INCONCEBIBLE
La celebración avanzaba dentro de lo establecido.
En el momento establecido dos personas comenzaron a distribuir la
comunión.
Solamente reciben la misma quienes lo deseen y se consideren preparados
para ello.
En aquel momento todos lo deseaban, como no podía ser de otra manera.
Una persona se acercó y la saltearon.
Dicha persona fue la única que no se hizo comunión con Jesús mediante la
eucaristía.
Aquellas personas decidieron por ella.
Aquellas personas le excluyeron por determinación de ellos.
No mediaron palabras, no existió ningún tipo de intercambio.
Simplemente decidieron saltearle.
Tal cosa me resulta inconcebible.
¿Quién puede negar un sacramento?
¿Quién puede juzgar la dignidad o no para recibir a Jesús?
¿Quién puede determinar si puede o no recibir a Jesús?
¿Es cristiana una determinación tal?
¿No eran ellos quienes actuaban contra lo de Jesús?
¿Eran ellos, luego de tal proceder, dignos de recibir a Jesús?
Eran preguntas que surgían en mi interior a medida escuchaba el relato.
No era quién para juzgar y, por lo tanto, debía rechazar algunas de estas
interrogantes.
Pero muchas otras permanecían en mi interior para tratar de comprender lo
que, a todas luces, me resultaba inconcebible.
Lo sucedido me recordaba un pasaje evangélico y el actuar de Jesús muy
distinto al de aquellas personas.
Jesús es invitado a comer en una casa.
En plena comida se acerca una mujer y se pone a los pies de Jesús y con
sus lágrimas enjuaga y besa sus pies.
El due￱o de casa piensa: “Si fuese un profeta no se dejaría tocar por esta
mujer que es una prostituta”
Jesús no solamente reprocha el pensamiento de aquel hombre sino que
alaba la actitud de aquella mujer.
No solamente no le importa su condición sino que le perdona sus pecados.
Aquel hombre se creía justo y, por lo tanto, no necesitaba de Jesús.
Aquella mujer se sabía pecadora y, por lo tanto, necesitada de Jesús.
La presencia de Jesús únicamente liberó a aquella mujer.
Ha pasado mucho tiempo de aquel relato y, por lo visto, posee mucha
vigencia.
Continúan existiendo seres que separan a la humanidad en buenos y malos
y ellos, obviamente, se colocan en el lado de los buenos.
Continúan existiendo seres que miran con desdén a otro puesto que le
consideran indigno.
Jamás podemos olvidar que Jesús no ha venido para satisfacer a “los
buenos” sino para liberar de culpa, exclusi￳n y marginaci￳n a los
necesitados.
En el templo se reunían los “buenos” y Jesús realiza su acci￳n fuera de allí.
Lo considera un lugar donde se ha perdido la esencia de Dios.
La esencia de Dios estaba en el encuentro con los “indignos” de aquel
tiempo en los caminos de su tiempo.
Es inconcebible que, dos mil años después, continuemos sin entender,
verdaderamente, al Dios que nos presenta Jesús.
Padre Martín Ponce de León S.D.B.