OFICIOS: PESCADOR-II-
Padre Pedrojosé Ynaraja
Aunque se trate de continuación del de la semana anterior, en este caso, he
suprimido lo de doméstico, prefiero llamarle simple, personal, genuinamente
humano. Recoger fruta de un árbol, todos lo hemos hecho, sin necesidad de que
nos enseñaran. Todos los que desde pequeños hemos ido al campo. Retirar
huevos de un gallinero, también. Cazar es otra cosa, se necesitan armas y esto
no está al alcance de cualquiera. Ahora bien, al acercarse uno a una orilla, sea
de rio, estanque o mar, y ver peces, de inmediato piensa en coger alguno.
Instintivamente, ya que a la mayoría de las personas no nos dan miedo, si son,
evidentemente, pequeños, como los que vemos en nuestros ríos o en el mar de
Galilea.
Personalmente, recuerdo muy bien que desde pequeño veía pescar con
trasmallos pececitos en el Arlanzón, en Burgos. Veía como separaban buenos y
malos. Digo esto porque yo he tenido la suerte de observar muchos trabajos
semejantes a los que el evangelio hace referencia. Y practicar algunos, hoy
cuento una experiencia que nunca he olvidado. Un día, tendría 12 años, estando
a la orilla del río citado, me atreví con un fino cordel, un alfiler y una lombriz
cogida allí mismo, a probar suerte. De inmediato picó una bermeja que me
apresuré a llevarla a casa, mi madre la frio y me la comí muy satisfecho. Siente
uno en estas circunstancias, el placer del éxito, el mismo gozo, que pudo sentir
el hombre primitivo. O no tan primitivo, que estoy pensando ahora en Pedro,
Andrés, Juan y casi todos los demás discípulos del Señor. Cuando picaba un pez
y lo sacaba, muchas veces me acordaba de Pedro, aunque en la boca del mío
nunca encontrase una moneda.
Desde mi primer viaje a Tierra Santa, incluí siempre en mi equipo personal hilo,
bolitas de plomo y anzuelos, con su correspondiente flotador. Pero nunca me
atreví a probar. Temía que alguna autoridad me sancionase por pescar sin
licencia. Pronto me olvidé de los aparejos, pero nunca de escudriñar las aguas. Y
esto me fue útil.
En el lago de Tiberíades he visto muchos bichos. Algunos, la mayoría, no me han
sorprendido, otros no. los que más he observado han sido barbos y peces-gato.
Estos últimos, pese a que extrañe, son los que más he contemplado. Pequeños,
la mayoría, como los que en mi juventud pescaba. Algunos en el Lago se me
acercaban y eso que eran de un tamaño que podía llegar a los 30cm o más. Son
peces que la norma judía no permite consumir. No tiene escamas, cosa que los
incluye en las especies impuras según la Torá.
Lo que más me sorprendió siempre, fueron los cangrejos, los que allí vi,
semejantes a los marinos por su forma redondeada y su característico caminar
fuera del agua. No como los de nuestros ríos peninsulares. También almejas.
Conocía estos bivalvos de agua dulce por haberlos visto en el Pisuerga. Nunca
los he probado. Me he traído valvas secas y vacías. Caparazones de caracoles de
agua, me he traído muchos. Recoger piedrecitas del Lago y guardarlos en una
bolsa de plástico, lo hago siempre. Es un recuerdo muy simple y que casi
siempre hace gracia. Lo entrego muchas veces, pegado a una maderita con la
leyenda: del lago donde Jesús pescaba, o: del país donde Jesús resucitó. Y a
muchos complace este sencillo suvenir. Si son capaces de tener sentido y
sensibilidad simbólica, de otro modo no. Pues bien, con las piedrecitas vienen los
caracolitos y es lo que más gusta a los pequeños, que, evidentemente, no les
importa para nada que la tal coraza espiral, no sea del tiempo del Señor.
