DE RETORNO
Habían salido, de dos en dos, a recorrer diversas comarcas y ciudades
vecinas.
Antes de partir habían recibido el poder para realizar algunos signos que
avalaran sus dichos.
Los relatos evangélicos no se detienen en esta primera gira apostólica.
Están centrados en los hechos y dichos de quien los envía y, por lo tanto,
omiten lo sucedido con los enviados.
Lo sucedido en dicha gira se pierde, para nosotros, y resulta
verdaderamente imposible pretender reconstruir los pasos de los enviados.
¿Adónde fueron?
¿Quién acompañaba a quién?
¿Cuántos signos realizaron?
¿Qué aceptación recibió la Buena Noticia por ellos portada?
¿Cuánta resistencia a ser creíbles encontraron?
¿Cuánto tiempo insumió aquella gira?
Ninguna de estas preguntas, o cualquier otra que pueda ser añadida, habrá
de encontrar alguna posible respuesta cierta.
Ni siquiera son válidas las suposiciones por más que se tenga la seguridad
de que todos llegaron con un cierto bagaje de anécdotas.
Sin lugar a dudas que no arribaron con la coordinación de un único retorno.
Tal vez alguna de aquellas parejas fue encontrándose con otra pareja para
hacer, juntos, la última etapa del camino de regreso.
Cada pareja con sus experiencias. Cada integrante de la pareja con sus
vivencias.
Cada pareja con sus anécdotas para compartir. Cada integrante de la pareja
con sus sentimientos para manifestar.
Sin duda que no fueron al encuentro de grandes actos de masas. Fueron al
encuentro de alguna familia y algunos miembros del vecindario para,
compartiendo lo vivido junto a Jesús, descubrieran un nuevo sentido a lo
cotidiano.
No eran portadores de ninguna ciencia sino que eran testigos de una
experiencia vital para ellos. Eran repetidores de lo que habían visto y oído.
Las anécdotas, a sus regresos, no son otra cosa, también, que lo que han
visto y oído.
Con insistencia vuelven todas esas preguntas que no han de tener
respuesta.
A diferencia del libro de Los Hechos de los Apóstoles, donde ellos, en cierta
medida, son los protagonistas, en los evangelios el protagonista es otro y
no habíase visto involucrado en la gira más que como enviador y como
recibidor.
Con voces apresuradas y con pausada vehemencia van relatando sus
experiencias sin omitir detalle alguno.
Todo es tan único que adquiere una fuerza tal que impide ser omitido así
sea el más baladí de los detalles.
Quizás sea esta una costumbre que hemos perdido.
Cada una de nuestras jornadas posee la fuerza de una gira apostólica
donde, desde lo cotidiano de nuestra vida, estamos llamados a dar
testimonio de nuestra experiencia con Jesús.
Es allí donde anunciamos que Él es la Buena Noticia que tanto esperamos
porque necesitamos.
Es allí donde nuestra relación con Él adquiere su sentido más pleno puesto
que es una relación para ser compartida.
Compartida con los demás.
Compartida con Él.
Es en Él donde encontramos la fuerza para superar dificultades. Esas
dificultades que siempre encontramos en nuestra tarea de ser testigos.
Es en Él donde sacamos la capacidad para mejorar y superarnos.
No alcanza que lo compartamos con los demás, necesario se nos hace saber
compartirlo con Él.
Cada jornada debe tener ese momento donde, de regreso, le contamos lo
que hemos visto y oído.
Cada jornada nos hacemos de un momento para contarle nuestra
experiencia.
Padre Martín Ponce de León S.D.B.