Jebel Musa
Por Pedrojosé Ynaraja
De diversas maneras se escribe el nombre de esta montaña En general hablamos
siempre del Sinaí. Esta montaña santa se identifica desde antiguo con el monte
Horeb. Si la cima de la que voy a escribir corresponde a la que en ella se le reveló a
Moisés la Ley, o se trataría del Serbal, como algunos defienden, no voy a discutirlo.
De cuando en cuando se lee en revistas que alguien defiende que se trata de otra
cima muy alejada de las que he mencionado. Poco importa. Mi reportaje no
pretende defender ninguna connotación con referencia exegética.
EL TEXTO
Aprovecho la ocasión para un inciso. Muchas veces se habla de las religiones del
libro, refiriéndose a judaísmo, cristianismo e islam. No es del todo exacto.
Ciertamente que el mundo hebreo o las comunidades nacidas y derivadas de la
Reforma, se interesan casi exclusivamente del texto, al referirse a la Revelación,
despreocupándose de otros aspectos. Más de una vez hablando con miembros de
grupos evangelistas, yo he dicho: Jesucristo, en cierta ocasión obró de esta manera
y debemos tenerlo en cuenta y de inmediato se me ha respondido: lo que dice la
Biblia es tal cosa y es en lo único en lo que yo creo.
EL MUNDO JUDÍO
El origen del mundo judío debemos situarlo en el encuentro de Dios con Abraham
en Siquem. Allí ofreció el Patriarca el primer culto a Dios personal, bajo la encina de
More. El lugar está situado a poca distancia del Nablús actual. Uno de los
momentos más importantes de la historia del Patriarca es el encuentro y la
promesa de descendencia, que se le hace en el encinar de Mambré, lugar cercano a
Hebrón. Ni en uno ni en el otro sitio he visto nunca a un judío meditando o rezando.
Reconocen como santo el texto. De los lugares se despreocupan. Excepción hecha
de los sepulcros. A unos 200m de Siquem, según se cree, está bajo un cenotafio,
enterrado José, el hijo de Jacob. Es territorio palestino. Pero siempre he visto a
militares judíos que la protegen. Con mucho más énfasis todavía lo hacen en la
tumba de los patriarcas y matriarcas, en Hebrón. Semejante ocurre con la tumba
de Raquel, junto a Belén. Amén de la supuesta tumba de David, sin ser auténtica,
junto al Cenáculo. Ahora bien el significado de los sepulcros, el valor jurídico y
político que implican, sí que les importa. No considero oportuno ahora comentarlo.
La Biblia, el Talmud y la Mishna, les son suficientes.
Nuestra fe en la revelación la ponemos en el texto escrito con sus complementos, lo
que llamamos tradición y una de las expresiones de la tradición son otros tratados
también escritos, ciertos lugares, el paisaje, las costumbres, etc. Formando un solo
cuerpo.Aparco disquisiciones y me limitaré a una corta descripción de la montaña,
pero he querido advertir que no supone interés alguno para la piedad de un judío.
CAMBIO DE TERCIO
Para llegar al pie de la montaña que hoy nos importa, se desplaza uno en coche,
actualmente por buena carretera. Pasa por lugares de algún interés turístico, Taba
en la frontera, Nuweiba ya en la península y por consiguiente territorio egipcio, a
orillas del Mar Rojo. Antiguamente habitado exclusivamente por algunos beduinos,
hoy con edificaciones aptas para cualquier viajero rico. Más tarde un cementerio
beduino con la tumba en el centro de un nabí (profeta) , después y si uno lo sabe y
puede distinguirlo, ve de lejos la ocurrencia de un americano que se encaprichó
decorando, o pretendiendo conseguirlo, unas cuantas lomas pétreas con vivos
colores. Le llegaron las pinturas en helicóptero y fue dando diversas tonalidades a
las laderas. Una triste profanación del desierto, pienso yo.
