UN CORAZÓN PLENO DE AMOR
Quizás, hace unos años, muchos años, la historia se movía por sentimientos.
Quizás, hoy en día, la historia se mueve por intereses.
Por más que las personas sigan experimentando sentimientos estos han quedados
relegados ante los intereses.
No es que hoy se sienta menos que antes.
La sociedad nos ha ido haciendo saber como que los sentimientos deben estar
subordinados a los intereses.
Esto nos ha ido llevando a unas relaciones más frías porque mucho más calculadas.
Parecería como que todo se mide por ventajas o desventajas.
Lo conveniente o inconveniente pasa por los réditos que se esperan obtener.
Los sentimientos están postergados.
En oportunidades manifestar o moverse por sentimientos implica ser catalogados
de “sentimentalistas” que, indudablemente, posee connotaciones peyorativas.
Si tal epíteto se le endilga a un varón el mismo posee una carga peyorativa mucho
mayor.
En ocasiones decir que alguien es un “sentimental” es expresar que esa persona es
un iluso o un utópico o, por utilizar el lenguaje de los jóvenes, es decir que ese
alguien, ante la realidad, “está pintado”.
Este vivir ocultando los sentimientos ha llevado a las personas a vivir escondidos
detrás de una fachada que, necesariamente, pone distancias.
Por ello, entre otras cosas, es que somos, prácticamente, desconocidos los unos
para con los otros.
Si no conocemos los sentimientos de la otra persona ¿podemos llegar a conocerle
verdaderamente?
En nuestra realidad de cristianos ¿podemos vivir al margen de los sentimientos de
Cristo?
Parecería como que ello es un imposible.
Sin embargo muchísimas veces, al mirar a Cristo, nos quedamos en sus actitudes
sin interesarnos por llegar a sus sentimientos.
Estos son la razón profunda de aquellas. Son el sustento de las mismas.
Las actitudes de Cristo son el producto de sus sentimientos.
Su coherencia pasa por el hecho de que, con certeza, podemos afirmar que actuó
porque sentía de una determinada manera.
En Él las actitudes no son el resultado de determinadas coyunturas sino la
manifestación coherente de sus sentimientos.
A pesar de esto estamos muy lejos de poder afirmar que Cristo fue un
sentimentalista.
A nivel de Iglesia católica existe una devoción que nos introduce de lleno en esta
realidad o, al menos, nos debería introducir y es la devoción al Sagrado Corazón de
Jesús.
No es para despertar sentimentalismos sino para ayudarnos a conocer los
sentimientos de Cristo que es la mejor forma de conocerle y, así, de vivirle mejor.
Adentrarse al corazón de Cristo es llegar a las entrañas mismas de quien ha venido
“ a traer fuego a la tierra”.
Es llegar a lo profundo de alguien que está muy lejos de andarse con medias tintas
o con posturas acomodaticias.
Alguien que reacciona con vehemencia ante todo aquello que aparta o distorsiona el
proyecto de su Padre Dios.
Alguien que no duda en marcar su distancia con lo que puede ser alteración del
amor y de la centralidad de la persona.
No es un corazón pasivo ante las injusticias de la realidad de su tiempo sino que,
muy atento a ella, no duda en poner de manifiesto la raíz de las mismas.
Pero es, también, adentrarse en alguien que no duda en formular manifestaciones
claras de su amor.
Ama y no lo oculta.
Ama y no lo niega.
Ama y no se refugia en ridículas poses como para disimular lo mucho que es capaz
de amar.
Ama y no le teme a las consecuencias de su amor.
Podrá parecer una devoción perimida en el tiempo o un simple limitarse a la
presencia de imágenes pero sería muy útil poder reflotar el auténtico sentido de la
misma para ayudar a que, en el hoy, los sentimientos ocupen el lugar que merecen
tener.
Padre Martin Ponce de Leon S.D.B