PARA O POR QUÉ
Nuestra realidad personal está enmarcada dentro de un proyecto que nos
trasciende.
Ante ese proyecto jamás perdemos nuestra libertad.
Desde ella colaboramos o nos apartamos del mismo.
Dios no nos obliga a aceptar y vivir ese proyecto que es de la humanidad
toda y no un proyecto individualista.
El proyecto de Dios no ha comenzado conmigo ni concluye conmigo.
No solamente no soy el centro de tal proyecto sino que tampoco soy el
destinatario del mismo.
Jamás perdemos nuestra condición humana y, por ello, es lógico que ante lo
de Dios reaccionemos humanamente.
Es lógico que nos consideremos importantes y, por ello, nuestro rechazo a
determinadas realidades que nos pueden tocar vivir. “¿Por qué a mí?”
Es lógico que no aceptemos situaciones que pueden ser difíciles. “¿Por qué,
Dios, por qué?”
No somos los dueños del proyecto y, por lo tanto, el mismo no puede
responder a todos y cada uno de nuestros gustos.
No somos distintos que los demás y, por lo tanto, no estamos lejanos a vivir
situaciones que han vivido o vivirán otros.
No vivimos con un seguro de inmunidad y las realidades duras deben
sucederles a los demás mientras nosotros debemos estar liberados de ellas.
El “¿Por qué?” es, muchas veces, nuestro grito de protesta o de
inconformismo.
Lejos de pretender preguntarle a Dios la razón de lo que nos toca vivir es
nuestra lógica humana que se hace rechazo.
Si miramos a Dios como nuestro Padre que desea lo mejor para nosotros
nuestra vida no es otra cosa que el instrumento con el que nos va ayudando
a madurar y crecer.
Cada acontecimiento que debemos vivir es una oportunidad para
enriquecernos porque aprendiendo a vivir sin perder de vista el bien común.
A medida vamos viviendo vamos descubriendo nuestras potencialidades y
nuestras capacidades.
El ser humano es crecimiento constante.
Cuando nos consideramos ya hemos llegado y no tenemos más nada que
aprender es cuando comenzamos a deteriorarnos como seres humanos.
Comenzamos a vivir sin dejar que la vida pasa por nosotros.
Cuando vivimos intentando aprender de lo que nos sucede y rodea es
cuando nos descubrimos con mayores capacidades para ser útiles y así
brindarnos mejor a los demás.
Cada acontecimiento posee un bagaje de lecciones que debemos ir
aprendiendo y asimilando.
Por ello es que debemos preguntarnos “¿Para qué?”
¿Para qué Dios quiere que viva esta situación?
¿Para qué Dios me pone ante esta realidad?
Las enseñanzas de Dios no son siempre con el lenguaje que nos agradaría
puesto que, en oportunidades, nos habla desde realidades que llenan de
humedad nuestros ojos o nos implican un enorme esfuerzo.
No debemos buscar o pretender a Dios lisonjeando nuestros oídos.
Dios nos conoce y nos ama y por ello en oportunidades sacude nuestra
realidad con situaciones fuertes.
Es allí donde encontramos un mayor caudal de enseñanzas.
Por eso entre el “¿Por qué o el Para qué?” no dudo en afirmar que nuestra
actitud debe ser el buscar para intentar ser coherente con el “Para qué de
Dios”
Padre Martín Ponce de León S.D.B.