La batalla de la vida
P. Fernando Pascual
4–2–2017
La vida es como una gran batalla. Hay momentos de serenidad y momentos de lucha. Hay victorias
y hay derrotas.
Esa batalla ocurre en lo pequeño. Suena el despertador. La pereza impulsa a permanecer entre
sábanas. La diligencia empuja para dar un buen inicio a la jornada.
Esa batalla se intensifica en momentos decisivos. Una propuesta desleal abre un panorama de
dinero fácil y de triunfos sociales. La conciencia avisa. La tentación brilla con una fuerza que
asusta.
Esa batalla pasa de las personas a las sociedades. Luchas entre partidos, luchas entre barrios, luchas
entre clases, luchas entre grupos de todo tipo (nacionalidades, razas, lenguas, religiones).
A lo largo del sendero de la historia, caen a uno y otro lado los cadáveres. Cadáveres en el alma:
miles de hombres sucumben ante la fuerza de las pasiones o ante los miedos del conformismo.
Cadáveres en el cuerpo: muertos reales, con nombres y apellidos, o desconocidos (embriones, fetos,
adultos...).
Da miedo ver cómo fuerzas malignas asaltan el propio corazón y el de familias, grupos o naciones.
Tantos han quedado atrapados por el odio. Tantos otros se convierten en soldados de ejércitos que
propagan muerte en los espíritus y en las vidas concretas.
En medio de ese panorama, no faltan mentes, corazones y manos que ayudan a los caídos y a los
heridos. Tienen misericordia, ofrecen medicinas, dan consuelo, apoyan a quienes pierden a sus seres
queridos, promueven caminos hacia sociedades en paz y justicia.
También Dios da esperanza y asegura la llegada de una justicia completa. Porque ninguna víctima
inocente quedará sin recibir su premio. Como tampoco ningún delito egoísta y no purificado
quedará sin ser castigado.
Es cierto, también existe la misericordia. A ella acudimos cuando el pecado ha manchado nuestras
almas y nos ha convertido en pequeños actores al servicio del mal y del sufrimiento de tantos
inocentes. A ella imploramos para que triunfe en más corazones la bondad, la ternura y la firmeza
que promueve la justicia.
Este día, en su aparente normalidad o en sus momentos dramáticos, es una nueva pieza del mosaico
de la inmensa y misteriosa batalla de la vida. Pedimos a Dios fuerza y paciencia para resistir al
maligno, y generosidad y esperanza para orientar las energías que nos quedan hacia lo bueno, lo
noble, lo perfecto...