LA ESPERANZA
Rev. Martín N. Añorga
Hace años oí decir a alguien que “una persona puede vivir cuarenta días sin
comer, tres días sin beber agua, y alrededor de seis minutos sin respirar, pero sin
ESPERANZA solamente un minuto.”
Estas palabras a todas luces son una exageración, pero encierran una
verdad. Yo he conocido personas que cargan años sin esperanzas y se les apaga el
brillo de la vida, y a otras que de pronto, ante una circunstancia adversa o una
inesperada frustración, la pierden sin encontrarla jamás. Ese es el caso de un
querido amigo que ante los recientes sucesos en los que se ha involucrado Cuba me
confesaba angustiado que había perdido la esperanza de ver a su añorada Isla de
nuevo libre y coronada de felicidad, y esa frustración lo tenía vencido. A veces,
lamentablemente, sembramos nuestra esperanza en terreno baldío, algo que
promueve la triste consecuencia del desencanto. Esperar la libertad de Cuba a plazo
fijo es una forma sutil de cubrirnos de bruma la mirada. Nuestra esperanza es
Cuba, pero los términos de esa noble esperanza no deben quedar sujetos a un falso
sentido de inmediatez. Sobre todo, después de tantos años sufridos y ante tan
escaso futuro como el que nos queda disponible.
Ciertamente cuando se analiza de manera pragmática la realidad cubana de
hoy tenemos que entender que los que sumamos una gravosa cantidad de años
tenemos el derecho de sentirnos frustrados, inquietos y decepcionados. Todo
parece indicar que el destino de Cuba se ha escapado de nuestras manos y que no
tenemos otra alternativa que aceptar tan triste realidad; pero existe una alternativa
que no podemos esquivar, la esperanza. Soñar, esperar, trabajar, insistir,
rebelarse, son lozas para formar un camino de ánimo y seguridad. Yo,
personalmente, sé que no me queda espacio para gozar de una Cuba liberada; pero
guardo la íntima esperanza de que habrá futuras generaciones que disfrutarán lo
que hoy yo me conformo con desear con todo mi corazón.
¿C ٚ ómo mantener la esperanza?, me preguntaba el triste amigo, y por medio
de este sencillo trabajo voy a responder a su pregunta.
En Cuba tenemos en la cúpula de gobierno una caterva de viejos convencidos
de que el sistema político que dominan ha entrado en un proceso de obligados
cambios y han extendido la mano ansiosa ante el poder del “odiado enemigo” que
han desafiado por más de medio siglo. Una entrega que algunos extenuados en el
pueblo quizás aplaudan movidos por un falso halo de ilusiones en un renovador
futuro. Yo no hubiera querido este inesperado e indoloro final para la infausta e
impía revuelta iniciada y mantenida por los hermanos Castro; pero si el trasiego
que nos inquieta desencadena los factores que harán de Cuba una nación libre,
¡arriba la esperanza!.
Un hecho irreversible es el de la edad de los que han convertido a Cuba en
su finca particular. Todos han traspasado la frontera de los ochenta años y les
quedan pocos tramos por andar. Con la muerte de los Castro se muere la
revolución. Los que vengan detrás carecen de historial, no tienen una imagen
popular y lo que buscarían en el poder es la prosperidad individual, el modernismo
en la sociedad y las rectificaciones que les satisfagan la vanidad. No les será
distante el momen para sucumbir. Serán más frágiles ante la oposición y más
remisos ante una probable lucha. Confieso, que no hubiera querido jamás que mi
esperanza por la libertad de Cuba se basara en este imponderable; pero en
circunstancias en las que me muevo, me agarro de cualquier pensamiento
libertador que se me inserte en la cabeza.
Tratándose de mi patria, su historia es un inmenso baúl de esperanzas. El
pasado mes de octubre celebramos el 148 aniversario del inicio de la guerra de los
diez años. Los que iniciaron esta batalla desigual tuvieron que esperar 34 años para
ver la bandera plena de libertad izada en La Habana. Esa meta se logró al final de
una trayectoria de varios siglos de encadenamiento, y a pesar de la insufrible
caminata, la obtuvimos parcialmente comprometida con un país ajeno que aunque
poderoso no tomó la penosa acción de adueñarse de la codiciada Isla. No creo que
haya que esperar tanto en estos tiempos para que se repita este lindo hecho de
una bandera redimida besada por brisas de libertad.