Pasa uno por impresionantes formaciones pétreas, fruto de movimientos orogénicos
y del efecto de la erosión, amén de antiguas inscripciones, por las paredes lisas de
alguna elevación. Uno llega por fin al monasterio–fortaleza de Santa Catalina, la
primera denominación que tuvo el gran edificio que vemos hoy. Antes hubo una
ermita dedicada a Santa María, de la que habla la misma Egeria, que veneraba el
misterio de la zarza ardiendo sin consumirse y que dos monjes contaron que habían
encontrado, considerando era símbolo anticipado de la virginidad de la Madre de
Dios. Más tarde, en tiempos del emperador Justiniani I, se edificó el complejo que
básicamente es el que hoy subsiste.
UNA MEZQUITA
En su interior, paradójicamente, hay una mezquita. Según se cuenta, tropas
musulmanas se aproximaron pretendiendo destruir el santuario cristiano. El
superior de la comunidad le enseñó al comandante, el documento escrito de
Mahoma que advertía que el lugar debía ser protegido. Todavía hoy se conserva el
pergamino como preciosa joya. El musulmán le contestó que sus soldados estaban
muy cansados del camino y que no atenderían a razones escritas. La única
posibilidad era que viesen allí una mezquita. Si eran capaces de edificarla en un
solo día, se salvarían. Tan apresuradamente la edificaron, que no se dieron cuenta
de que no estaba orientada hacia La Meca, motivo por el cual, según se cuenta,
permanece cerrada siempre. Pero aquel edificio salvo la comunidad cristiana y su
edificio. (Si non e vero, e ben trobato, pienso yo)
ABAD–OBISPO
El monasterio, cuyo abad ya dije que tiene la categoría de obispo y su comunidad el
privilegio de Iglesia autocéfala, alberga la santa zarza y un pozo también de Moisés.
El del encuentro con Séphora, la madianita hija de Jetró. La iglesia está dedicada al
misterio de la Transfiguración. (he querido comprobar lo de autocéfala, que leí en
otro tiempo, cosa chocante, tratándose de no más de 30 fieles, y solo encuentro
“iglesia independiente” que seguramente quiere expresar lo mismo). Para ir a la cima existe el antiguo camino de los 3750 escalones que, generalmente, seguimos
al bajar, ya que para subir acostumbramos a escoger una rampa que nace allí
mismo y es de pendiente más suave.
LA MONTAÑA DE MOISÉS
Según me contaron, su origen está en la decisión de un virrey egipcio, Abbas Hilmi
Pachá, que sufría asma y el médico le recomendó que se alojara en un lugar de
clima seco. Mandó el “gran jefe” treinta tajadas de carne fresca, que depositaron en
la cima de diversas montañas. Al cabo de 30 días, la que no se pudrió, fue la que
colocaron en la montaña de Moisés. Suplicaron los monjes que no profanara la
santa montaña con la edificación de un palacio, pero aquel gobernador musulmán,
no se atuvo a razones y empezó a trazar una ruta y a despejar un ancho camino,
por el que pudieran transitar los camellos con el material correspondiente para la
construcción. No llegó a consumarse la profanación, pues, el sultán murió antes de
acabarla. Pero nadie la borró. Por ella, generalmente, subimos. La última vez que
estuve, me iba cruzando repetidamente con beduinos que me vociferaban: camel,
chameau… ofreciéndome, evidentemente, su animal, para que cabalgara en sus
lomos, pagando el correspondiente precio. Yo, que daba al camino un sentido de
peregrinación, no atendía a ninguno y continuaba caminando. Oscuridad, frío,
camellos, duro recuerdo.
LA RAMPA
Acabada la rampa, aproximadamente a la altura del llano de Elías, es preciso subir
a pie un trayecto de una media hora, por un estrecho sendero, hasta llegar a la
cima. Encuentra uno allí una ermita ortodoxa dedicada a la Santísima Trinidad y
una mezquita. La primera vez que estuve, íbamos nosotros cuatro con un
matrimonio holandés y una chica francesa, pariente lejana de Santa Teresa de
Lisieux. Decía que no se sentía demasiado cristiana, que nunca había querido ir a
Lourdes, pero que amaba la aventura y por eso había querido subir, después de
haber estado en el Hermón, de nieves perpetuas por entonces, y consiguiendo
llegar haciendo auto stop a convoyes militares. Pese a mi mal francés, hablamos
muy amigablemente. Nos guiaba un beduinito de no más de ocho años, que llevaba
un depósito de agua para nosotros, que cumplió su oficio con mucho acierto. El guía
no quiso acompañarnos, se quedó en uno de los chiringuitos que por aquel
entonces empezaban a aparecer. Hoy abundan mucho.
