Reflexiones sobre los anacronismos
P. Fernando Pascual
18–2–2017
Un poblado indígena del sur de México. La policía local, constituida por personas del poblado, no lleva
pistolas, sino una especie de porra larga, o maza, de madera. ¿Es anacronismo usar armas tan
anticuadas?
Un estudiante en una moderna universidad de Estados Unidos o de algún otro país. Escribe con papel y
bolígrafo, mientras sus compañeros usan un tablet. ¿Es anacronismo escribir con tinta en la era
tecnológica?
Un sacerdote que viste con sotana, mientras los demás sacerdotes de la diócesis hace ya tiempo que
han dejado colgadas las sotanas (si es que todavía tienen alguna). ¿Estamos ante un anacronismo?
La lista podría ser mucho más larga, porque son muchos los modos de pensar y de vivir, así como
algunos instrumentos técnicos, que son declarados como anacrónicos, anticuados, fuera de sitio. ¿Es
correcto pensar así?
Para responder, veamos el significado normal de la palabra “anacronismo”. Según el Diccionario de la
Real Academia de la Lengua Española, sería un “error consistente en confundir épocas o situar algo
fuera de su época”.
En esta definición, se supone que habría cosas o comportamientos que se daban en una época y no en
otra, y que lo anacrónico consiste en situar algo de una época como si se hubiera dado en otra.
Hasta ahí el término es pacífico. Pero en realidad muchas veces se usa la palabra “anacronismo” para
indicar que un modo de pensar o de actuar que se da ahora, no correspondería a su tiempo, que estaría
fuera de sitio.
Este último uso del término se construye sobre un modo de ver la historia en el cual algo (idea, vestido,
comportamiento) estaría bien ubicado en una época del pasado pero no en otra época distinta.
Esta manera de pensar la historia está acompañada muchas veces por juicios valorativos: algo que en
un tiempo era visto como aceptable ética y socialmente, después sería inaceptable o incorrecto. Es
precisamente sobre este modo de entender los anacronismos sobre el que ahora quisiera reflexionar.
Para algunos sería anacrónica la pena de muerte, porque hoy existen “métodos eficaces” para castigar a
los delincuentes e impedir que dañen a otros. Al decir lo anterior se supone que en pasado no existirían
tales “métodos eficaces”, pero ¿podemos estar seguros de ello?
En cambio, donde no hubo en el pasado, y donde ahora no hay “métodos eficaces”, ¿deja de ser un
anacronismo recurrir a la pena de muerte? En esos casos, ¿tal pena se convierte en algo éticamente
aceptable, o también su uso merece ser condenado?
Esas preguntas permiten enfocar el tema no solo según una visión de la historia en la que el paso del
tiempo deja atrás ciertos modos de vivir, sino según apreciaciones éticas que, si son correctas, valen
para cualquier época de la historia.
Volvemos la mirada al bolígrafo que convive con un aparato electrónico. Alguno pensará que la
potencia de un iPad convierte en anacrónico el uso de la tinta, cuando en realidad los dos instrumentos pueden coexistir, si bien las capacidades del primero (el tablet) superen en mucho las del segundo (un
sencillo BIC).
Entonces, declarar como anacrónico el uso del bolígrafo, o de la maza, o de la sotana, es lo mismo que
decir que algo estaría “superado” cuando los hechos nos demuestran que no lo está, que también hoy se
puede pensar o actuar como en otras épocas.
El simple uso de la maza se convierte en una prueba contundente de que en un mundo donde hay
millones de pistolas también se puede disuadir a otros con una madera apta para golpear...
Desde luego, si un ladrón con una pistola se enfrenta a un policía indígena que solo tiene una porra,
resultará fácil que venza el primero sobre el segundo. Pero ello no es un anacronismo, pues en el
pasado, como ahora, convivían técnicas de guerra de eficacia diferente, y no es correcto decir que era
anacrónica aquella técnica menos eficaz.
El uso, y abuso, del término anacronismo merece ser revisado. La condición humana está abierta a
muchas opciones y maneras de actuar, y no resulta correcto declarar a algunas como anacrónicas
cuando pueden ser acogidas libremente por personas concretas o por grupos sociales también en el
presente.
El verdadero criterio a la hora de juzgar sobre ideas y sobre comportamientos no consiste en ver si se
adaptan o no a un determinado tiempo histórico, sino en evaluar su eficacia y su bondad ética. Lo cual
deja de lado ese deseo extraño de ver si algo sea o no sea anacrónico, para ir a algo mucho más
decisivo: ¿corresponde este modo de pensar y de actuar a los ideales de bondad y de justicia que cada
ser humano y cada grupo social están llamado a vivir?