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Tomarse la vida con deportividad
Ángel Gutiérrez Sanz
Las olimpiadas son una de esas tradiciones que nos retrotraen a tiempos
remotos y nos hacen recordar los lazos que nos unen a nuestros
antepasados. Tienen su origen allá por el siglo VIII en la ciudad- estado
de Olimpia. Nacen con clara vocación internacionalista, la misma con la
fueron rescatadas para la modernidad en el siglo XIX por el varón
Coubertein, quien en 1894 dejó constituido el Comité Olímpico
Internacional (el COI), asegurando así su continuidad cada cuatro años,
solamente rota en 1916, 1940 Y 1944 por motivos de la primera y segunda
guerra mundial. Envuelta en un ceremonial casi litúrgico en torno a la
llama olímpica, ha servido para atraer la atención enfervorecida de todos
los habitantes de la tierra, que durante unas semanas se congregan para
comunicarse a través de un lenguaje universal que todos entendemos por
igual.
Pocas tradiciones como ésta han logrado tan unánime consenso. Personas y
pueblos de todas las latitudes y condiciones, diversidad de razas y etnias,
diferentes ideologías, creencias y religiones, acuden a la cita animados por
los mismos sentimientos, impulsados por los mismos deseos de poder
competir en buena lid. Ninguna barrera, ningún exclusivismo, ninguna
marginación, la última y más ancestral segregación por razón del sexo
comenzó a caer el año 1928 en Amsterdam, donde hubo considerable
participación femenina, 300 mujeres, el 10 % del total, hasta llegar a las
actuales Olimpiadas en Rio de Janeiro, donde la participación femenina
alcanza el 45%, con la presencia de 5600 mujeres deportistas, que no está
nada mal. Hoy podemos decir que, superadas todas las barreras, los juegos
olímpicos han llegado a ser un ejemplo de aperturismo, donde todo el
mundo tiene cabida, una fiesta para rendir homenaje a los valores
deportivos.
Estas concentraciones olímpicas a nivel planetario, en un clima de armonía
y pacífica convivencia, si algo ponen de manifiesto es precisamente que el
hermoso sueño de una humanidad entendida como una gran familia, es
posible. Si en el plano deportivo se ha conseguido ¿por qué no va a ser
posible a nivel humano? Cuando eventos como éste tienen lugar nos
percatamos que a quienes llamamos extranjeros son fundamentalmente
como nosotros, sacudidos por las mismas emociones, alentados por
idénticos anhelos, espoleados por comunes motivaciones. Al final caemos
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en la cuenta de que la vida no es más que esto, una carrera de obstáculos en
la que todos estamos llamados a participar noblemente, en igualdad de
condiciones, donde unas veces se gana y otras se pierde, pero siempre con
el debido respeto a los demás, sabiendo que todos pueden ser aspirantes a
la medalla vengan de donde vengan, ya que en la cancha o en la pista
desaparecen todos los prejuicios y a cada cual se le valora, no por lo que
aparenta sino por lo que es y por lo que demuestra, toda una cura de
humildad de la que Occidente anda tan necesitado.
El acercamiento entre los pueblos, la convivencia e intercambio de
experiencias, aunque sólo sea por unos días, ayuda a conocernos más y
mejor y así dar el primer paso en orden a la normalización de nuestras
relaciones humanas, haciendo efectivo y natural lo que ya lo es en el
deporte.
Aparte de todo esto, que está muy bien, la idea que mejor define a los
Juegos Olimpicos es el espíritu de superación. Este es precisamente el valor
característico a todo deportista y también un rasgo especifico de la raza
humana. Por naturaleza somos unos inconformistas y gracias a ello hemos
llegado hasta donde hemos llegado, sin tener nunca la sensación de haber
tocado fondo. S. Agustín veía en esto la esencialidad humana y decía que el
hombre es “un ser siendo” porque nunca acaba de ver la faena rematada y
siempre aspira a ser algo más de lo que actualmente es, lo mismo que le
pasa al deportista en su lucha contra el crono y contra sí mismo en su afán
de superación
El lema olímpico “ Citius, altius, fortius, (más rápido, más alto, más
fuerte), expresa las ansias de todo corazón humano que nos impulsa a
emprender retos cada vez más exigentes, para demostrarnos a nosotros
mismo de lo que somos capaces. Después de tanto esfuerzo, disciplina y
sacrificios, a algunos privilegiados les espera el triunfo; pero no es la
victoria lo más importante, sino poder rematar lo que hemos comenzado.
El alpinista que corona la cima en solitario no necesita nada más para
experimentar por ello un gozo indescriptible. Voy a decir más, lo
importante ni siquiera es conseguir la meta que nos hemos propuesto, sino
intentarlo y volverlo a intentar mil veces, como tampoco en el deporte lo
es ganar medallas sino participar y competir , dándolo todo.
La Olimpiadas de los Ángeles, en el año 1984 será recordada, no por la
brillante actuación de los medallistas, que los hubo y muy buenos por
cierto, sino por la escena que protagonizó una sencilla mujer, llamada
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Gabriela Andersen, que emocionó al mundo entero. Era la primera maratón
femenina de la historia de los Juegos Olímpicos, por lo que tanto había
luchado Gabriela y ella tenía la suerte de poder participar en tan histórico
evento con 49 competidoras más. Avanzada la carrera, cuando ella ocupaba
el puesto 38, notó que la mitad del cuerpo se le paralizaba, dolorida,
extenuada y atenazada por calambres, se sentía morir y apenas podía
mantenerse en pie. Los médicos estaban ya dispuestos a intervenir, pero
ella se opuso tajantemente, tenía que acabar la prueba a gatas, de rodillas,
arrastrándose, como fuera, pero tenía que llegar a meta sin ser
descalificada. Nadie se explica cómo, pero lo consiguió. Una vez
traspasada la meta se desplomó, quedando en manos de los médicos y fue
entonces cuando el público allí presente, emocionado y con lágrimas en los
ojos le dedicó el aplauso más sonoro de toda la historia de los Juegos
Olímpicos, mostrando así su reconocimiento y admiración por esta mujer,
que pasaría a la historia como ejemplo de superación.
Citius ,altius,fortius son las palabras mágicas que vienen a rescatarnos de la
vida muelle, estimulándonos para no caer en la rutina, la flojera o el
pasotismo. Tanto la filosofía de la vida como la del deporte nos advierte
que es preciso mantener el arco tenso si queremos seguir en la brecha,
sabiendo que lo esencial no es el haber vencido sino el haber luchado.
Milicia contra malicia es la vida del hombre sobre la tierra, gustaba decir
Baltasar Gracián y Pablo de Tarso exhorta a los atletas de Cristo a
mantenerse firmes y constantes en las Olimpiadas del Espíritu, luchando
sin desesperar hasta el final, pues cuando todo haya pasado nadie te va a
preguntar por los triunfos obtenidos, sino por el coraje y tenacidad que
hayas puesto en cada pelea .