DOS ÁRBOLES
El celebrante, en un determinado momento de su homilía, realiza la
comparación entre dos árboles.
No es que fuese un algo original o novedoso ya que es una
comparación que uno ya ha escuchado o leído en alguna oportunidad.
En aquel momento, aquella comparación, llamó mi atención y distrajo
mi escucha.
No era por algo que se estuviese diciendo sino algo que mi mente
divagante se distraía en pensar.
Los dos árboles a los que hacía referencia el celebrante decían del
“querer ser”
Querer ser como Dios en el relato del comienzo de la escritura con
Adán y Eva.
Querer ser como los hombres en el relato de la cruz de Jesús.
Los dos relatos hacen referencia a una opción plena de libertad ya
que ello es lo que dice y hace a la condición de la persona.
Libertad para querer ser como Dios. Libertad para querer ser hombre.
Sin libertad no hay validez plena en las acciones humanas por más
validez operativa que las mismas puedan tener.
Libertad en la ambiciosa pretención de querer ser como Dios.
Libertad en la inexplicable determinación de asumir lo humano.
Querer ser como Dios ha sido y será, siempre, el gran deseo de los
hombres y, en oportunidades, han actuado o actúan pretendiendo
ocupar el lugar de Dios.
Muchas de las miserias humanas que la historia de todos los tiempos
nos acercan han sido producto de ese deseo hecho actitud y
actividad.
Muchas de las intransigencias actuales son el resultado de ese querer
ser como Dios por parte de alguno o algunos humanos.
En un sencillo relato cargado de género literario el autor nos pone de
manifiesto la inclinación humana que ha llevado a los hombres a
llenar de muerte y destrucción a algunas páginas de su historia.
El primer árbol mantiene toda su vigencia.
Debemos recuperar la vigencia del segundo árbol.
Allí no hay género literario sino la más asombrosa de las verdades:
Dios nos ha redimido y liberado haciéndose uno como nosotros.
Dios se identificó tanto con la condición humana que asumió todo lo
nuestro para llenarlo de plenitud y liberación.
Aunque suene paradójico, desde entonces, para poder el ser humano
llegar a la cercanía de Dios debe hacerse plenamente humano.
Son las virtudes humanas las que nos acercan a Dios.
Desde el árbol de la cruz y en Jesús realidades humanas como amor,
pleno, fidelidad total y entrega desinteresada se tornan caminos
infalibles para estar en Dios.
Desde el árbol de la cruz todo lo humano se ha transformado en
instrumento de liberación y redención en la medida que en comunión
con lo de Jesús.
Las consecuencias del segundo árbol son libertad, redención,
realización y vida.
Los dos árboles; el primero conduce a la muerte mientras que el
segundo es promotor de vida digna.
Los dos árboles; el primero despierta sueños de grandeza mientras
que el segundo produce actitudes de servicio.
Los dos árboles; el primero encierra lo peor de la condición humana
mientras que el segundo realiza en cuanto personas.
Los dos árboles aún conservan su más plena vigencia y forman parte
de nuestra vida cotidiana.
Los dos árboles están allí y todo depende de a cual nos acerquemos
para intentar vivirlo.
Padre Martín Ponce de León S.D.B.