Cuba fue el último país en América en liberarse del colonialismo español;
pero injusto sería que olvidemos a los incontables patriotas que a lo largo de más
de cuatro siglos regaron con su sangre los campos patrios en aras de su liberación.
En estos cincuenta y tantos años de fatal dominio comunista nunca han estado
ausentes los héroes que han ofrendado sus vidas por amor a Cuba. La lista de
honor no se extingue y todavía existe , y existirán después de nosotros los patriotas
que no se resginarán ante la pérdida de la patria.
Si nos detuviéramos para repasar el mapa histórico de la humanidad
recordaríamos que los grandes imperios del pasado, después de encumbrarse,
cayeron en ruinas. Cuba no es la excepción. Los dictadores se cansan, flaquean y
mueren. Las estructuras más firmes caducan y se desploman. El sistema imperial
inmpuesto en Cuba no tiene certificado de indefinida permanencia. Es notable la
hilera de cambios que se han ido adoptando, visible la impotencia de los que
mandan para detener el regreso de las costumbres de ayer, y la urgencia del
pueblo por ir recobrando sus derechos elementales. Todo esto hace vibrar de
entusiasmo nuestra esperanza.
Nuestros honrosos empeños han sido los de destronar a los tiranos, restaurar
la libertad y recuperar la democracia. La lucha dura ha sido, y costosa, y aunque a
pesar de los esfuerzos no hemos conquistado el objetivo propuesto nos queda
invicta la esperanza. Han sido hostiles las noches, áridos los amaneceres e
insufribles las pérdidas; pero ni Cuba ni sus hijos se resignan a vivir bajo la sombra
del ignominio y el abuso. Nos queda la esperanza, y contra esa infatigable arma no
hay tormentas sufcientemente fuertes para destruirla.
Hemos oido vociferando al renegado Raúl Castro reclamando el fin del
embargo, la devolución de la Base Naval de Guantánamo y sugiriendo que lo
indemnicen por millonarias cantidades. Ante sus demandas los mal gobernados
regimenes socialistas expresan un comprometido apoyo, pero los estadistas que se
basan en las normas de la ley y los derechos coinciden en afirmar que en todo
arreglo hay que dar para recibir, y Cuba no tiene nada para dar, sino golpes a los
disidentes y opositores, y migajas al pueblo desesperado. A algunos les parecerá
una ingenuidad que yo aliente la esperanza de que el Congreso de Estados Unidos
le exija a Castro que corresponda obligatoriamente a las acciones que le competen.
Las voces de nuestros congresistas Marco Rubio, Bob Menéndez, Ileana Ros-
Lehtinen, Mario Díaz Balart, Carlos Curbelo y Albio Sires son nuestro amparo,
añadidos los demás legisladores que con ellos coinciden. Quizás, en estos
quehaceres perdamos ración de nuestro sueño, pero nunca un ápice de nuestra
esperanza.
La Rochefoucauld, el famnoso autor de Máximas, nacido en Paris en el año
1613, nos leg￳ estas sabias palabras: “la esperanza, por muy enga￱osa que sea,
sirve al menos para conducirnos al fin de la vida por un camino agradable”. Es
absolutamene seguro que yo no veré la culminación de la redención patria, pero
moriré con una sonrisa en el corazón bordada de esperanza.
A mi amigo, autor indirecto de este modesto trabajo le recuerdo que “la
esperanza es un préstamo concedido a la felicidad”. A nosotros, los que hemos
gozado de una larga vida, nos queda el bendito espacio del recuerdo, santuario en
el que nadie puede intervenir ni nadie puede profanar. Quizás no entendamos las
etapas bruscas que el destino nos ha impuesto, pero sabemos que no somos el final
de la historia ni los límites del futuro. Más allá queda la vida, y más allá queda Cuba
extendida sobre las olas, con sus airosas montañas y bellos paisajes, capaz de
ganar la batalla final que le proporcione una libertad purificada por el sascrificio y
cimentada en el decoro, sin que quede ausente una experiencia de paz basada en la
justicia. Esa es nuestra esperanza, y ésta, nadie nos la arranca del pecho.
-martes 13 de septiembre del 2016- M.N.A.