1
A vueltas con la regeneración política.
Ángel Gutiérrez Sanz. ( Catedrático de Filosofía)
Desde hace algún tiempo España se encuentra sumida en un profundo
estado de schock, sin saber muy bien hacia dónde encaminar sus pasos. Sí,
la cosas no van bien. El proceso de materialización con la consiguiente
pérdida de valores nos está llevando a la ruina y como suele pasar en estos
casos apelamos a la regeneración como palabra mágica que todo lo
resuelve. Hace falta, decimos, una regeneración política, hace falta una
regeneración democrática, que nos devuelva la esperanza y la credibilidad,
que ponga fin a clientelismo y servilismo, que nos traiga un mejor reparto
de los bienes para que todos podamos vivir con dignidad, que se tenga en
cuenta los derechos fundamentales de las personas y de las familias, en fin
que garantice un país en paz, justicia y prosperidad, sin odios y divisiones;
pero claro necesitamos saber cómo se va a hacer todo esto, por donde se va
a comenzar, qué reformas hay que acometer; pero sobre todo necesitamos
saber por qué hemos podido llegar hasta aquí.
Nos equivocaríamos si pensáramos que la penosa situación por la que
atravesamos tiene su origen en unos asuntillos aislados que hay corregir
sin más o que de lo que se trata es de cuatro desajustes puntuales
provocados por corruptelas políticas y algunos fraudes fiscales, que tienen
fácil solución con sólo endurecer la legislación vigente e intensificar los
servicios de vigilancia. El mal endémico que parece haberse instalado en
nuestra sociedad tiene un sentido más profundo del que queremos darle y
previsiblemente su origen no está en las ramas sino en las raíces por lo que
el regeneracionismo que necesitamos ha de ser de gran calado
Como bien se dice no es ya que exista una crisis política sino que la política
está en crisis. En poco tiempo hemos ido adquiriendo muy malos hábitos,
olvidando las esencias, para caer en la frivolidad que pone en riesgo la
legitimidad. Nos lo recordaba Javier Pradera en su libro “Corrupción y
política”, cuando decía que nuestro error desde los años 80 está en no
habernos dado cuenta de que “ las andanzas de una serie de pillos era en
realidad un rasgo casi sistemático” Mucho me temo que en esta ocasión
recurrir al viejo truco de cambiar algo para que todo siga igual no va a ser
suficiente, como tampoco el quítate tú para ponerme yo. La cuestión ha de
plantearse de forma más radical, hasta llegar a las últimas consecuencias.
No nos llamemos a engaño, la auténtica regeneración es un asunto de
2
honradez que tiene que ver con la rectitud moral, siempre difícil y costosa,
que pide renuncias y sacrificios constantes , voluntad firme, y lealtad
inquebrantable a unos principios exigentes .
La perversión política tuvo sus comienzos en la modernidad con
Maquiavelo, al convertir en valor absoluto lo que sólo era un medio,
poniéndolo por encima del bien y del mal, sin nada superior capaz de
enmendar sus propios errores. Es verdad que de siempre gobernantes y
políticos han preferido tener las manos libres para poder resolver los
asuntos a su manera y según las conveniencias, zafándose frecuentemente
de las molestas exigencias éticas, aún así no hubo ruptura entre el arte de
la política y el ordenamiento ético, al que se recurría cuando surgía un
conflicto. Se tenía muy claro que una cosa era el bien útil y otra el bien
honesto y en caso de conflicto éste debía prevalecer sobre aquel.
Ahora todo ha cambiado. Hemos puesto en práctica un plan en que el
ordenamiento jurídico positivo ha pasado a serlo todo en la vida pública.
Hemos desplazado a la ética y sus espacios han quedan ocupados por la
política. En el mejor de los casos la moral ha quedado relegada al ámbito
privado, en el que cada cual ha de resolver sus asuntos como buenamente
pueda. Dejemos los códigos morales para andar por casa, que de la cosa
pública se ocupa el arte de hacer política. Con toda la razón del mundo,
alguien ha podido decir que: “estamos pagando los errores de la transición
que fio el sistema a la autorregulación de los partidos”.
Paradójicamente se nos llena la boca hablando del Estado de Derecho,
cuando en realidad todo lo hemos hecho depender de las decisiones
humanas, que muchas veces se inspiran en el convencimiento de que lo
mejor es ganar elecciones sea como sea, porque de nada vale mantenerse
en los principios si con ello se pierde el poder, lo cual puede resultar muy
efectivo, pero poco decente.
A este modo de proceder se ha podido llegar después de una campaña de
descredito de todas las normas, valores y principios éticos, haciendo de
ellos un subproducto socio-cultural subjetivo, caprichoso e interesado, que
sólo servía para favorecer a los poderosos. La propaganda de los últimos
tiempos nos ha hecho creer que no existe un orden “ del deber ser”
independiente y objetivo, a lo más un código moral a la medida de cada
cual, porque en última instancia las cosas son como a ti te parecen.
