LA CONVERSACION
Rev. Martín N. Añorga
Muchas cosas se han ido perdiendo con el correr de los años, muy
a menudo para ser sustituidas por adelantos, comodidades y provecho;
pero en muchas otras circunstancias las pérdidas tienen que ver con la
familia, los valores sociales, cívicos y religiosos, con el agravante de que
son lamentablemente irreversibles.
Algo que se ha perdido es el arte de la conversación. He estado
de visita en hogares en los que alrededor de la mesa, los niños se
entretenían con juguetes electrónicos, los jóvenes se dedicaban a teclear
mensajes de texto, la señora de la casa fotografiaba los alimentos
preparados y su esposo miraba atentamente un juego de balompié en el
recién comprado aparato televisivo personal. Parecía que estábamos a una
distancia sideral unos de otros a pesar de que estábamos cercanamente
sentados.
¿Qué ha pasado con el arte de hablar? Hemos perdido el placer
de la comunicación con nuestros familiares y amigos e increíblemente
vivimos cerca de los lejanos, gracias a los adelantos técnicos disponibles.
Hace algunas tardes coincidimos en cierto sitio con dos personas amigas
que no habíamos visto por algún tiempo. Fue una experiencia de
monosílabos. Ambos sostenían en sus manos unos aparatos que se llaman
“I pads” y tanta prisa tenían por hacerles caso que nos despedimos con
inquieta rapidez, no sin antes tomarnos algunas fotografías y conocer a tres
perritos, orgullo familiar,
Yo recuerdo que en Placetas en una fábrica de tabacos trabajaban
un par de docenas de obreras que guardaban silencio absoluto mientras
doblaban cuidadosamente bellas hojas de la aromática planta. En una
tarima, sin micrófono, había un señor conocido como “lector de
tabaquería”. No olvido que estaba leyendo unos párrafos de la novela “Los
Miserables” de Víctor Hugo. Me impresion￳ tanto la voz de aquel hombre,
su dicción y su sentido del énfasis que esperé a que terminara su labor para
expresarle mi aprecio y mi admiración. Posteriormente me dirigí a una
empleada para comentarle el grato tiempo disfrutado, la que reaccionó
invitándome a la próxima ocasión en la que el lector haría una pausa para
que las empleadas expresaran sus opiniones sobre las lecturas llevadas a
cabo. “Oyendo se aprende -me dijo-, pero conversando se aprende y se
disfruta”. Raz￳n tenía la joven, una grata y animada conversaci￳n es
siempre una placentera experiencia.
Henry W. Longfellow, poeta, escritor y profesor estadounidense
fallecido en el año 1882, entre muchas otras cosas interesantes acuñó esta
frase: “una conversaci￳n con una persona sabia vale más que diez a￱os de
estudios en libros”. Si no fuera porque no quiero exponer mi vanidad,
mencionaría a siete u ocho personas importantes con quienes he
conversado a lo largo de mi vida que me inundaron de cultura y
placer. Sugiero a mis amigos lectores que, cuidándose de cualquier
impertinencia, nunca desaprovechen la oportunidad de
hilvanar una conversación con alguien que ilustre y eleve con la palabra.
Sabemos que hay personas en exceso locuaces que absorben
todo el espacio en una conversación. Winston Churchill aludió a este tipo
de personas diciendo que “una conversaci￳n debe agotar el tema, no a los
interlocutores”. Conocí a alguien -el nombre no importa- que era una
máquina de hablar. Era inteligente, culto y apasionado. Aprendí dos cosas,
callar ante el que sabe más que yo y a aprovechar sus pausas sencillamente
para pronunciar una palabra de asentimiento.
