Matrimonio -3-
Padre Pedrojosé Ynaraja
Continúo comentando la frase del Obispo de Roma, a la que presto mi total
asentimiento: “la mayoría de matrimonios sacramentales son nulos.” No quiero
referirme a las consecuencias jurídicas que se puedan derivar del hecho de que
toda aquella ceremonia, generalmente pomposa, en realidad, cristianamente
hablando, tenga poco valor religioso o no tenga ningún valor, ya que ni siquiera
existe. Lo que pienso y lamento es que, si no hubo sacramento, consecuentemente,
no existe en la convivencia Gracia específica. Este sería uno de los males.
Brevemente me ocuparé de la cuestión.
Si acuden los enamorados en la situación que la Santa Madre Iglesia quiere y se
celebra el rito, existirá sacramento, fuente de Gracia. Consecuencia de ello, todo
acto específicamente matrimonial, será también Gracia. Dicho de otra manera y con
cierto eufemismo, cuando él la besa a ella, le otorga Gracia. Y cuando ella le besa a
él, lo mismo. Aquí reside una de las grandezas del matrimonio cristiano, que
complementa al horizonte de cooperar con Dios en la creación de hombres
destinados a ser futuros santos. Y no las únicas, me he referido a ellas por ser las
más genuinas. En la vida familiar cristiana, como en los demás ámbitos, según lo
dicho por el protagonista del “Journal” de Bernanos: todo es gracia
Éxitos en competiciones deportivas del equipo al que uno se siente unido,
espectaculares viajes, comidas en los mejores restaurantes, animales de compañía
de las razas de mayor prestigio y precio, superación de votos sobre los demás, del
partido en el que uno milita y los consiguientes proyectos políticos que implica el
triunfo, pueden ofrecer alegrías y satisfacciones inmensas, pero no la profunda y
gran felicidad de la que el hombre está sediento, aunque lo desconozca
explícitamente. Y es una prueba de la inmadurez que tanto abunda en la
actualidad.
Hoy precisamente, la prensa se ocupa de que se han conseguido disminuir las
situaciones de paro laboral, se refiere a no sé cuántos eventos de participación
juvenil descomunal, a concentraciones con motivo de conciertos o de exaltación de
orgullos de género, pero también que en cierta comunidad, sucede por lo menos un
suicidio diario. Las estadísticas de esta tragedia, se dan poco a conocer. Pero entre
la juventud aumenta el número. Denota una situación interna de fracaso. Tal vez
será preciso acudir y recordar la inmensa riqueza espiritual que posee el
Cristianismo y que se ofrece gratuitamente. A la luz de lo que he recordado, tal vez
el lector atento, iluminado por la Fe, no se atreverá a calificar lo dicho
anteriormente de “música celestial”.
El matrimonio cristiano es para los cristianos, repito desde antiguo y con
frecuencia. Es delicado, no se puede despreciar, ni siquiera olvidar, sus
peculiaridades. No es un sacramento autónomo. Enraizado en el bautismo,
fortalecido por la confirmación, alimentado por la Eucaristía y podado y mejorado
por la higiene espiritual que es la confesión, en un ambiente de devoción, propio de
lo que es: la célula elemental de la Iglesia e iglesia doméstica, ella misma, crece
lozano. Antes y ahora, pese a estrecheces económicas, en culturas jóvenes y en la
caduca Europa Occidental, viven y prosperan muchos matrimonios. Pero la prensa
del corazón no se interesa por ellos. Carece de morbosidad. Un árbol que cae, un
divorcio en este caso, mete más ruido que un bosque que crece silenciosamente.
Aquí se trata de tantas familias que con entusiasmo y sin huir de dificultades,
apreciando lo que tiene valor eterno, más que notoriedad, viven unidas y felices.