también trabajo manual, hecho con una
especie de peine grande. El resultado de los telares domésticos eran piezas
sencillas, como las que haría Santa María en Nazaret, preparando el ajuar
hogareño necesario y después, al preparar la “canastilla” para el Hijo que
esperaba. De ello da cuenta Lucas (2,7 ss.).
El empeño de representar al Niño Jesús desnudo, puede ser catequesis útil para
demostrar que se trataba de un auténtico chiquillo, verdaderamente humano,
con sus correspondientes genitales incluidos, para que nadie dudase. Me ha
atrevido a decir lo último porque observé, visitando exposiciones con motivo del
centenario de Santa Teresa de Jesús, que abundaban imágenes con tal detalle.
Yo ya sé desde hace tiempo, que un regalo que se hacía a monjas, con motivo
de su entrada en el convento o de su profesión, era una imagen del Niño Jesús,
pero nunca me había fijado en este detalle que observé repetidamente el año
pasado, por tierras avilenses. No dudo que queda muy bien contemplarlo así,
para mentes equilibradas y serenas, pero es de alguna manera, desprestigio de
la Virgen, mujer hacendosa, sin duda, que al Niño envuelto en pañales lo
deposito en un pesebre.
Estos telares, como ya he indicado, eran de dimensiones modestas y estaban
apoyados en un muro, en el interior del domicilio. Tejidos importantes por su
tamaño o función, vestidos del Sumo Sacerdote, cortinas del Templo, etc. etc.
eran propios de tejedores. Oficio duro y por tanto, labor de varones. Sin que
fuera un especialista, el mismo San Pablo, para no ser carga de la comunidad a
la que predicaba la Buena Nueva, era tejedor de lonas bastas, muy propias para
levantar tienduchas en los mercados próximos al Cardo, (calle mayor de toda
ciudad romana). Un oficio este que ejercía como ocupación de peonaje, para no
ser gravoso a nadie. Lo suyo era la predicación, como se lo había indicado el
Señor. Lo de peón lo he dicho, porque, expresándome en lenguaje laboral
actual, en Corinto Áquila y Priscila, serían sus oficiales calificados.
Las fibras textiles que se conocían, o más bien que se tejían generalmente, eran
la lana y el lino. Lana de las ovejas y fibra vegetal del “linum usitatissimum” La
lana no necesita, creo yo, explicación. Se conseguía mediante el esquileo y
posterior lavado. El lino merece la descripción de algún detalle. La planta es
pequeña, la semilla una diminuta pepita que se siembra y florece anualmente.
Muere y es recogida con esmero para sumergirla y que permanezca en remojo
algún tiempo, se consigue con ello la liberación de las fibras de celulosa pura y
resistente. Se concluye el proceso con el cardado. Conozco la planta ya que la
sembré en casa. Sus flores blanco azulado tienen ingenuo atractivo. La mujer
partía de la fibra procesada, mediante el uso y la rueca conseguía el hilo, apto
ya para tejer o coser. No debían nunca mezclarse fibras diferentes, lana y lino,
en un mismo tejido. Era de ley. Se conocía el algodón, también la seda, pero no
eran utilizados ordinariamente en Israel.