LA CUMBRE
En la cumbre, 2 280m snm, aquella primera vez, a nadie encontramos. Uno puede
dormir en un refugio o en un hotel. Al raso, bajo cien mil estrellas y entre alguna
palmera, o más arriba, acurrucado en alguna grieta de la montaña, muy abrigado
con todo lo que pueda tener. La temperatura nocturna es bajísima. Es preciso llegar
arriba antes de la seis de la mañana. El espectáculo de la salida del sol es
impresionante. Debido a la refracción de la luz, se rasga el horizonte hacia las 5.45
y aparecen primero centellas rojizas, que van tornándose suaves azules, hasta que
luce un deslumbrante sol, repleto de blancura. Esta sesión cósmica dura unos 20
minutos. Contemplarla merece el esfuerzo, el esfuerzo puesto para encumbrarse.
LA MISA
Nuestra felicidad era mayor que la de los demás, pues, contemplábamos en nuestro
interior los divinos misterios que allí se conmemoran. Al ser el grupo tan reducido,
pudimos solicitar a los acompañantes que nos esperaran media hora. Celebramos la misa, emocionados. En otro viaje ya no estábamos tan pocos en la cresta y fue
preciso hacerlo en el llano de Elías, que no es moco de pavo. En otro, que también
estábamos en la cúspide solos, cantamos solemnemente el credo y sugerimos al
guía, un judío de profesión pediatra, que nos había dicho que era ateo, pero que en
el desierto se hacía creyente, que nos recitara el shemá. Cantó con imponente voz
que a todos nos impresionó.
A este relato acompañarán algunas fotografías. Yo sé que es imposible encerrar la
inmensidad absoluta del desierto, en un pequeño rectángulo plano, pero no
disponemos todavía de la técnica de la realidad virtual que, según dicen, asombra
por su verismo. (A nadie se le ocurrirá pretender disfrutar de un cuadro de
Velázquez que se haya podido imprimir en un sello de correos, dicho para que se
entienda).
LA ÚLTIMA, FRÍO
La última vez que subí, salí a medianoche del hotel y pasé mucho, mucho frío. Con
nadie podía hablar. Allí dominaba el árabe, el ruso y el inglés, idiomas para mí
desconocidos. Tres horas de esta manera no se olvidan nunca. Pero no son
trágicas, el misterio que evoca el trayecto es de tal magnitud que su valor es
mucho más positivo. En la cima había una multitud de personas por el suelo.
Habían alquilado mantas y colchones. Alguien, en un determinado momento, dio el
aviso y todo el mundo se puso de pie. El fascinante lento espectáculo fue
contemplado en silencio. Una vez se hizo la luz, sin siquiera fijarse en los dos
pequeños edificios religiosos que lo adornaban, de inmediato, dejando frazadas y
colchonetas por el suelo, iniciaron todos el descenso. Según dicen los guías hay que
llegar al monasterio antes de las nueve, para que no le queme a uno el sol del
desierto. Nunca he hecho caso de la advertencia. Si supo Elías por aquellos parajes
que Dios no era tempestad, ni huracán, sino como una suave brisa, para mí,
aquella inmaculada luz me acariciaba, sin escaldarme. En el llano de Elías crecía un
impresionante y curioso ciprés. Me han dicho que ya ha muerto. Por lo que he visto
en fotos antiguas, tenía más de 100 años.
EL ARCO DE LA PENITENCIA
Baja uno por los incómodos escalones de roca no bien fijada, pasa por el arco de la
penitencia, donde los antiguos peregrinos al subir, se paraban a confesar sus
pecados, para llegar limpios a al santa montaña. Pasa por los restos de una antigua
ermita, donde se amontonan en un recinto huesos de viejos monjes. Creo recordar
que recibe el nombre de San Esteban. Al llegar a los muros del monasterio–
fortaleza observa uno que te miran como si lo que has hecho fuera una heroicidad.
