EL VERDADERO HUMILDE
Antes se nos hacía entender que humilde era aquel que renunciaba a sus
cualidades.
Sin lugar a dudas que era una posición muy cómoda y no muy cristiana.
Ser humilde no es negar las cualidades que uno posee sino reconocer a las mismas
como un regalo de Dios.
Es asumir que, desde su bondad, Dios ha querido otorgarle determinadas
cualidades para que pueda desarrollarlas desde un servir a los demás.
No se es más que un mero administrador de esas cualidades que hacen que se sea
lo que se es.
¿Quién puede negar que posee determinadas cualidades?
Sería como afirmar la no - acción de Dios en su vida y nadie puede hacer tal cosa.
Existe la tentación de mirar las cualidades propias desde una comparación con los
demás.
Hacer tal cosa no es correcto puesto que a nadie se le habrá de pedir mucho más
de lo que uno es capaz de brindar y por lo tanto no hay lugar para las
comparaciones.
Tampoco es correcto compararnos puesto que a todos se le habrá de pedir que
brinde de sí, a los demás, lo mejor de uno mismo.
Tal cosa nos hace saber que al que posee 100 se le habrá de pedir 100 puesto que
ello es su “lo mejor”.
Pero a quien posee 20 se le habrá de pedir su “lo mejor” y, por lo tanto, sus 20.
No se es administrador para conservar lo que le ha sido dado sino que se es
administrador para que haga que lo que se le ha brindado produzca frutos y, por lo
tanto, crezca.
Si un alguien descubre posee 25 de una determinada cualidad (de alguna manera
debemos cuantificar una realidad que no es cuantificable pero los números
solamente nos sirven a manera de ejemplo) puede llevarla a 26 y a 27 y así
sucesivamente.
Siempre se es posible cultivar una cualidad para hacer que ella crezca y se sea más
útil a los demás.
Siempre se puede ser mejor y ello es parte de la tarea.
“Dar a Dios lo que es de Dios” es brindar lo que se es a los demás.
Cada vez que se niega esa entrega está uno apropiándose de algo que no es suyo.
Pero, también, está dejando a alguien con las manos vacías.
Quizás, inconscientemente, los demás esperan de eso que somos y no es correcto
frustrar tal espera.
No es porque uno sea mejor que los demás que se brinda sino que lo hace en un
intento por ser coherente con lo que gratuitamente ha recibido.
Es dar de lo que uno es de la misma manera que lo ha recibido.
Este dar de lo que uno es, es lo que permite el ejercicio de la complementariedad
que mucho se va perdiendo en nuestro hoy.
Parecería como que todos viven tan agobiados con sus propias y reales dificultades
que no existe voluntad como para complicarse la vida dándose.
Porque darse es, siempre, una forma de complicarse la vida.
Es mucho más simple dar cosas que dar de lo que hace a uno mismo.
Casi siempre pensamos que ello es muy poco o muy pobre y es preferible dar cosas
de mayor valor que esas cosas que están en la constitución personal de cada uno.
Es mucho menos comprometedor dar una cosa que un abrazo.
Es muchísimo más necesario e importante un abrazo que una cosa.
Sin embargo nos remuerde la conciencia por haber negado una cosa pero jamás
por haber negado un abrazo.
Pongo el ejemplo del abrazo pero podría ser cualquier otro ejemplo de esas
realidades que dicen de nosotros mismos.
Decir un abrazo es decir cercanía y muchas otras cosas más y hacer tal cosa es casi
como salir a la intemperie y ello jamás es de nuestro agrado.
Siempre se hace preferible vivir escondidos detrás de esas máscaras que ofrecen
seguridades porque negaciones.
Cualquier cosa se vuelve válida con tal de no correr riesgos.
Dios, para con nosotros, vive corriendo riesgos puesto que brinda y deja en manos
de nuestra libertad para que se obre como se entienda más conveniente.
Continuará dándose para seguir mostrándonos un proceder que espera de cada
uno.
Ser humilde es servir porque lo que se es no es otra cosa que un regalo que Dios,
desde nosotros, quiere hacer llegar a los demás.
Padre Martin Ponce de Leon S.D.B