ESTILO DE VIDA Y FAMA
Aquella persona tenía fama de solitario.
Los mil recodos por los que pasa la vida le habían dejado en solitario.
Muchos opinaban que aquello era lo que más se adecuaba a su
personalidad.
Su fama se apoyaba en la realidad de su vida.
La inmensa mayoría de sus años habían transcurrido, para él, desde una
actividad en solitario.
Mirado desde fuera era dable pensar que tal estilo de vida era lo que más se
amoldaba a su condición.
Su fama de solitario no era producto de infundados supuestos sino un
contemplar su estilo de vivir la vida.
No, no era un autosuficiente ni un superhéroe. Era, simplemente, una
persona que, por más que pudiese llevarse relativamente bien en la relación
con algunos mucho mejor se desempeñaba desde su condición de solitario.
Solamente él sabía cuánto le pesaba esa soledad.
Sin duda que no hacía mucho por revertir esa fama que se había ganado
pero, también, había aprendido a sufrir en silencio las consecuencias de esa
fama.
En algunas oportunidades, en esos momentos raros en los que dejaba
aflorar su interior, había llegado a afirmar que él era sabedor de lo mucho
que solía doler la soledad.
Nunca habría dicho que esa soledad dolorosa era la que él vivía pero aquella
experiencia solamente podía tener, como fundamento, su propia
experiencia.
Cualquiera podía darse cuenta que esa, su condición de solitario, debería
haberle resultado, en muchos momentos, una carga muy dura de
sobrellevar.
Es que no se requiere de mucha experiencia de vida para saber que
cualquier carga es mucho más llevadera cuando se puede contar con
alguien para compartirla.
No es que buscase trasladar sus responsabilidades a otra persona pero, sí,
saber que no todo el peso de sus determinaciones caía sobre sus hombros
por más que fuese el único responsable de sus determinaciones.
Solamente él sabía con plena certeza de que, si bien las vueltas de la vida
lo habían dejado en soledad, no era un solitario.
Sus muchos años de solitario le iban marcando y, era plenamente
consciente, tal hecho iba dejando en él una huella que no sería muy fácil de
borrar.
Cada tiempo que pasaba era más, mucho más, lo que mascullaba en
solitario que lo que compartía por más que, siempre, sintiese la necesidad
de compartir para no aislarse en sus calles interiores.
Un día alguien compartió un trozo de su camino. Un trozo pequeño, un
trozo muy breve. Pero aquel hecho significó muchísimo para él.
“Siempre que quieras hablar, sabé que podés contar conmigo”.
Se había sentido escuchado y reconfortado pero igualmente manifestó: “No
tengo derecho.....”
“Tenés todos los derechos comprados” fue lo que recibió como corolario a
sus palabras.
Volvió a quedar en solitario pero.......... un viento impetuoso había
comenzado a soplar en su vida.
¿Reconocimiento? ¿Gratitud? ¿Ternura?.
¡Vaya uno a saber cómo se podría definir lo que experimentaba!. Quizás ni
él pudiese definir toda la tormenta que aquellas palabras estaban causando
en su interior.
Era una lucha interior muy intensa porque conservar aquellas palabras era
como romper con un estilo de vida con el que se había mimetizado por más
que mucho lo sufriera pero ignorarlas era no volver a experimentar esa
extraña y gozosa sensación.
Le vi alejarse con toda su carga de tormenta interior a cuestas sabiendo que
no podría ayudarle a resolver su dilema porque se había refugiado en su
fama de solitario por más que tuviese la certeza de que, en aquel solitario,
algo se estaba comenzando a romper.
Su estilo de vida se había cimentado en la soledad y le costaba dar algún
paso que le dejase romper con aquello que le había construido la fama que
sobre él se había tejido.
Le gustaba su estilo de vida y le agradaba lo que comenzaba a
experimentar
Padre Martín Ponce de León S.D.B.