NOMBRES Y HOMBRES
Padre Pedrojosé Ynaraja
Hace unos días, el oficio de lectura, acababa con el final del libro de Job. Se trata
de un escrito bíblico que a uno le da siempre pereza empezar a leer, pero que le
va sacando gusto a medida que transcurre el relato. Al final uno lamenta
abandonar su dulce ritmo y sus sentencias tan humanas. Digo siempre que para
comprenderlo, no para hacer exégesis, hay que haber pisado el desierto,
habérsele pegado su arena a los pies y empapada la vista de la inmensidad de
su horizonte. Y, de algún modo compartido o al menos conocido, la vida de los
beduinos.
Un argumento tan sencillo como la realidad de un hombre rico que cae en
desgracia y grave enfermedad. Los suyos le abandonan, unos amigos de visita le
discuten su situación, sus teorías y su estado de ánimo, a los que él replica
sensatamente. Se cura un día y…. ¡aquí quería llegar!
Dios añade a la fortuna recobrada, siete hijos varones y tres hijas. El autor
inspirado nos dice el nombre que les puso a ellas. Una paloma, otra acacia y la
tercera azabache. Parada y fonda, como se decía antes.
Conozco el azabache desde antiguo, me gusta su negrura absoluta, su suavidad
al tacto cuando está pulido. Nunca había imaginado que pudiera aparecer en la
Biblia. Dude de la fidelidad de la preciosa traducción que me había ofrecido la
“liturgia de las horas”. Ya se sabe que las preciosas traducciones, esconden a
veces, preciosas adaptaciones, no del todo fieles al texto. Consulté diversos
ejemplares. De diez traducciones que miré, solo la litúrgica española pone
azabache. Cinco Keren-hapuc, otra azucena, otra linda, dos cuernos de afeites.
No me voy a entretener en ello hoy.
Que ignore el texto el nombre de los varones, implica que el buen Job se pensó
bien la designación de las mujeres. Hace años, cuando solo existía entre
nosotros una única cadena de televisión, de la que el vulgo se hacía esclavo, los
nombres de la prole, correspondían al de los protagonistas de las series
americanas. Ahora se escoge de otras maneras. Generalmente se hace sin poner
intencionalidad o sentido.
No fue este mi caso. Me llamo Pedrojosé porque fui el primer varón, después de
haber nacido cuatro mujeres. En primer lugar, mi padre quería perpetuar su
nombre. Ambos esposos, devotos cristianos, reconociendo que había nacido muy
próximo a la festividad de San José, bajo cuya protección querían ponerme, se lo
añadieron. Las dos intenciones tenían ambos y yo no quiero defraudarlos,
firmándome siempre como escogieron ellos. La parrafada viene a cuento de que
el lector recuerde como Dios-Padre expresó el nombre histórico que debía tener
su Hijo-Dios. Que entienda también, porqué Jesús cambió el de Simón por el de
Cefas (Juan 1,42), etc. etc.
El premio a la fidelidad de Job, el obsequio que le ofreció Dios, fueron diez hijos
¿Quién gozaría hoy con este regalo? ¿No son ellos un don? ¿La vida no es lo más
preciado que existe? Me inquieta y crispa observar el interés que ponen hoy
tantos próceres, que pretender serlo o que aspiran a serlo, por defender
libertades y privilegios y otros etcéteras, que ahora no voy a señalar, pero que el
espabilado lector entenderá, sin mencionar en sus discursos, tal vez queriendo
ocultar, que ya es grave, que se dirigen a conjuntos humanos, llámesele como
se quiera, inclinados a la autoeliminación. Consúltese estadísticas. Los
antropólogos y los sociólogos están de acuerdo en que una cultura solo es capaz
de perdurar, si cada mujer fértil procrea 2,1 hijos (hasta hace poco decían cada
matrimonio, pero por estos pagos ya nadie sabe que es una familia con
exactitud y acertadamente han cambiado el lenguaje).
De nada servirá una sociedad del bienestar, si está en vías de extinción.
Lamento que tantos que ambicionan dirigir las masas desde criterios cristianos,
acallen el precepto bíblico: creced y multiplicaos… o las ense￱anzas de Pablo,
que reconoce en el matrimonio, el poder de simbolizar el Amor de Cristo por su
Esposa la Iglesia. Lamento que se estudie concienzudamente y se ofrezcan
soluciones dignas para regular, tal vez disminuir, la natalidad. Legitima es la
doctrina, pero ignora la realidad reinante en lo que llamamos primer mundo y
más concretamente, en la vieja Europa occidental.
Estadísticamente considerado, peligran más la persistencia de la tal “especie
humana” que la del lince ibérico, en cuya multiplicaci￳n se pone tanto empeño.