Ser padre: llueve, truene o relampaguee
P. Adolfo Güémez, L.C.
Admiro a mis amigos que son corredores. A ésos que no sueltan los tenis cuando la
temperatura es de 35ºC, ni tampoco se los quitan si el clima está a -2ºC.
Los corredores por devoción, no por obligación. Los que aman correr, no simplemente para
bajar de peso, sino que disfrutan cada paso como una conquista más.
Pero admiro aún más a otros atletas. Aquéllos que practican diariamente un deporte que no
les hace enflacar ni mantener la salud. De hecho, muchas veces les sucede todo lo contrario.
Son “atletas” que pocos valoramos, porque parece que lo que hacen es sólo por deber, y no
simplemente por amor. Me refiero a los papás.
Esos padres que llueve, truene o relampaguee, están siempre presentes cuando sus hijos los
necesitan. Ésos que no tienen miedo de las inclemencias del clima cuando hay que llevar a
sus hijos al colegio o simplemente a algún compromiso social.
Los hombres que siempre piensan en sus hijos antes que en sí mismos. Que no hacen
diferencia entre ellos, sino que los aman a todos por igual y los tratan según conviene para
su mejor realización.
La constancia que se requiere este tipo de deporte es mucho más alta que en el atletismo.
Porque estamos hablando de la perseverancia en el amor, en el cariño y en el afecto que
todo hijo necesita. ¡Aunque parezca que alguno de sus actos dice lo contrario!
Porque un padre así es digno de admirar, ama a su hijo tanto cuando es bebé y da muchas
satisfacciones, como cuando es adolescente y parece un puercoespín enojado. Lo ama
cuando es un niño y requiere de todo su apoyo, así como cuando se está convirtiendo en un
adulto y parece ser que no lo necesita para nada.
Esos padres son dignos de admiración, porque no pretenden ni hacen nada para aparecer.
Porque ser papá no es un título, es una vocación. No es un adjetivo, es una manera de ser.
Un padre de verdad, le da sentido a la vida de sus hijos: a las mujeres dándoles seguridad; a
los hombres enseñándoles a ser fuertes, que no significa lo mismo que ser duros y secos. Y
a ambos, un gran cariño y afecto.
Todos necesitamos un padre así. Y por eso, cuando me encuentro con uno de ellos, no
puedo menos de admirarlo. Porque sé que no lo es por pose, sino por devoción.
Gracias, papás, por ser lo que son. Gracias por sostener al mundo con su fuerza, llena de
cariño. Gracias por pensar siempre en el bien de sus hijos. Gracias por que aceptan y aman
su vocación.
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