PROLONGADO CAMINO
Llegar a Cristo es un largo camino.
Cotidianamente se nos presenta con exigencias nuevas.
Cada día requiere, de nosotros, lo mejor para, siempre, estar avanzando.
Por ello es un camino que requiere estar preparados.
Sabemos que no alcanza con una simple preparación sino que necesario se
nos hace el estar bien preparados.
Una de las exigencias primeras es la libertad del querer ponernos en
camino.
Es una tarea que requiere de nuestra libertad.
No se transita por el camino a Cristo como producto de alguna disposición
obligatoria ni como resultado de un mero ejercicio de rutina.
No se nos arrastra ni obliga a caminar a Cristo. Libremente nos ponemos a
caminar.
Al hacerlo habremos de descubrir que no estamos solos en esto de
ponernos a caminar.
El camino es una realidad que realizamos con otros. Es, siempre, una
experiencia de Iglesia en cuanto a pueblo que camina.
Por más que seamos los responsables de nuestros pasos nunca estamos
solos y ello hace que experimentemos una cierta corresponsabilidad con el
caminar de otros.
Esto de caminar con otros no es un ejercicio de delegación sino de
comunión y corresponsabilidad.
Como es un camino largo necesario se nos hace estar provistos del
necesario equipaje.
No podemos llevar demasiadas cosas puesto que, de hacerlo, estaríamos
entorpeciendo nuestros pasos pero, tampoco, debemos ir desprovistos de lo
esencial.
Siempre estamos predispuestos a guardar más de lo que es
verdaderamente esencial y eso hace que, periódicamente, debamos revisar
nuestro equipaje.
Una revisión que requiere de coraje como para dejar aquello que sea
superfluo o que ya no sea necesario y con la capacidad de aprovisionarnos
de eso que, esencial, aún no habíamos guardado.
Como es un largo camino debemos tener la certeza de que no lo habremos
de transitar en unas pocas etapas.
No es una cuestión de prisas sino de constancia y convicciones.
Necesario se nos hace ir dando pequeños pasos que nos aseguren el estar
avanzando y que sean capaces de demostrarnos que podemos transitarle.
El camino a Cristo no es un algo que se pueda resolver con ansiedades o
agotadoras prisas.
¿Dónde está la meta?
¿Cuál será el momento final de nuestro caminar?.
A ninguna de las dos preguntas habremos de encontrar respuesta y ello nos
hace avanzar con la certeza de que es una tarea cotidiana y en ella
debemos poner lo mejor de nosotros.
Debemos realizar cada jornada con la seguridad y la convicción de que,
quizás, pueda ser nuestra última etapa.
Ello no nos hace preocuparnos por lo mucho o muchísimo que, aún,
sintamos nos falta por recorrer sino con la alegría gozosa de los avances
cotidianos.
Cada jornada es gustar el acercarnos a la meta propuesta y el renovar el
compromiso de continuar avanzando puesto que se es consciente de que,
aún, se puede avanzar un poco más.
Las dificultades que se van encontrando en los distintos omentos del
caminar no hacen otra cosa que un renovar los bríos como para continuar
caminando.
Nunca las dificultades son tan graves que nos impiden un, jornada a
jornada, hacernos al camino para continuar avanzando.
Evidentemente que se darán oportunidades donde tendremos más
dificultades para avanzar porque podemos perder de vista el camino o
porque gastaremos esfuerzo en despejar al mismo.
Buscar el camino o despejar al mismo son, siempre, maneras bien
concretas de avanzar.
Conformarnos, resignarnos, desanimarnos, intentar atajos, son algunas de
las maneras que poseemos para no avanzar.
Llegar a Cristo es un largo camino. Tan largo que toda nuestra vida se nos
gasta en el intento.
Llegar a Cristo es una de esas realidades que exigen de nosotros todo
nuestro espíritu de conquista porque lo suyo está muy íntimamente ligado
a lo que puede ser nuestra felicidad o nuestra realización personal.
Un largo camino que, sin ningún tipo de dudas, vale la pena recorrer.
Padre Martín Ponce de León S.D.B.