Había una vez un librepensador...
P. Fernando Pascual
18-9-2016
En el mundo de las fábulas, había un librepensador muy influyente y reconocido. Defendía la libertad,
estimulaba la reflexión, promovía un mundo fraterno y dialógico.
Ocurrió, sin embargo, que algunas personas criticaron al librepensador. Lo acusaron de contradicciones
y sofismas, denunciaron estrategias no limpias y modos de proceder extraños a una actitud abierta y
dialogante.
Uno de los críticos enseñaba en una prestigiosa institución. Puesto que el librepensador decía una y
otra vez que aceptaba el debate, este profesor supuso que podría expresarse sin problemas para
fomentar la discusión.
Sin embargo, un día llamaron al profesor a la oficina de empleo de su universidad. Le dijeron que el
contrato estaba vencido, que dejaría de impartir clases al terminar el semestre. Nuestro crítico pidió
explicaciones, pero no hubo ninguna.
Entre bambalinas, la causa de su despido con guante blanco estaba en una llamada telefónica. Alguien
“de arriba” llamó a la institución para exigir el despido fulminante de aquel profesor.
Detrás de la llamada estaba, como es fácil descubrir en una fábula, el famoso librepensador. Porque
está bien defender el derecho a pensar con audacia y valentía, pero recibir críticas no gusta a nadie, y
hace falta poner orden y acallar a los disidentes...
Fuera de las fábulas, en el mundo real, y con maniobras a veces oscuras y siniestras, ocurren cosas
parecidas. Solo que no resulta fácil desvelarlas, por las mil cautelas y miedos que rodean este tipo de
hechos; y porque hay medios informativos controlados por amigos de los grandes líderes.
Provoca cierta tristeza ver cómo ante las cámaras se exalta la libertad y se promueve el diálogo fecundo
entre posiciones diferentes, mientras por la espalda se persigue, con insidias a veces maquiavélicas, a
quienes no se alinean con lo que dice el “líder”.
Ocurrió de un modo dramático, casi macroscópico, durante el maoísmo, con la campaña de las cien
flores, supuestamente orientada a relanzar la crítica para luego castigar a los ingenuos que cayeron en
la trampa al manifestar sus opiniones.
Ocurre también, discretamente, en el mundo occidental, donde en teoría se exalta la libertad de
pensamiento, pero luego se practican modos eficaces para silenciar, aislar, despedir o dañar a quienes
van contra el pensamiento dominante.
Había una vez un librepensador... que no lo era. Fuera de las trampas de quienes controlan y castigan a
los disidentes, ha habido y habrá hombres y mujeres dispuestos a pensar con valentía y a arriesgar sus
vidas con el único deseo de difundir la verdad y defender la justicia.