Siente aturdimiento por los misterios bíblicos que ha ido recordando y el
espectáculo que ha contemplado. Enseguida te recuerdan que es preciso volver a lo
que llamamos tierra civilizada y, le guste o no, debe obedecer.
FUNDAMENTALES
Por Pedrojosé Ynaraja
Antiguamente pretendían que supiéramos de memoria muchas páginas del
catecismo, que por cierto, muchas de ellas no entendíamos. Nos faltaba captar la
belleza y la importancia salvadora de la Fe cristiana, entre otras cosas. Ahora que
los “contenidos” ¡famosa expresión!, navegan por senderos de erudición
humanística, se ignoran cuestiones fundamentales. Ser sicólogo o antropólogo,
viste mucho. Y a los tales se escucha como si sus criterios y actuaciones fuesen dogmas de fe o gozasen del privilegio de la infalibilidad, o de poderes
sobrenaturales.
Cuando la muerte se presenta ¿Quién nos puede dar respuesta a las preguntas que
nos acucian? En el interior del hombre se revuele insoportable el interrogante ¿qué
se ha hecho de él, de mi padre, de mi amigo, de aquel o aquella, que tanto amaba
y que acaba de morir? Ante el fracaso o el miedo a un mal grave, que se cree
inevitable, se siente el hombre a veces tentado a pensar que no vale la pena vivir y
es mejor acabar de una vez con su existencia ¿qué razones frenan e impiden el
suicidio?
Opino que a la pedagogía religiosa de hoy y entre nosotros, le falta profundidad y
densidad y, con frecuencia, da solo razones superficiales y, a lo mejor, hasta
bonitas. Arquímedes (287–212 a.C.) había dicho: "Dadme un punto de apoyo y
moveré el mundo". Un simple punto de apoyo y una palanca. Fue una de las
primeras cosas que aprendí.
Hace no mucho tiempo, un chico de 16 años, se tiró a un tren. Poco antes de
hacerlo, le hizo llegar a un amigo de su misma edad, un disquete de ordenador.
Ignoro el contenido. Me contaba el padre del que lo recibió, que, junto con su
esposa, leyeron el mensaje y después lo entregaron a la policía. Ambos quisieron
después hablar a solas con su hijo y, muy severamente, le dijeron: nosotros somos
musulmanes y sabemos que uno que se suicida va al infierno, de ninguna manera
hagas tú lo mismo que él. Pese a la advertencia, me decía que ambos pasaron la
noche junto a su cama y sin dormir, por si acaso. ¿Se les hubiera ocurrido a otros
padres esta forma de obrar, aconsejar y actuar aquella noche? ¿Le hubieran dado
las mismas razones? Advierto que ignoro los motivos por los que el primero se
suicidó, lo único que sé es que el hijo de mi amigo, continúa a día de hoy viviendo.
En ciertas situaciones no ve uno razones humanas suficientes para cambiar de
conducta. Pongo un ejemplo en el que yo mismo, de alguna manera, me implicaré.
Se trata del vicio de la droga, tan extendido. Conozco instituciones que, según
dicen, gozan de experiencia y prestigio y logran éxitos. Acuden a substituciones
iniciales del vicio de la cocaína permitiendo y casi fomentando, el de fumar.
Charlas, sicodramas y tisanas. Las estadísticas que proclaman no me convencen, ni
tampoco la experiencia. La conozco poco, pero la que me convence es el Cenacolo.
Abstinencia de fumar desde el principio. Oración, sacrificio, trabajo. Esperanza,
tanto si se goza de la Fe, como si se cree solo en la capacidad del esfuerzo y de la
reflexión profunda. Tal vez otro día hable de esta institución.
