UN ACERCAMIENTO IMPOSIBLE.
Con fe o sin ella muchos han sido quienes han intentado aproximarse a la
historia de Jesús.
Los resultados dependen del gusto literario de cada uno de los lectores ya
que están lejos de tener determinación alguna en cuestiones de fe.
Ese fascinante personaje, Jesús de Nazaret, que ha perdurado por sobre el
paso del tiempo.
Un ser que resulta admirable y atrapante por su postura ante la vida y por
su propuesta vital.
¿Qué hizo? ¿Cómo vivió? ¿Cómo era?
Son algunas de esas preguntas que, muchísimas veces, uno se plantea.
Son algunas de esas preguntas a las que uno le gustaría encontrar
respuestas, históricamente, ciertas.
Para poder intentar responder tales cuestionamientos uno debe
introducirse, necesariamente, en los relatos evangélicos y estos están muy
lejos de poder aportar respuesta a tales preguntas.
Muy poco les interesa, a los evangelistas, acercarnos datos sobre Jesús de
Nazaret.
Ellos están totalmente ocupados en hacernos saber que ese tal Jesús de
Nazaret es el Cristo, Hijo de Dios hecho hombre.
Quizás por el hecho de haber sido sus contemporáneos.
Quizás por no prever las búsquedas históricas de muchos siglos después.
Tal vez por la casi certeza de un final definitivo ya próximo.
Quizás por una forma distinta de pensar.
Quizás por estar empeñados en una tarea mucho más trascendente que un
relato histórico.
Acaso por una finalidad pedagógica – catequética de sus escritos.
Vaya uno a saber por cuál de estas razones o por si la suma de todas y
cada una de ellas, los relatos evangélicos nos acercan muy poco o casi nada
sobre Jesús el Nazareno.
Es, entonces, que los intentos por reconstruir la vida histórica de aquel
judío resultan un imposible.
Todos los intentos, que la literatura nos aproxima, no resultan otra cosa que
un ejercicio de imaginación por parte de los diversos autores y casi un
imposible ver mucho más allá de ello.
La reproducción la vida histórica de Jesús es un imposible.
Sus contemporáneos nos han cerrado las puertas a tal realidad.
Esto no es producto de un acto de egoísmo de parte de ellos sino que, creo
yo, debía ser así.
Ese halo de misterio que rodea a la figura, innegablemente histórica, de
Jesús le torna más atrayente aún.
El no poder atribuirle algunas realidades bien concretas hace que podamos
identificarlo, acabadamente, con esos seres que con facilidad nos acercan a
Cristo.
Todo lo históricamente suyo está perdido entre las tupidas cortinas del
misterio y tal cosa se nos vuelve, siempre, atrayente y atrapante.
Quisiéramos encontrar respuestas históricas pero, sabido es, no podemos
tener acceso a ellas.
Podemos especular, y los relatos evangélicos nos permiten hacer tal cosa,
pero no podemos ir mucho más allá de ello. Tal vez todo sea parte de un divino designio para que no nos quedemos en
lo histórico y, ante su persona, nos veamos en la necesidad de apelar a la
fe.
Porque, sin duda, esa era la misión y la tarea de Jesús. Conducirnos a la fe
en Dios.
En los relatos evangélicos nos encontramos con un Jesús empeñado en
establecer su condición de nexo entre los hombres y “Aquel que le ha
enviado”.
Parecería como que todo lo personalmente suyo es casi secundario.
Sus contemporáneos se quedaron en su persona y no supieron ver mucho
más allá de sus signos y, tal vez, para que no se reiterase tal situación, los
evangelistas nos hacen un relato que trasciende a la persona de Jesús de
Nazaret.
El descubrimiento posterior de la total dimensión del ser con el que había
convivido les lleva a poner todo su acento en tal descubrimiento y a
trasmitirlo desde sus relatos.
Un relato desde la fe y para despertar una adhesión de fe nos hace que
toda historia se imposible de lograr.
Padre Martín Ponce de León S.D.B.