CERCANÍA
Hay veces que tu cercanía es muy elocuente.
Se llega hasta mí y la experimento posándose sobre mi mano.
Es un toque extremadamente delicado pero suficiente.
Comienza siendo un delicado sentir su presencia junto a mi mano.
Casi sin darme cuenta experimento que toda mi mano se va envolviendo
con la tuya.
Tus dedos se entrelazan con los míos y todo tu calor me invade la mano.
Es un calor dulce que deseo permanezca en mi mano.
Es un calor delicado que no desearía perder o que se retirase.
Pero no puedo conservar mi mano encerrada en una burbuja.
Tú no quieres que guarde tu calor solamente para disfrutarlo yo.
Tú no quieres que guarde tu calor solamente para experimentarlo yo.
Toda tu vida fue salir al encuentro de quienes te necesitaban y les regalaste
el calor de tu mano.
Lo tuyo era, delicadamente, poner tu mano, establecer cercanía para que
todo se llenase de amor.
Era tu amor quien transformaba en realidad los deseos más profundos de
aquellos a quienes acercabas el calor de tu mano.
Era tu amor quien reconfortaba a quienes se acercaban hasta vos.
Tus manos eran palabra y acción.
Tus manos eran delicadeza y gesto fraterno.
Tus manos eran testimonio de tu amor intenso y auténtico.
Esas tus manos que generosamente regalan calor que perdura.
Esas tus manos que se prolongan en cada gesto pleno de respeto,
aceptación y sentido común.
Esas tus manos plenas de amor y libertad.
No ataste tus manos a la letra de la Ley.
Tus manos se movieron libres dando realización y plenitud.
No te la mirada escrutadora de quienes buscaban censurarte.
Solamente movían a tus manos tu búsqueda de hacer algo por los demás y
tu afán por devolverles su dignidad personal.
Por ello tus manos eran tan importantes. Eran signo y palabra de la cercana
acción de Dios para con los demás.
Tus manos daban calor para hacer nacer un espontáneo gracias en el
corazón y una generosa sonrisa en el rostro.
Tus manos daban felicidad y la misma resultaba inocultable.
Sabías hacer feliz a quien necesitadamente te buscaba.
Cuando tus manos actuaban brindando calor no eran necesarias tus
palabras.
Ellas hablaban desde lo mejor de tu lenguaje.
Dejar la mano abierta para recibir tu mano es toda una actitud de vida.
Es dejarse invadir.
Es dejarse poseer.
Es dejarse conducir.
Es dejarse amar.
Tus manos se posan casi imperceptiblemente.
Tus dedos se entrelazan y comparten amor.
No piden nada, regalan todo.
No piden nada dejan su calor para que sea compartido desde su cercanía.
Padre Martín Ponce de León S.D.B.