Ahora paso a hablar de mi experiencia. Yo, como tantas otras personas, tenía el
vicio de fumar. Lo hacía en pipa y tabaco negro, la manera más inocente de hacerlo
y consumiendo tabaco barato, para no tener remordimientos de conciencia. Quería
dejarlo y me lo propuse muchas veces. No me sentía capaz de abstenerme mucho
rato. Llegó un día que diagnosticaron a una hermana mía un cáncer. ¿Qué debía
hacer yo? Busqué un buen oncólogo, la acompañé a las consultas, la consolé, recé
mucho, pero tenía la sensación de que no era suficiente. Recordé un día la
sentencia del Señor: estos demonios no pueden ser expulsados sino con el ayuno y
la oración (Mc 9,29). En mi caso el ayuno consideré que no debía referirse al
alimento. Pensé sinceramente que debía dejar de fumar. Sucedía esto en agosto del
78. Espero que el Señor aceptase mi ofrenda. Me costó mucho los primeros días. Al
esfuerzo, acompañaba la invocación. No he vuelto a fumar, ni siquiera a probarlo. Ahora no siento tentación alguna y sé que ahorro dinero y protejo mi salud. La
ausencia de este vicio acompaña a los favores que Dios me otorga.
LA HOMILÍA MÁS JOVEN
DEPRESIONES
Por Pedrojosé Ynaraja
1.– No ignoro que existan depresiones clínicas. Me merece suficiente confianza la
clase médica como para que esté convencido de ello. Ahora bien, existen otras
depresiones que no alcanzan tal nivel y que se camuflan, elevándolas de categoría.
Tal fenómeno tiene, a mi modo de ver, principalmente, dos consecuencias:
Primero, el tal “paciente” se abriga en la supuesta enfermedad, para encerrarse y
justificar su inactividad. A cualquier sugerencia que se le hace, responde de
inmediato que no puede colaborar, ya que sufre depresión. Y no hace nada, y se
queda tranquilo. No tiene remedio. O sí lo tiene, es cuestión de decírselo, de que
vea que es una actitud pecaminosa y debe convertirse.
En segundo lugar, al habérsele diagnosticado por el profesional, parece que a él
solo le corresponde actuar, sin considerar otra dimensión, que la puramente
síquica.
2.– Respeto la actuación de cualquier profesional que lo sea y obre con honradez.
Pero las patologías espirituales, que no se olvide, tienen dimensiones anímicas.
Como el vocabulario puede resultar equívoco, advierto que considero a la persona
humana como un ser único, con tres niveles. Corporeidad, terreno apto para la
intervención de un médico generalista. La espiritualidad, grado que trata el sicólogo
o el siquiatra. Y cota anímica, o margen trascendente, en aquel en el que se sitúa la
Fe, la plegaria, la Gracia.
3.– ¡Qué rollo os he soltado! Pensaréis seguramente muchos de vosotros, mis
queridos jóvenes lectores. No os condeno por ello. Ahora bien, quiero plantear una
buena parte del mensaje de las lecturas del presente domingo, desde un soporte
ideológico conocido y aceptado.
4.– Cuando alguien me confiesa que está deprimido, sin meterme en indagaciones,
le advierto para empezar, dos cosas. Mira, le digo, si sufres depresión, es señal de
que no eres un caradura, un fresco, un sinvergüenza. Hay en ti, por lo menos, visos
de honradez. No te aflijas, pues, tanto como cuentas. Añado después. La situación
en que se encontró Jesús, cuando sufrió grave agonía espiritual en Getsemaní, fue
de gran dolor. No quiero daros un diagnóstico profesional, pero, sin llegar a ello, en
el olivar, el Maestro estaba deprimido. Analizad el deseo de soledad, la queja
porque le han dejado sólo, los gritos, el sudor de sangre. Aunque os parezca
exagerado lo que os voy a decir, el Señor, que se hizo en todo semejante a
nosotros, excepto en el pecado, en aquellos momentos, padeció el terrible mal de la
duda. La misión que le había encomendado el Padre, sus desvelos con enfermos, hambrientos y pobres, que le habían procurado la confianza y el cariño de las
gentes, ahora habían desaparecido. Sentía en su interior, retorcijones de angustia.
Y Dios Padre no le procuró un ansiolítico. Pese a que en algunos momentos, al
observarse a sí mismo, pensara que le había abandonado, no estaba sólo. Cuando
la crisis fue más intensa, tuvo el alivio de la visita de un ángel.
