¿Por qué amamos la verdad?
P. Fernando Pascual
8-10-2016
San Agustín reconocía que muchos hombres engañan, pero ninguno desea ser engañado. ¿Por
qué? Lo primero, porque quien miente supone que obtiene algún beneficio, a pesar de la
injusticia que realiza. Lo segundo, porque ser engañado implica sufrir algún daño.
La segunda parte de la frase agustiniana, nadie desea ser engañado, nos pone ante una de las
aspiraciones más íntimas e irrenunciables del ser humano: encontrar la verdad.
Porque la verdad nos aparta del error y nos permite tener una visión más completa de las cosas.
Porque la verdad permite tomar mejores decisiones, dejar a un lado aquello que perjudica, y usar
los medios que sirven realmente para alcanzar una meta buena.
Porque la verdad une, ya que en la misma desaparecen tantas tensiones y conflictos que surgen,
precisamente, por no ver bien las cosas o por haber sido encadenados bajo falsedades
destructivas.
Los seres humanos amamos la verdad, en definitiva, porque tenemos una mente inquieta y
deseosa de luz para comprender mejor el mundo en el que vivimos. Y porque tenemos una
voluntad que no se conforma con lo aparente, sino que aspira a lo realmente bueno.
Por eso leemos, preguntamos, observamos, esperamos, reflexionamos, y realizamos tantas y
tantas pesquisas, simplemente para descartar lo que sea falso, y para adherirnos a lo verdadero.
Así caminamos hacia verdades que iluminen nuestros pensamientos y orienten nuestras
decisiones. Solo si las alcanzamos será posible una vida más justa, tener paz en los corazones, y
abrirnos a quienes nos den una mano y a quienes podamos ayudar.
Así también nos abriremos hacia el horizonte de lo eterno, donde descubrimos esa Verdad
completa que da sentido al origen del ser humano, y que permite esperar, tras la frontera de la
muerte, una plenitud que supera mentiras, que destruye injusticias, y que otorga una felicidad
completa y verdadera.