Dime qué padre eres y te diré que hijo tendrás
P. Adolfo Güémez, L.C.
Pancho estaba saliendo de haber cenado con sus abuelos en un restaurante. Cuando ya se
estaban subiendo a un taxi, un chico se acercó a pedirles una limosna.
El abuelo metió la mano en el bolso y le dio unas monedas con una sonrisa: «Perdona, pero
no tengo más».
El chico lo miró con desprecio y le dijo: «Eres un miserable», y le escupió.
Pancho se enojó e iba a salir del auto a pegarle al niño, pero su abuelo lo paró y le dijo:
«No, no es su culpa. Imagínate la familia que el pobre debe de tener.»
Lo que les escribo no lo inventé. Sucedió tal cual. Y no me sorprende. Porque,
efectivamente, lo que los padres son, en eso se convierten los hijos. La familia determina
directamente su personalidad.
Esto conlleva una gran responsabilidad de parte los papás.
En primer lugar, tomar conciencia de esta realidad. No sólo para saberlo, sino para cambiar
lo que tengan que cambiar.
Si en su matrimonio hay violencia, ¿por qué extrañarse de que su hijo sea violento con sus
amigos? Si no hay cariño, sino sólo reprimendas, ¿por qué escandalizarse cuando me entero
de que mi hijo es buleado en el colegio? Si no hay respeto, ¿por qué mostrarse sorprendidos
cuando el hijo se ha convertido en el buleador de su salón?
Padres, sus hijos son sus espejos. Nada –escuchen bien, ¡nada!– de lo que hagan o digan, es
indiferente para ellos. Ustedes están formando hoy en su hogar lo que sus hijos serán el día
de mañana.
Y aquí no vale el sofisma de que “para eso lo metieron a tal o cual escuela”, para que lo
formen, para suplan lo que ustedes no le pueden dar. ¡No! La responsabilidad total de la
educación es de ustedes.
Pero no escribo esto para angustiarles. Porque soy muy consciente de que no hay
matrimonio perfecto. Sé muy bien que todos tenemos mucho que cambiar y mejorar.
No se espanten ni tengan miedo de sus limitaciones. Dios suple todas las carencias que
ustedes puedan tener. Pero con una sola condición: que cada uno de ustedes ponga todo lo
que está de su parte para dar lo mejor para educar a sus hijos.
Por eso lo segundo que tienen que hacer es estar dispuestos a cambiar lo que haya que
cambiar en su persona, en su actitud, en su situación actual para mejorar la paz y la armonía
en sus hogares.
Si has visto con claridad que hay comportamientos, vicios, maneras de tratarse que no le
harán un bien a sus hijos, entonces, ¿qué esperan para cambiarlos?
El momento para hacerlo no es mañana. Es hoy. La fuerza para lograrlo no llegará en una
semana. La tienes hoy. Porque Dios te la da.
Queridos padres, sus hijos quieren vivir en el mejor hogar posible. Dios quiere que sus
hijos sean lo mejor. ¿Ustedes querrán también lo mismo?
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