5.– He estado bastantes veces en Getsemaní, incluso he residido unos días en el
convento de mis amigos franciscanos que hay allí. Conozco, pues, su situación. Las
murallas, el camino, el valle, el huerto. La roca propia del lugar es caliza dolomítica.
Puede uno traerse fragmentos, que nadie se lo prohibirá. La última vez que lo hice,
estaba allí a las 23h y hacía un frío que pelaba. Chocando un pedrusco contra la
ladera, conseguí fragmentos que pudiera meter en mi valija. Quise arrancar trozos
de allí mismo, al lado del camino por el que el Maestro se acercó aquella noche.
Imaginaba cada peñasco impregnado de la ansiedad, la tensión, el miedo, la
tribulación, el desenlace de todo el conjunto corporal y sus consecuencias
fisiológicas. Trozos extraídos de la peña he entregado, para que lo que evoca,
consuele al que me dice sufre depresión.
6.– Se celebró hace años un congreso, o un simposio, sobre el tema del que os
vengo hablando. Los autores se refirieron a pasajes del Antiguo y del Nuevo
Testamento, que reflejaban situaciones patológicas a las que me vengo refiriendo.
Sé que citaron salmos, estoy seguro de que se referirían al fragmento de Isaías que
se proclama hoy. Escuchadlo atentamente y asimiladlo bien, para cuando lo
necesitéis.
7.– La reflexión que les hace Pablo a los fieles de Corinto, y que recoge la segunda
lectura de hoy, se sitúa en idéntico escenario espiritual. Nos pese o no nos pese la
conciencia, nos abrume o nos satisfaga el recuerdo de nuestro pasado, lo
importante no es nuestro dictamen, lo primordial es lo que piense Dios de nosotros.
Santa Teresa de Lisieux le escribía, creo recordar que se trataba de un familiar, no
te aflijas tanto. Los remordimientos son a veces manifestaciones y fomento del
orgullo. El balance que debemos reconocer de nuestras depresiones, lo debemos
confiar a Dios, de Él recibiremos alabanza, acaba el Apóstol. Evidentemente, si nos
hemos confiado a Él y con Él hemos colaborado.
8.– Cambio de tercio. La gran tentación de los que vivimos en una cultura moderna,
es dejarnos encandilar por el dinero. La riqueza es la alfombra roja que conduce a
la felicidad. O así creemos, equivocadamente. No se trata de tener valores, sino de
valorar. De tener escala de valores y ser fiel en el actuar, a esta escala. Os
confieso, mis queridos jóvenes lectores, que llevo siempre muy poco dinero en el
bolsillo. Cuando me toca comprar, más que fijarme en lo que vale el producto, me
planteo si es cristiano que yo pienso adquirir. Hay siempre un silencioso pero
agitado diálogo interior en mí. Habla el tentador, replica la conciencia. Trato de
decidir con criterios cristianos. Cuando llega la hora de abonar el importe, saco la
VISA. Y si he dudado, o si temo que haya gastado excesivamente, me propongo
entregar el equivalente a alguna ONG de confianza. (Evidentemente, me he referido
a las compras habituales, a la elección entre un producto u otro, entre una prenda
sencilla o de marca, entre marca de prestigio o marca blanca, etc.).
9.– Tengo la suerte de vivir casi en descampado. Estos días florecen, sin que las
plantara yo, las vi al llegar, unas hermosas flores silvestres de narciso, como las
que contemplaría el Señor. Mucho más pequeñas que las de los jardines, exhalan
una suave fragancia que cautivan. Al llegar el domingo a la iglesia parroquial vi que
las violetas ya florecían. Su precioso color y su humilde apariencia, me encantan.
Pese a que pasó una maquina cortando la hierba he visto que no llego a matar las
plantitas de picardía, que florecerán mucho más tarde. Estoy seguro que al Maestro
le gusta que me fije en ellas como Él se fijó y nos lo confió, según recoge el
evangelio de Mateo.
––
pedrojosé ynaraja díaz