CADA DÍA SU AFÁN Diario de León,
UNA PROMESA QUE NO DEFRAUDA
El día primero de noviembre celebramos la solemnidad de Todos los Santos.
Según el Papa Francisco, esta fiesta “nos recuerda que la meta de nuestra existencia
no es la muerte, ¡es el Paraíso! Los santos, los amigos de Dios nos aseguran que esta
promesa no defrauda”.
Junto a los santos canonizados están aquellos cuya fama no ha trascendido más
allá de su ambiente familiar o laboral. Los desconocidos por los medios de
comunicación. Son hombres y mujeres que han seguido con sencillez y fidelidad su
vocación y han manifestado la alegría de la gracia. Han vivido la fe, han contagiado
la esperanza y han hecho del amor la norma de su vida. Y ello, no para ser
simpáticos ni eficaces, sino porque así era Jesucristo.
Los santos son hombres y mujeres que han aceptado los valores del evangelio.
Son los seguidores del Señor. Ellos nos demuestran la posibilidad de imitar el estilo
de Jesús. Los santos y santas de Dios son los mejores hijos de la Iglesia. La prueba
de que es posible vivir el proyecto de Dios. El icono más bello de la dignidad
humana. Las arras de la esperanza. El anticipo de la gloria que nos ha sido
prometida.
En esta solemnidad de Todos los Santos se proclama una vez más el mensaje
de las bienaventuranzas pronunciadas por Jesús. Esas palabras nos revelan el rostro
de Dios y el espíritu que animaba a Jesús. Expresan las notas que caracterizan a los
que forman parte de su Iglesia. Recogen las mejores aspiraciones y esperanzas del
corazón humano y nos orientan hacia la patria celestial.
Las bienaventuranzas no desprecian la tierra en la que viven, trabajan y sufren
los hijos e hijas de Dios. Pero nos invitan a no parcelar el corazón humano. A ver
nuestra vocación en su integridad. A recordar que nuestra verdadera dignidad
trasciende los logros de nuestras manos y supera el malogro que nos aflige.
Según san Pedro Poveda, “las bienaventuranzas son el mejor resumen del
Evangelio, el más firme sostén de nuestra fortaleza en la lucha por el cielo y la más
perfecta regla de vida. Son el alma de la fe, de la esperanza y de la caridad”.
San Agustín reduce las bienaventuranzas a siete. La primera y la última
ofrecen la misma recompensa a dos actitudes que parecen diversas. Los pobres en el
espíritu han abrazado la libertad, que capacita para vivir como hijos de Dios. Y los
perseguidos por su fidelidad no se dejan seducir por el tener, el poder o el placer.
También ellos han optado por la libertad. A fin de cuentas, esa fue la suerte que le
tocó a Jesús.
Pobres por amar la única riqueza. Perseguidos por amar la única verdad. A
ellos se les ofrece la plenitud del Reino de Dios. Ellos son ya el icono que hace
visible la grandeza de ese Reino.
José-Román Flecha Andrés