BETANIA
En aquella casa Jesús no necesitaba avisar su llegada.
En aquella casa Jesús entraba sin llamar a la puerta.
Constantemente le estaban esperando.
Siempre su llegada suscitaba revuelo puesto que le debían brindar lo mejor.
No era, su presencia, una visita más.
La suya era la visita del amigo que se refugia en busca de un algo de
tranquilidad y consuelo.
Su visita motivaba diversas actitudes.
Marta que se afanaba en todo lo que hacía para un agasajo digno.
María que se aferraba a “la mejor parte” sabiendo que la misma no le sería
quitada.
Lázaro que disfrutaba a grandes sorbos la presencia de quien le había
devuelto la vida.
En aquella casa la amistad era una realidad que se vislumbraba desde todos
los espacios.
No era lo común pero no llamó la atención de nadie lo realizado por aquella
hermana.
Rompía las reglas cuando se quedaba, absorta, escuchando las palabras de
Jesús.
Rompió las reglas cuando empapó los pies del amigo con aquel carísimo
perfume.
Secó aquellos pies perfumados con sus cabellos.
Toda la casa se colmó del aroma a nardo, perfume que había sido
depositado en el amigo y en sus cabellos.
Jesús y ella tenían el mismo aroma.
Ella y Jesús desparramaban el mismo aroma en cada movimiento.
Tal cosa no es indiferente para Jesús y la deja hacer.
Permite que toda la atención de los otros comensales se centre en aquella
mujer y no en su persona.
Permite que todas las miradas se detengan sobre ella que le agasaja.
María no teme lo que puedan decir.
Ella, tan solo, pretende estar en comunión con su amigo.
Pretende que aquel aroma los embriague a ambos por igual.
Es el aroma de la amistad que asciende desde Jesús y desciende desde ella.
Es el aroma del amor que atrapa y contagia.
Siempre que ella perciba aquel aroma lo recordará.
Sus cabellos están llenos de aquel perfume que fue de ella pero desde
ahora es de Él.
Unirse a Jesús es, siempre, dejar que lo suyo se haga nuestro porque Él
asume lo nuestro.
Seguir a Jesús es, necesariamente, dejar que su aroma sea el nuestro.
Para que ello sea así debemos animarnos a jugarnos por Él.
Jugarnos por Él es demostrar lo mucho que nos importa.
Jugarnos por Él es no temer a esas miradas cargadas de reproche que
sentimos sobre nosotros.
Necesario, para ello, es, muchas veces, animarnos a romper con reglas
establecidas.
Reglas que no hacen otra cosa que pretender quitarnos la libertad porque
diciéndonos lo que hacer.
Reglas que no hacen otra cosa que pretender quitarnos la autenticidad
porque haciéndonos obedecer y no ser.
Reglas que no buscan otra cosa que el “quedar bien” por sobre el “estar
bien”.
El relato evangélico pone su mirada en esta joven mujer para mostrarnos lo
que implica ser amigo de Jesús.
No es un algo que se limita a una realidad interior sino que se hace
necesario explicitarlo con acciones bien concretas.
Ser amigo de Jesús es lograr llegar a esa comunión de perfume porque de
cercanía.
Ser amigo de Jesús es mantener para con Él una relación por sobre las
reglas establecidas ya que desde la fidelidad.
Ser amigo de Jesús es no guardarse nada sino poner a sus pies lo mejor de
uno mismo.
Ser amigo de Jesús es animarse a vivir en una prolongada Betania y hacerle
saber que Él es de la casa y puede ingresar cuando lo desee en la casa de
sus amigo.
Padre Martín Ponce de León S.D.B.