CADA DÍA SU AFÁN Diario de León, 24.9.2016
ORAR POR LOS VIVOS Y LOS MUERTOS
Sin la gracia de Dios no podemos conseguir los ideales de una vida virtuosa. La oración
nos lleva a confiar en la misericordia divina, que viene en ayuda de nuestra fragilidad
humana.
Esta obra de misericordia contempla el deber moral de orar tanto por los vivos como por
los difuntos. Muchas personas vivas agradecerán que las recordemos en nuestra oración.
Nuestros antepasados pedían para sus familiares difuntos la paz eterna, la superación de las
penas del purgatorio o el acceso a la gloria eterna.
Nuestra fe nos dice que nuestra oración por los que han muerto no es un mero signo de
cortesía o de gratitud. Con nuestra oración afirmamos que nuestro amor puede y debe ser más
fuerte que la muerte. Creemos y confesamos que nuestro amor nace del Dios amor que a todos
nos hermana, a todos espera y a todos acoge.
Durante la batalla de los hebreos contra los amalecitas, Moisés intercede por Josué y
por sus tropas (Éx 17, 11-12). Y Salom￳n “ruega al Se￱or por él, por todo el pueblo, por las
generaciones futuras, por el perd￳n de sus pecados y sus necesidades diarias” (1 Re 8, 10-61).
Judas Macabeo encarga sacrificios por los muertos en la batalla. El texto añade que
“santo y saludable es el pensamiento de orar por los difuntos para que queden libres de sus
pecados” (2 Mac 12,46).
Jesús escucha la oración de intercesión que le dirige Pedro por su suegra y la súplica
del centurión a favor de un criado suyo. Escucha la súplica de Jairo y la de una mujer cananea
por sus respectivas hijas. Presta atención a las gentes que interceden por un sordomudo y a un
padre angustiado que le presenta a su hijo epiléptico.
Jesús escucha la oración de los demás y exhorta a sus discípulos a rogar aun por
aquellos que les hayan hecho mal: “Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os odien,
bendecid a los que os maldigan, rogad por los que os maltraten” (Lc 6, 27-28). No es un signo
de masoquismo. Es la única forma de parecerse a Dios, que se compadece de buenos y malos.
En su exhortaci￳n “La alegría del Evangelio” el Papa Francisco ha recomendado la
oración de intercesión. Por ella pedimos a Dios gracias para nuestros hermanos al tiempo que
le damos gracias.
Nuestra oración puede manifestar nuestra profunda gratitud por lo que ellos son y han
sido para nosotros, por los dones que han recibido, por la fidelidad con la que han servido a
Dios y a los demás, por el testimonio de su vida y por el ejemplo que de ellos hemos
recibido.
Por tanto, orar por los vivos y los difuntos no es un gesto ocioso. Es el signo de la
comunión de los santos, en la que decimos creer cuando recitamos el Credo . Orar por los
demás equivale a expresar con un signo personal nuestra fe en el amor de Dios a todos sus
hijos. Interceder por los demás es un gesto que revela nuestra cercanía a la familia humana.
José-Román Flecha Andrés