Se nos ha tratado de vender un tipo de libertad comodona y canalla, que se
siente dispensada de todos los compromisos y obligaciones, de modo que
3
cuanto menos normas morales existan mayor libertad tendremos, hasta el
punto de llegar a identificar liberación con amoralismo. Tremendo error
porque la libertad es una capacidad humana que nos permite afrontar todo
compromiso con el debido respeto a los deberes personales, pero sobre
todo a los deberes para con los demás, hasta el punto de poder decir que allí
donde falta la ética no puede haber libertad.
Hay algo no obstante que la propaganda no ha podido conseguir, que ha
sido cambiar la realidad e impedir que el bien y el mal sigan presentes en
nuestro mundo, ante lo cual es preciso reconocer que lo único que podemos
hacer es poner en marcha el discernimiento ético si no queremos sucumbir.
Así las cosas lo razonable sería comenzar por revitalizar una ética
injustamente devaluada, devolviéndole el predicamento perdido y cuando
hayamos hecho esto meternos con la regeneración política, para salir del
atasco donde nos hemos metido, pues si no incorporamos las aspiraciones
éticas a nuestro proyecto de vida las cosas no van a tener arreglo posible.
En el fondo, la crisis política que estamos padeciendo no es otra cosa que
una crisis ética.
Es la sensación de fracaso la que nos insta a replantearnos nuevamente la
cuestión sobre si la gobernabilidad de los pueblos ha de estar sustentada en
la razón política de Maquiavelo o en la razón ética de Platón; hemos de
decidir si lo que queremos es una organización ideal y modélica de Estado
o contentarnos con las chapuzas y trapicheos que a los políticos de turno se
les ocurra, según la ocasión lo requiera. Hemos de ser conscientes de que lo
que necesitamos no son gobernantes al estilo maquiavélico, sino varones
preconizados por Kant empeñados en que la política vaya de la mano de la
moral .
El problema es que nos da miedo entrar en estas cuestiones porque ello
supondría ponernos a replantear los cimientos del Estado que un día
nosotros mismos nos dimos, sin otro fundamento que la suma de
voluntades que puede ser todo lo mayoritaria que se quiera, pero si no
viene avalada por un criterio intrínsecamente válido por sí mismo no
dejará de ser un recurso puramente formal, subjetivo, inconsistente,
cambiante, manipulable, siempre susceptible a los oportunismo y
arbitrariedades y por lo tanto nunca podrá convertirse en referente
inamovible y norma reguladora de comportamiento universal que apunta al
bien común.
4
Para poder afrontar este asunto en serio y no quedarnos en pura verborrea
no vamos a tener más remedio que apelar a instancias superiores y poner
en marcha una auténtica regeneración del espíritu, que contemple no solo
los excesos y lo mucho que se ha hecho mal, sino también todo aquello que
no se hizo y que debió hacerse. La regeneración llamado a serlo de verdad
ha de plantearse en términos de un humanismo exigente, teniendo muy en
cuenta la dignidad de la persona, la solidaridad con los más necesitados y
la puesta a punto de una libertad madura y responsable, ésa que no se nos
concede gratuitamente por decreto, sino que es fruto de la ardua conquista
personal de cada cual. Necesitamos de su impulso para romper las cadenas
de nuestros egoísmos y dependencias interiores y así poder volar alto en
pos de nobles ideales, la necesitamos para disipar los prejuicios que nos
impiden encontrarnos con nosotros mismos y con el hermano que en el
argot político llamamos extranjero. No seremos hombres libres mientras
vivamos atenazados por el miedo a abrirnos a los demás, atrincherados y a
la defensiva, temerosos de que alguien pueda acercarse a nuestro territorio
a compartir derechos que creemos que sólo a nosotros nos pertenecen.
Dejémonos de circunloquios, no perdamos más el tiempo y pasemos a
proclamar sin ambages que la política de espaldas a la ética carece de
legitimidad. Yo quiero creer que somos muchos los que pensamos así pero
se guarda silencio para evitar complicaciones. No puede ser que España,
precisamente España, que aún en momentos difíciles supo resistir, haya
renegado en tan poco tiempo de la mejor tradición humanista que desde
Platón a Kant, pasando por Sto. Tomás, viene abogando por el
compromiso moral en el gobierno de los pueblos, desde donde se ha de
justificar el qué, el por qué y el para qué de la actividad política.
Para enderezar el rumbo ya no nos bastan las buenas palabras, solamente
nos sirve el leguaje de los hechos. El arte de hacer política ha de estar
dotado de alma que inspire acciones nobles por encima de todo interés y
partidismo y mientras esto no sea así el regeneracionismo de que tanto se
habla no dejará de ser una palabra vacía. Llegará el día en que nos demos
cuenta que no todo es opinable y lo que tenemos que hacer es trabajar para
detectar principios comunes de valor universal que nos ayuden a caminar
con rectitud en la conquista de un mundo nuevo donde todos quepamos.
,