Ante bromas insultantes, promover respeto y cariño
P. Fernando Pascual
5-11-2016
Entre las bromas que giran por el mundo, algunas sirven para ironizar sobre grupos enteros de personas
y para reírse de ellos con acusaciones de todo tipo.
Así, se pinta a los que practican profesiones que requieren una gran atención a los números como
incapaces de empatía.
O a los que proceden de un país con clima frío, como cerrados de mente y racionalistas empedernidos.
O a los que tienen cierta edad, como seres que incurren en defectos molestos e inevitables.
Esas generalizaciones pueden ofrecer elementos más o menos simpáticos, otros sarcásticos, y no faltan
algunas que buscan, simplemente, ofender y despreciar a las personas por ser de tal o cual grupo.
Más allá de este tipo de bromas y de ataques envueltos bajo la apariencia de chistes inocentes, existen
modos de hablar sobre otros desde la empatía, el respeto, y con un deseo sincero de promover su buena
fama.
En un mundo donde abundan caricaturas falsas y generalizaciones injustas, fomentar el respeto hacia
quienes realizan profesiones útiles para la sociedad, hacia quienes vienen de un país determinado, o
hacia quienes tienen más o menos años, es no sólo sano, sino señal de amor sincero a la justicia.
Es cierto, una broma sobre personas o grupos hay que verla como lo que es, una broma. Pero no por
ello podemos repetirla como si fuese inofensiva, porque entre sonrisas y aplausos que acompañan un
buen chiste tal vez hemos dejado mal parados a miles de seres humanos inocentes.