Cuando yo era estudiante de bachillerato en “La Progresiva” un
profesor de literatura llamado Isaac Jorge Oropesa, con quien establecimos
una estrecha amistad que duró hasta su muerte, formaba en su clase un
debate del que participaban al menos tres estudiantes. El sugería un tema
de conversación y media hora después nos pedía que opináramos sobre el
desarrollo de la misma. Los estudiantes aprendimos a intercambiar ideas y
logramos convertirnos en calificados conversadores. Hoy día,
lamentablemente, ese método de formación intelectual ha caído en pleno
desuso.
Quizás pocos recuerden que hubo, hace alrededor de cuarenta
a￱os una interesante película titulada “La Conversaci￳n”, dirigida por
Francis Ford Cappola y en la que fue un actor Harrison Ford. La trama es
simple, se trata de un espía especializado en hacer entrevistas que terminó
siendo un ávido oyente de conversaciones ajenas. En años pasados yo era
un fanático del teatro pues me fascinaban los ingeniosos diálogos entre los
actores. Hoy día todo ha cambiado. Los intercambios verbales en el
escenario no son agradablemente pintorescos, sino compendios de doble
sentido y profanos vocablos.
Han sucedido siglos, pero sigue siendo válido el concepto
sustentado por Cicer￳n: “No se puede exaltar bastante cuánto sirve para
ganar los ánimos la cortesía y la afabilidad en la conversaci￳n”. Sobre este
tema se han escrito decenas de libros, uno afamado por la popularidad de
su autor, Oscar Wilde, se titula “El Arte de Conversar”. Aún en La Biblia se
toca el asunto con meridiana claridad: “no erréis; las malas conversaciones
corrompen las buenas costumbres”, pues no siempre conversar es un arte
que resalta la decencia y el buen gusto. Usar palabras obscenas, aludir a
temas inmorales, de perverso carácter sexual, promover el chisme o la
mentira, suelen ser elementos que corrompen la sensatez y creatividad de
una buena conversación.
Quisiéramos concluir nuestro trabajo refiriéndonos a los niños.
Entre los muchos pensamientos del Ap￳stol José Martí, citamos éste: “a
nuestros niños los hemos de criar para hombres de su tiempo, y hombres
de América”. Hoy día dejamos que a nuestros peque￱os los eduquen las
pantallas de las “tabletas electr￳nicas”, les permitimos acceso a extraños
que les violen su inocencia e ignoramos las relaciones en las que entran
por las llamadas “redes sociales”. Los padres no sostienen conversaciones
con sus hijos ni les enseñan cómo comportarse en una visita.
Hay tres formas de interesar a un niño en una conversación. No
se trata de hacerles preguntas que ellos evadirían, sino preguntas en cuyas
respuestas tomen interés: “¿Qué deporte te gusta más?, ¿Por qué?, ¿Quién
es tu héroe preferido?, ¿Qué país te gustaría conocer?, y así por el estilo.
Cuando el niño a la niña conteste tratemos de tejer una conversación.
Los niños son curiosos por excelencia. Digámosle a un niño,
¿sabes lo que me pas￳ la otra tarde?, o interesémosle , “si te fuera a hacer
un regalo, ¿qué escogerías”, si sabemos hacer historias, reales o
inventadas, hagámoslas, siempre tratando de entrar en una conversación.
En tercer lugar, propóngale retos a sus niños fijándoles
previamente una recompensa. “Si te aprendes estos versos, te llevo al
cine”, “si aprendes a multiplicar por nueve nos vamos a patinar en hielo”,
“si memorizas el “Padre nuestro” nos vamos a dar un paseo en bote por los
Everglades. Y, por supuesto, aproveche cada oportunidad para crear una
conversación.
Rescatemos el placer de la conversación. Una tarde de éstas
váyase al portal de la casa con el previo acuerdo de que celulares y tabletas
no estén presentes y goce de una conversación familiar. Habrá risas, tristes
recuerdos y empolvadas añoranzas, cercanía emocional, fortalecimiento de
lazos, y sobre todo, la grata sensación de las bendiciones de Dios.
martes 15 de septiembre del 2015-