DESDE UNA COLUMNA
Aquel templo llama la atención por el hecho de que no hay espacio en sus
paredes, columnas y techos, que no luzcan una pintura.
Hojas, nubes y rostros aparecen por todos los espacios.
Los únicos espacios sin pintura son aquellos que, entre la humedad y el
tiempo, muestran deterioro.
Entre los rostros que se pueden ver hay muchos de ángeles, de niños y de
algunas mujeres.
Llamó mi atención, en una de sus columnas, un dibujo de “la Verónica”
La tradición dice que ella, en el camino hacia la cruz, se acercó hasta Jesús
y limpió su rostro.
Como retribución a aquel gesto Jesús dejó impreso su rostro en aquella
tela.
En una columna, en una suerte de ovalo, aparece el rostro de una joven
que tiene en sus manos el lienzo con el rostro de Jesús.
Nada explica la razón de la atribución de tal nombre a esa mujer.
Tampoco se nos dice sobre la posible edad de aquella mujer.
Tales cosas nos permiten dejar volar la imaginación para acercarnos a
aquella mujer que la tradición permite descubrir.
Sin lugar a dudas realizar tal cosa era, de por sí, un gran acto de coraje.
Era involucrarse en un evento que tenía connotaciones de política de
estado.
Solamente eran ajusticiados de esa forma quienes actuaban en contra del
gobierno romano.
Era la condena de los que perdían su condición de ciudadanos para pasar a
ser esclavos.
Era la condena de los que se encontraban en contra del imperio. Eran
rebeldes y se condenaban en función de tales.
Cualquier muestra de simpatía para con el condenado podía ser una
sobrada razón para merecer la condena a muerte.
Limpiar su rostro no era un gesto de caridad permitido sino un gesto de
cercanía para con el condenado a la muerte en cruz no aceptado.
Para llegar hasta el condenado debe de haber pasado entre los soldados
encargados de lograr que el condenado llegase hasta el lugar de su muerte.
Coraje y determinación para lanzarse hasta el reo y aliviar, en algo, su
soledad.
Por ello imagino debería ser una mujer joven.
Se requiere de velocidad para, en ese arrebato de determinación, no ser
alcanzada por ninguna de las manos que tratarían de impedir su propósito.
Una velocidad producto de agilidad y tal cosa me lleva a imaginarla delgada.
Sus manos grandes deben haber tomado con fuerza aquel lienzo para
apoyarlo contra el rostro de Jesús y retirarse del lugar.
No debe haber sido una acción en cámara lenta sino con la velocidad de
quien corre un riesgo importante. Joven, delgada y corajuda como para ir en contra de lo que el sistema
permitía.
Sus brazos firmes y largos le permitieron aquel fugaz gesto de silencioso
amor.
Tal vez, en alguna oportunidad, ella había estado entre las mujeres que
escuchaban sus palabras llenas de amor y solidaridad.
Tal vez ella durante mucho tiempo había sentido crecer en su interior la
admiración por aquel ser tan especial.
Ahora había llegado el momento de manifestar, con lo que estaba a su
alcance, aquella admiración.
Allí estaba, en aquella columna, dejándose mirar para cuestionar mi
admiración por Él.
Padre Martín Ponce de León S.D.B.