Uno se pregunta cuando mira aquellas aguas ¿Son estos los peces que
capturaban los apóstoles? Es cuestión de estudiar la respuesta, que es simple
historia, con ciertos conocimientos de biología. Las noticias que uno lee
referentes a Tierra Santa, pueden no ser exactas. Las escriben generalmente,
entendidos en la materia, que las deducen teóricamente. Son los más. Pero no
todos. Entre la gente judía, llegados de lejanas tierras, con conocimientos de
científicos, interesados en la Biblia, que como creyentes respetan y aman, son
los de más fiar. Por una parte estudian, por otra observan, sin dejar de ser
críticos con lo que se dice. De tales estudios he aprendido.
La pesca del Lago parece que se conservó sin cambios desde los tiempos
bíblicos, hasta la creación del estado de Israel. Así como decía la semana pasada
que el israelita sentía pánico o indiferencia por el mar y sus productos,
limitándose la pesca a los ribereños del Lago, sin interesarse por los productos
del Mediterráneo, estos, que llegaban y sabían de qué se trataba y
consecuentemente, hacían cálculos de rendimientos económicos, poblaron las
aguas de especies más productivas que las que desde antiguo había. Y
seguramente por extraños mecanismos, llegarían del mismo modo los peces
gato que antes refería y cuyo origen está en muy lejanos países.
Y añado que la única vez que visité el lago Hule, no mencionado explícitamente
en la Biblia, situado, lo digo para el que no lo sepa, entre las fuentes del Jordán
y la baja Galilea, moviéndome entre papiros y arbustos de ribera, los únicos
peces que vi, fueron estos peces gato. Ya que me he referido a estos curiosos
bichos, tal vez tontamente, pensarán muchos y con razón, diré que son: del
orden Siluriformes, comúnmente llamados bagres, también conocidos como
peces gato o en Ecuador como peces camchimala, comprenden 33 familias, unos
400 géneros y más de 3093 especies, ... (Wikipedia dixit).
Al Maestro estas nociones no le hubieran interesado, evidentemente.
Existen en gran cantidad el equivalente a las sardinas de nuestros mares y
océanos, que se pescan con redes. Son las artes de estas labores, redondas o
alargadas. Las primeras las puede tender una sola persona o desde una única
barca. Se recoge la malla una vez extendida en el lugar y esperado un rato,
formando al sacarla una especie de bolsa. Seguramente de este modo
obtuvieron los 173 peces, los apóstoles del episodio del final del evangelio de
Juan. Era, pues, asombrosamente abundante la tal pesca. Gran éxito. O tal vez
no fueron así las tales sardinas, o al menos los peces que les tenía preparados el
Señor, asándose en las brasas.
Hubiera sido poco alimento, a lo mejor lo que ocurrió es que quiso darles una
enseñanza para que supieran experimentalmente que para llevar a término la
empresa que le había encomendado su Padre, contaba y necesitaba de ellos. Y
de nosotros, dicho sea de paso.
Interesa mencionar el “musht” es el que conoce el visitante, sea turista o
peregrino. Se le atribuye al tal pescado el ser el “pez de San Pedro” y así
aparece en las cartas de los restaurantes. La palabra musht significa peine y es
que la aleta dorsal de gran tamaño que tienen los tales, se le asemeja. Dado su
valor comercial, la mayor parte de este pescado que se sirve en los
establecimientos, procede de piscifactorías. Son todos del mismo tamaño y de
inferior sabor al que uno come, si procede del Lago, que ha llevado vida libre y
alimentación variada. Pero, sea de donde sea, hay que probarlo. Por lo menos
una vez y olvidarse, si uno es capaz, de sus espinas. Añado una sencilla
referencia que servirá a algunos. Es un pescado situado entre la carpa y el
besugo. Bien cocinado me recuerda el que asaba al horno mi madre el día de
Navidad, de aquí que siempre lo aprecie.
¿Se puede uno imaginar que un ejemplar de estos llevara en su boca una
moneda? No es imposible. Los adultos, según dicen, una vez realizada la puesta
en el fondo de un remanso, protegen a los alevines introduciéndolos en su boca.
Ya crecidos, para evitar que vuelvan a entrar, cuentan que se ponen una
piedrecita, que ocupa el sitio que los pececitos, tal vez pretendieran volver a
ocupar ¡vete a saber!