AL REGRESO
Mi artículo anterior se titulaba “Distancia”
Hoy quisiera retomar la situación allí descrita para retomarla seis días
después.
Eran como las diez de la noche del domingo.
El timbre de la puerta suena de una manera inconfundible.
Era él que llegaba.
Su silueta se vislumbra pegada a la puerta.
Por más que siempre me dice: “Soy …….” no necesito de ello para
identificarle.
No había terminado de abrir la puerta cuando dice: “¿Volviste?”
Ante lo obvio de la pregunta solamente cabía una respuesta tonta. “No soy
yo, es mi fantasma. Entra”
“Pasé mal estos días. ¿Por qué te fuiste?”
“Tenía que irme, no tenía más remedio”
“Pero yo pasé mal. Dormía debajo del puente y no tenía comida”
“¿Yo tengo la culpa?”
“Lo que pasa es que ahora estoy acostumbrado a la buena vida. Tengo una
cama y una cobija para dormir y, siempre, antes de acostarme, puedo
comer comida caliente”
“Entonces, en lugar de ayudarte, te estoy haciendo mal”
“No, vos no tenés la culpa pero ¿sabés lo que es pasar mal?”
Durante toda la semana anterior no me lo había podido quitar de mi mente
puesto que todo era una invitación a pensar en su realidad.
Una realidad que, bien lo sé, no es exclusiva de él pero forma parte de mi
realidad cotidiana y, por ello, lo suyo me es tan cercano.
Sabía lo que le esperaba pero no esperaba me dijese “Pasé mal” cuando
durante años esa ha sido su realidad.
Por un lado me alegraba valorase lo poquito que se le brinda pero por otro
un sentimiento extraño se apoderó de mí.
¿Ayudo o perjudico?
¿En qué medida le estoy dando una mano cuando no le estoy brindando una
salida a su situación?
Le estoy acostumbrando a una realidad que no puede ser definitiva ¿está
bien tal cosa?
Quizás hoy no tenga una respuesta a estas preguntas.
Quizás mañana pueda encontrar un atisbo de respuesta a estas
interrogantes que danzan por mi interior.
No, no puedo arrepentirme de lo hecho.
Es un ser humano y no podía continuar en su situación.
Es un ser humano y no podía dejarle en la calle.
De hacerlo, quizás, muchas palabras no las podría volver a pronunciar.
De hacerlo, sin duda, mi interior me reprocharía no haber realizado algo
que estaba a mi alcance y podía realizarlo.
No, no puedo arrepentirme de aquella noche helada en la que salimos en su
búsqueda.
Como cristiano no podía no haber hecho lo realizado.
Era, sin duda, Jesús que me pedía hiciese algo por Él.
Que me complicase la vida por Él.
Era lo que tantas veces había dicho y no podía actuar en sentido contrario.
Ahora, al regreso, algunas preguntas se instalaron en mi interior para
mirar, sin distancia, una realidad que me involucra.
Padre Martín Ponce de León S.D.B.