TRES EXIGENCIAS
Nuestra realidad cristiano nos requiere ser prolongadores de la persona de Jesús
desde lo que somos.
No se nos pide saber determinadas realidades ni practicar concretos rituales sino
vivir a Jesús.
Como es un acercamiento personal cada uno de nosotros podemos acentuar
aspectos concretos de la persona de Jesús en nuestro intento cotidiano de
prolongarlo vivo, vigente y actual.
Creo que existen tres exigencias que no las podemos asumir puesto que son las
bases sobre las que debemos asentar nuestra prolongación de Jesús.
Sobre esas bases podremos agregar esos acentos personales que hacen a nuestra
peculiaridad.
Solidaridad
Jesús es sacramento vivo de la solidaridad de Dios con el ser humano.
Todo lo de Jesús dice de solidaridad para con los demás.
Lo suyo son gestos bien concretos que dicen y hacen a la promoción integral de la
persona del otro.
Lo que Él hace no es para su prestigio o su reconocimiento sino para manifestar y
hacer presente a ese Padre solidario que busca nuestra felicidad.
Lo hace respetando y aceptando.
Lo hace integrando y dignificando.
Jesús no es un demagogo ni un taumaturgo. Lo suyo son gestos bien concretos que
hacen a la promoción integral del otro.
No puede darse el reinado de Dios sin gestos de solidaridad.
La solidaridad de Jesús es manifestación de la cercanía de Dios que se hace gesto
que libera.
Alegría.
Todo lo de Jesús es manifestación de una buena noticia.
No es una proclamación sino una actitud vital.
Buena noticia que nace y crece desde el corazón.
Jesús no vive en la solemnidad de los encuentros litúrgicos sino que se manifiesta
plenamente en la espontaneidad de los encuentros fraternos.
Es la alegría de dejar entrar al otro en nuestras vidas.
Es la alegría de poder brindar, de nosotros, lo mejor.
Es la alegría de sabernos útiles en cuanto ayudantes de que el otro se sepa
persona.
Es la alegría de darnos sin esperar a cambio haciendo crecer una sonrisa en el otro.
Unidad.
Jesús no era un fundamentalista religioso.
Sabía aceptar y respetar las diferencias.
No vivió para marcar distancias sino para hacer crecer la unidad entre los seres
humanos.
Ese respeto hacía saberse, a cada uno de los que se llegaban hasta Él, involucrados
con la paternidad de Dios y, así, con su proyecto.
Jesús, lejos de pretender un grupo religioso cerrado, pretendía una fraternidad
colmada de respetuosa unidad.
Allí no había distancias entre unos y otros.
Allí no había espacio para los más y los menos.
Estas tres realidades cristianas solamente pueden darse en la medida que el amor
sea el motor del actuar.
Para ser continuador de Jesús, necesariamente, debemos intentar hacer nuestras
estas tres exigencias que Él con su vida nos sugiere.
Padre Martin Ponce de Leon S.D.B